Al Son de la Pasión

DIEZ

Aquel miércoles, Mel llegó a su casa hecha polvo. Había estado tan ocupada durante todo el día que su premonición de desmayarse en alguna actividad pública casi se hacía realidad.

Por mucho lo mejor del día había sido recibir la comida en la oficina. Al principio había pensado que se trataba de alguna cortesía de su madre, pero solo hicieron falta un par de segundos para recibir una llamada de Matt preguntándole si le había gustado lo que eligió para ella. No iba a negar que fue un detalle, el día anterior había almorzado galletas saladas y un Ginger Ale que Jena le había llevado del supermercado.

Ese día tenía pendiente encontrarse, pero eran las nueve de la noche, Mel estaba hecha polvo y se había visto en la obligación de cancelarle a él y a sus amigas. A las chicas les había prometido que les compensaría yendo por ahí por un par de tragos en cuanto pasara la inauguración, lo de Matt le disgustaba un poquito más porque en serio quería verlo y tenía que admitir que le molestó un poco que él tomara con tanta calma su cancelación.

Estaba a medio camino en las escaleras con uno de sus zapatos de tacón en la mano cuando escuchó el timbre. Casi de inmediato sintió un deja vú. Nadie más se aparecería en su casa a esas horas, así que intentando controlar la emoción, se quitó el otro zapato, que dejó tirado allí mismo y se devolvió hacia la puerta controlándose para no correr.

¿Cómo era posible que hubiese pasado de no soportar a Matt a alegrarse ante la posibilidad de su presencia en solo cuestión de horas? Era el sexo, se dijo a sí misma. Su tranquila, organizada y equilibrada vida se volvía un caos de la noche a la mañana por algo tan básico como unos cuantos orgasmos. ¡Que desastre!

Mel abrió la puerta fingiendo indiferencia, por su dignidad y, efectivamente, se encontró con Matt al otro lado, lo mejor de todo: trayendo una caja de pizza. No pudo contener su sonrisa, pero se quedó de pie, no conocía el protocolo que debía seguir ahora que Matt era más de lo que había sido anteriormente en su vida. Afortunadamente, él no le dio tiempo de actuar, dio un paso hacía ella, y le inclinó para tomar sus labios y besarla. Solo un par de segundos bastaron para desestabilizarla.

Fue un beso que le dijo que también él la había extrañado. Un beso que la transportó a una galaxia donde solo existían ellos, un beso que le flojo las piernas y que hizo que se olvidara de lo cansada que estaba y solo quisiera arrancarle la ropa y llevarlo hasta la cama. A la mierda la pizza, pensó.

Mel no pudo controlar su respuesta, se aferró a su cuello como si de un salvavidas se tratase, mientras el pobre Matt intentaba mantener la caja a salvo. Dio unos pasos hacia el interior de la casa, y unos segundos más tarde escuchó como Matt empujaba la puerta con los pies y el ruido de esta al cerrarse tras él.

Ella no podía decir con exactitud cuánto tiempo pasó hasta que se apartaron para tomar aire.

—Yo también te extrañé —dijo él con una sonrisa en los labios— Y traje algo para cenar.

—Yo… no he dicho en ningún momento que te extrañara —replicó ella con la voz temblorosa y respiración entrecortada.

—Supongo que te emocionó la pizza —se burló él, pero Mel se la dejó pasar.

—No tenías que molestarte.

Él ladeó la cabeza.

—Me parece que no habrías comido más que galletas saladas hoy de no ser por mis intromisiones.

Mel dejó que él la rodeara con sus fuertes brazos. Estaba tan agotada que la única cosa en la que podía pensar era en que llegara esa condenada fiesta para después poder dormir tres días seguidos y atiborrarse de helado y hamburguesas.

Matt le acarició el cabello. Ella estaba tan cansada que ni siquiera tenía ánimos para preguntase por qué aquella escena era tan íntima, ya pensaría en eso más tarde.  En realidad, ni siquiera tenía tiempo de cenar, mientras más rápido se fuera a la cama, mejor para su salud física y mental o corría el riesgo de desplomarse en plena inauguración.

—Acabo de llegar hace unos minutos. ¿Puedes tomar un par de platos y esperarme mientras me doy una ducha rápida? Estoy hecha polvo —dijo, obligándose a apartarse de él, aunque no quería. El aroma de su perfume era tan embriagador como él mismo.

Mel subió las escaleras, levantó sus zapatos del suelo y fue directamente a su habitación a darse un baño que le quitara por lo menos la mitad del cansancio y el estrés que llevaba encima.

Al último momento no pudo resistirse a sí misma y terminó preparando la bañera en lugar solo darse una ducha. Cuando estuvo todo listo, se recostó, dejándose relajar por el agua caliente y las burbujas perfumadas y sonrió con satisfacción. Cerró los ojos solo un segundo, en serio necesitaba aquello.

Y podía jurar que solo fue un breve instante, pero cuando volvió a abrir los ojos Matt estaba de pie delante de ella, apoyado contra el marco de la puerta.

Dio un salto.

—Me asustaste —dijo, señalando lo obvio.

Él sonrió.

—Lo siento, tardaste mucho, subí la pizza.

Mel le dedicó una sonrisa. Al menos debía agradecerle que se estuviera tomando tantas molestias por ella.

—Gracias.




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