Al Son de la Pasión

DIESICÉIS

Mel no tenía idea de que Matthew había notado su huida hasta que advirtió los pasos acelerados a sus espaldas. No se giró porque no quería darle el gusto de verla llorar por él y aceleró la velocidad, desesperada por desaparecer tan rápido como fuera posible.

—¡Mel! —lo escuchó gritarle.

Melinda continuó caminando como si no lo hubiera escuchado llamarla. No estaba muy segura de querer hablar con él en ese momento, no estaba segura de querer hablar con él dentro de setecientos años, si era sincera.

Se había comportado como una completa estúpida obviando las señales de alarma; cenas caras, autos extravagantes, la manera en que se comportaba...  Y el hecho de que aún no sabía ni siquiera cuál era su residencia real. ¡Por Dios, si ni quiera estaba segura de conocerlo a él!

¿Quién era?  ¿Matthew Foley el millonario o Matt el que había estado enseñándoles baile de salón a ella y sus amigas?  ¿El hombre que cocinó sopa de pollo para ella en medio de la nada, el hombre que le había hecho el amor; el mismo hombre que la había abandonado hacía años...? Matthew ni siquiera le había explicado por qué se había marchado sin mirar atrás aquella vez y ella ya estaba permitiéndose sufrir por él nuevamente.

—¡Melinda!

No se detuvo. Le faltaba muy poco para salir totalmente del aquel lugar, una vez estuviera en la calle sería fácil encontrar un taxi, llegar a su casa y encerrarse a solar para tratar de olvidar esa horrible noche.

—Mel —Matthew la tomó de la mano cuando cruzaba la salida del hotel, jadeando—¿Dónde vas?

Ella hizo un tremendo esfuerzo por no dejarse engañar por el desconcierto en el rostro de Matt, no podía ser tan estúpida para creer cualquier cosa que él le dijera en ese momento.

—¿Dónde crees? —Ella también estaba jadeando y además se le sumaba las ganas que tenía de llorar así que se tomó un segundo antes de continuar—. Me voy a casa. Se acabó.

—¿Que se acabó?

Matthew la miró a los ojos fijamente y Mel cada vez era más difícil contener sus ganas de llorar. Ella era fuerte, la mujer en la que se había convertido no se ponía a chillar, así como si nada, solo porque un cretino le había mentido. La mujer que era ahora levantaría la barbilla y fingiría que todo estaba bien.

—Todo esto —señaló sosteniéndole la mirada sin siquiera saber cómo lo hacía.

—¿Que es todo esto? —insistió él con un deje de desesperación en la voz— ¿La fiesta o nosotros?

—Por favor, Matthew, no existe un nosotros. Ni siquiera sé quién diablos eres, señor Foley —Mel intentó no subir la voz, pero al parecer no lo logró, porque varias personas que estaban en los alrededores voltearon a mirarlos.

Lo peor de todo fue que ni siquiera le importó estar llamando la atención.

—Vamos al auto Mel. Te llevaré a casa.

A Mel le molestó ver como Matthew respiraba profundo, como si estuviera… ¿Harto, tal vez? ¿Cansado? ¿Él era quien le había mentido en la cara, jugado con ella como si fuera alguna imbécil y ahora él era el hastiado?

—Puedo llegar sola a mi casa, gracias.

—Por favor. Te llevaré a casa y hablaremos cuando estés calmada.

Mel al menos debía admitir que los intentos de Matthew por fingir una calma que no sentía eran mejores que los suyos.

—Primero que nada: no quiero hablar nada contigo—gritó—, segundo: estoy muy calmada, pero si no lo estuviera, no me calmaría hasta que no te hayas ido bien lejos y tenga la total certeza de que no volveré a verte jamás.

Pese a sus palabras, Matthew se cruzó de brazos y entonces ella se dio cuenta de que intentaba contener la risa. Genial, ahora le parecía graciosa al maldito idiota. ¿Golpearlo en su desgraciado rostro sería demasiado, o al menos podía pisarle el meñique con sus zapatos de tacón?

Antes de que sus impulsos violentos pudieran con ella, Melinda se dio la vuelta para reemprender su camino, pero él se atravesó en su camino.

—Mel —susurró—. Estamos dando un espectáculo, todo el mundo nos mira y honestamente, no es que me importe mucho, pero creo que a ti sí, así que, por favor, entra al auto, solo quiero llevarte a casa.

Ella quiso decirle que se fuera al carajo y que no lo necesitaba para llegar a su casa, pero levantó la vista y se encontró con varios pares de ojos fijos en ellos. Sintió como el rubor de la vergüenza recorría su rostro. Maldita sea, si estaban dando un espectáculo, y si no quería ser la comidilla de todo en un par de minutos, lo mejor era largarse de allí tan rápido como fuera posible.

—Bien —murmuró, pero cuando vio cómo se formaba algo parecido a una sonrisa en los labios de Matt, se vio obligada a aclarar—. Me llevas a casa y te largas, ni se te ocurra hablarme, mucho menos tocarme o te juro por Dios que te voy a sacar a patadas de tu propio auto.

Él asintió demasiado rápido para el gusto de Mel, pero dispuesta a rescatar lo poco que quedaba de su dignidad, ella lo siguió hasta el vehículo. Lo que fuera estaba bien, ella solo quería acabar con esa noche de mierda.

 

Cuando el auto de Matthew se detuvo frente a la casa de Mel, ella ya estaba al borde de un ataque de ansiedad. Estar encerrada con él por más de veinte minutos, en total silencio, era la peor tortura que había vivido jamás.




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