Al Son de la Pasión

OCHO

Sus ojos se encontraron por unos segundos que se sintieron como la eternidad mientras ninguno hacía ningún movimiento. Tal vez fuera que se había detenido el tiempo y lo único que se le escapaba era el latido de sus corazones que corrían desbocados, ambos querían aquello, pensó Mel. Y no sería la primera vez que pasara, pero por alguna razón ninguno se atrevía a dar el paso.      

Ella nunca fue del tipo temerario, nunca de esa clase de chica que toma la iniciativa, sin embargo, allí estaba Matthew y el calor de su piel le acariciaba la mano que aún tenía sobre su pecho y, de repente, la idea de inclinarse sobre él y juntar sus labios no fue solo una idea. Mel se vio a sí misma inclinándose a penas un poco, poniéndose en puntillas para alcanzar la boca de Matthew y podía verlo todo en cámara lenta.

La descarga eléctrica que recorrió todo su cuerpo y terminó en su abdomen la hizo gemir cuando sus lenguas se encontraron. Parecía como si sus labios se conocieran de toda la vida, como si los años que llevaban sin verse no hubieran existido. Sus lenguas sumidas en una coreografía que no sabían haber aprendido, con una mescla de algo tierno a lo que Mel no fue capaz de ponerle nombre.

Ella abrió la boca y Matthew deslizó la lengua dentro. Una sensación de placer le atravesó todo el cuerpo y ella deseó que aquello no terminara nunca. Sus dudas se esfumaron como si de magia se tratara, suspiró y se abandonó aún más a aquel beso. En forma automática su mano se deslizó desde el pecho de Matthew hasta enterrarse en su pelo, haciéndolos quedar aún más cerca, ella sitió su torso contra su pecho, y él le introdujo una de sus piernas entre sus muslos.

Mel sintió como él deslizaba las manos por su cintura, descendiendo más y más y haciéndola temblar en el proceso. El modo en que movía los labios sobre su boca la hacía perder la cabeza. Sintió como él le levantaba el camisón y le colocaba las manos sobre la piel desnuda de sus muslos y luego un poco más arriba. Matthew se detuvo y soltó una palabrota.

—No llevas nada debajo —murmuró apartándose un poco con los ojos brillantes de deseo.

Ella negó con la cabeza. La Mel sensata en su interior le decía que ese era el mejor momento para parar aquello, que solo estaba jugando un poco, pero sabía que no podría hacerlo. Que no quería detenerse.

Matthew hundió la boca en la suya de nuevo, introduciéndole la lengua. Le deslizó una mano bajo el camisón y la abrazó.

—Te deseo —susurró contra sus labios—, tengo tantas ganas de quitarte esto.

Aquella invitación sexual derritió a Mel por dentro y por fuera. Los pechos se le volvieron pesados y ardientes, la respiración se le hizo aún más irregular y sintió una creciente humedad entre las piernas. Matthew hundió la lengua con más fuerza dentro de su boca al mismo tiempo que sus dedos se deslizaban en otra dirección sobre su cuerpo y se encontraba en medio un rincón más sensible.

—¿Qué estamos haciendo? —susurró Mel. Sentía la cabeza dando vueltas.

¿Por qué diablos se había creído con la capacidad de jugar con fuego? ¿Por qué pensaba que podía hacer aquello; coquetear un poco, dejar a Matthew entrar en su casa, ¿tocarlo y que luego se despedirían como si nada hubiera pasado?

Ella no había podido resistirse a él antes, ¿qué le hacía pensar que ahora si podría?

—No tanto como me gustaría —murmuró él mientras la empujaba suavemente contra la pared—, pero podemos resolverlo.

Oh, Mel estaba segura de que sí. Tanto que, haciendo acopio de toda la fuerza de su alma, se apartó de él. Sus ojos se encontraron solo una milésima de segundo antes de que ella tuviera que aceptar que si dejaba que Matthew se marchara esa noche se odiaría a sí misma por el resto de su vida. Respiró profundo una vez antes de tomarlo de la mano y, sin hablar, arrastrarlo hacia las escaleras.

Él tampoco dijo nada, obviamente entendía lo que estaba pasando. Ambos deseaban aquello con desesperación, lo habían hecho por muchos años y aquel no era el momento para ponerse concienzudos. Eso podían hacerlo al otro día, cuando estuvieran solos.

Cuando llegaron a la habitación, ninguno se molestó en emitir alguna palabra, todo eran gemidos y respiraciones entrecortadas y los besos enardecidos volvieron al ataque.

El mundo giraba a toda velocidad a su alrededor. Él no perdió tiempo y le sacó el camisón de inmediato y se detuvo unos segundos a observarla; sus ojos brillaron con un deseo que la hizo estremecerse. No creía haberse sentido tan deseada en su vida y eso solo logró excitarla aún más.

Cuando Matthew la instó a ir hacia la cama, lo siguió gustosa. Un segundo después, estaba tendida boca arriba y él encima. Contuvo el aliento mientras sus manos se deslizaban por los brazos de Matthew y luego descendían hacia la camiseta que aun lo cubría. Le parecía injusto estar completamente desnuda mientras él conservaba su ropa, pero pretendía solucionar ese problema.

El pecho de él era duro, pero se acomodaba sobre sus senos mientras la besaba, la devoraba despacio, haciéndola temblar por dentro. Mel se sentía febril, húmeda por todas partes.

Mel tenía el cuerpo tenso y encendido cuando él le acarició más los muslos. Ella sintió que la boca curiosa recorría todo su cuerpo desnudo y de repente comenzó a descender peligrosa, deliciosamente. Mel no era ninguna tonta, sabía muy bien lo que pretendía hacer, pero ni su cuerpo ni su mente estaban preparados para lo que le provocaría su caricia y una súbita embestida de la lengua la llevó al borde de la satisfacción.




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