Al Son de la Pasión

NUEVE

Mel se despertó con el sonido del despertador. Sonrió al recordar la noche anterior y como el sueño la había vencido en brazos de Matt después de horas y horas de hacer el amor. Se dio la vuelta en la cama con la intención de encontrarlo dormido a su lado, pero solo encontró un hueco en la almohada y su aroma entre las sábanas.

Sobre la mesa de noche encontró una nota en la que él le decía que debía cumplir con unos compromisos a primera hora de la mañana y que la llamaría en cuanto pudiera.

Mel no podía negar que se sentía un poco desilusionada al no encontrarlo a su lado, y, para qué negarlo, curiosa acerca de aquel compromiso.

Eliminó esos pensamientos de su cabeza. Había que ser realistas, estaban en el siglo XXI y el hecho de haberse acostado con Matt no le proporcionaba ningún derecho a meterse en su vida, y al mismo tiempo le permitía el privilegio de que él no pudiera meterse en la suya.

Sonrió nuevamente al recordar los acontecimientos de la noche anterior. Ella había planeado algo y le había salido otra cosa completamente diferente. Había jugado con fuego y fracasado miserablemente. Su plan de seducirlo y luego enviarlo a casa a darse una ducha fría había ido muy bien, hasta que él la había besado. Se había estropeado en aquel mismo momento porque no poseía un plan de emergencia, y aun si lo hubiese tenido, mientras él la besaba su cerebro no tenía la capacidad para pensar en otra cosa.

Pero no estaba tan mal, se dijo. Es decir, había estado perfecto y decir que aquella no había sido la mejor noche de su vida. Mientras no olvidara que se tratara de Matt, mientras no comprometiera sus sentimientos en lo que de seguro seguiría pasando entre ellos, todo estaría bien. Debía recordar eso.

Volvió a mirar el reloj. Si no se apresuraba corría el riesgo de llegar realmente tarde al trabajo. Eso no había pasado nunca y no iba a empezar ahora solo porque había pasado toda la noche revolcándose con Matt. Una voz en su cabeza le dijo que, tal vez, de haber estado él allí, habría pensado en la posibilidad de reportarse enferma.

Apartó ese pensamiento de su cabeza de inmediato. Era una persona responsable con un montón de trabajo por hacer, no podía dejar que un poco… mucho buen sexo la distrajera de eso.

Se duchó en tiempo récord y se vistió de igual manera. Ella nunca fue ese tipo de personas que tardaba horas en arreglarse, por suerte. Tomó uno de sus tantos trajes de chaqueta y zapatos a juego. Ya vería que hacer con su maquillaje en el auto.

Fue a la cocina y se tomó un café mientras leía los periódicos de cada lugar donde había una sucursal de los muchos negocios de la cadena Dawson. Cuando terminó eran las ocho y veinte y cinco, justo a tiempo para llegar al trabajo sin retrasos y ocuparse del montón de cosas que tenía pendiente respecto a la inauguración. Con la fiesta tan cerca, Mel estaba constantemente corriendo de acá para allá resolviendo problemas e imprevistos. Ni ella, ni su secretaria, ni todo el departamento había dormido ocho horas completas en las últimas tres semanas, por eso ya tenía decidido darle a todos un par de días libres después de la fiesta, ella misma se tomaría unas breves vacaciones, porque era consciente de que estaba a poco de desmayarse en una rueda de prensa.

Cuando llegó a la oficina, Jena ya estaba esperándola, lista para empezar a trabajar. Como cada mañana, todo estaba listo cuando Mel llegaba, y eso hacía que ella se preguntara frecuentemente que haría sin ella. La chica le pasó un grupo de papeles que debía revisar y firmar y Mel se sorprendió al ver que ya a esas horas tenía ocho llamadas que devolver.

El día prometía acabar con sus reservas de energía, pero al menos Jena tenía preparada una enorme taza de café para ella. Ni siquiera eran las nueve de la mañana, pero no importaba, se dijo.

—Gracias, Jena, te adoro —le sonrió, dejándose caer en su sillón y lanzando una mirada a los papeles a los que tendría que dedicarle toda su atención en unos minutos.

Jena la miró algo extrañada y Mel supo cuál era la razón: ella no solía sonreír muy a menudo, y menos aún en las últimas semanas, porque tenía tanto trabajo que en ocasiones incluso olvidaba sonreír. Aun así, sabía que no corría el riesgo de que Jena le hiciera alguna pregunta acerca de su estado de ánimo, su secretaria estaba muy consciente de que las preguntas personales estaban completamente fuera de lugar.

La chica solo asintió y Mel se dijo que tal vez debería ser un poco más amable más a menudo.

—¿Quiere leer ahora su agenda?

Mel estaba a punto de asentir, pero entonces el teléfono de su escritorio comenzó a timbrar. Lanzó una mirada a la chica antes de contestar.

—¿Sí?

—Buenos días, Melinda, tiene una llamada de Matthew Foley.

Mel sonrió inconscientemente como idiota, al menos había cumplido su promesa de llamar. Lanzó una breve mirada a su reloj, suponía que podía tomarse un par de minutos antes de comenzar con la locura del día.

Volvió a mirar a su secretaria, de pie frente a ella.

—Puedes venir en cinco minutos, Jena. Atenderé una llamada.

La chica abandonó la oficina justo cuando la voz de Matt a través del teléfono monopolizó sus sentidos.

—Buenos días —susurró.




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