Al Son de la Pasión

DOCE

Despertar el jueves en la mañana y darse cuenta de que Matt continuaba a su lado hizo que Mel iniciara el día con una sonrisa. La noche anterior se habían ido a la cama abrazados y así habían amanecido. Así que Mel procuró tener mucho cuidado al levantarse de la cama para no despertarlo.

Aún con una enorme sonrisa boba en la cara, se metió a la ducha y se tomó su tiempo para consentirse. Tenía la impresión de que, después de lo de la noche anterior, jamás podría entrar en su baño sin pensar en Matt y eso la hizo sonreír un poco más.

Se detuvo frente al tocador mientras terminaba de secarse el pelo, encendió la secadora y deseó que el ruido no fuera a despertar a Matthew mientras lo hacía. Ella no era una fanática del maquillaje, pero esa mañana se sintió de ánimos para ello y en vista de que tenía tiempo, dedicó un par de minutos a ello.

Para cuando terminó en el baño, solo le faltaba ponerse a silbar para que su felicidad fuera evidente.

Por suerte no estaba silbando, porque su emoción se desinfló en el momento en el que salió a la habitación solo para encontrarse con que Matt ya no estaba allí, su ropa tampoco estaba y todo parecía señalar que se había marchado, porque incluso había hecho la cama. Mel pensó que aquello era tan irónico que le dieron ganas de enviarle un mensaje agradeciéndole, pero no lo hizo.

En cambio, terminó de prepararse para ir a trabajar. Seleccionó un bonito vestido crema que había adquirido en su última excursión de comprar y se puso zapatos a juego. Al mirarse al espejo pensó que lucía muy apagada, así que para darle a su aspecto la emoción que ella no sentía, tomó una chaqueta roja y se la puso.

Volvió a mirar su cama vacía y de ella al espejo. Al menos lucía mejor de lo que se sentía, pensó y se sintió estúpida. Después de todo, ella misma se había repetido un millón de veces que solo era sexo, pasar la noche abrazados, acompañarse a fiestas o comer pizzas no era parte del trato y era bueno que uno de los dos mantuviera la cabeza sobre los hombros y supiera cuando marcharse.

Con esto en mente bajó las escaleras mirando su reloj, todavía tenía tiempo para desayunar, pero no estaba de ánimo, suponía que podría tomarse una taza de café y pedir algo para que le llevaran a la oficina más tarde.

Entró en la cocina y se sorprendió al encontrarse allí a Matt. Él estaba de espaldas a ella, frente a la estufa y evidentemente estaba concentrado, tanto que no la había escuchado venir, a pesar del repiqueteo de sus tacones.

Mel se obligó a hallar su voz.

—Matt… ¿Qué estás haciendo…?

Se contuvo para no poner la última palabra a esa pregunta. Él se giró un poco y le sonrió, como si aquello fuera de lo más normal.

—Ahí estás. Pensé que tendría que subir a buscarte —dijo, tomando una taza y sirviendo en ella un poco de café. Se acercó para ofrecérselo y Melinda lo aceptó sin saber que decir—. Estás preciosa.

—Gracias —murmuró Mel—. Pensé que te habías ido.

Él no hizo más que sonreír y volvió hasta la estufa.

—Pensé en prepararte el desayuno, ya que por lo que me has contado no has comido muy bien en los últimos días —señaló la encimera—, siéntate. Los huevos están listos.

Mel se mordió el labio. ¿Quién le hubiera dicho que ver a Matthew Foley moviéndose por su cocina con ropa deportiva era tan putamente erótico?

—Así que sabes bailar, dar baños, cocinar… Tu café es delicioso, ¿qué es lo que haces mal? —murmuró, aceptando de buen gusto el planto que él le extendió.

Matt se sentó a su lado, solo con una taza de café.

»¿Tú no comes?

Él solo negó con la cabeza.

—Me conformo con saber que al menos tendrás una comida en condiciones.

Mel puso los ojos en blanco.

—A veces los sándwiches que me compra Jena están muy bien.

Matt le sonrió con ternura y Mel supo, casi de inmediato, que quería decirle algo.

»¿Qué pasa? —inquirió, pero él negó con la cabeza.

—No pasa nada, es tarde —susurró y le dio un corto beso en la boca—. Tenemos que irnos.

Mel miró su reloj otra vez. En parte tenía razón, ella tenía que irse a trabajar, no tenía idea de por qué debía hacerlo él, pero tampoco preguntó y esta vez le costó más trabajo decirse que no le importaba.

 

Cuando marcó el medio día, Mel estaba sumergida en pendientes de última hora, tenía un tremendo dolor de cabeza y quería saltar por la ventana. No lo hizo porque escuchó un toque en la puerta y se giró al momento en que su secretaria entraba en la oficina.

—Me voy a comer —murmuró la pobre chica y Mel estaba demasiado atareada como para hacer otra cosa que asentir— ¿Quiere que le traiga algo?

Esta vez Mel negó sin levantar la cabeza del ordenador.

—Antes de irte, ¿puedes llamar a Hanna y decirle que me puedo reunir con ella en veinte minutos, ni más ni menos. Y llama para saber si el discurso ya está listo, tengo que revisarlo hoy.

Levantó la vista hacia la chica, que la miraba con preocupación y se obligó a añadir:

—Estaré bien, iré por algo después de ver a Hanna.

Jena no le creyó, pero se marchó a hacer lo que le había pedido sin decir nada y ella volvió a sumergirse en el trabajo. Un rato después volvieron a tocar su puerta y Mel maldijo. Miró el reloj para ver si ya era hora de su reunión, pero aun faltaban un par de minutos, ¿por qué nadie entendía el significado de ni más ni menos?




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