Tan pronto entró a su casa, Mel se desnudó como pudo y se metió al baño, ni siquiera sabía por qué, pero le dolía todo el cuerpo, con su cabeza incluida. Se metió bajo la ducha sin preocuparse por el peinado que le había costado horas lograr.
Profesionalmente, suponía que la noche fue un éxito. Personalmente, no estaba tan segura.
Las lágrimas volvieron a inundar sus ojos, como si alguien les hubiera pedido hacerlo y esta vez, tardó hora y media en parar de llorar. Al menos esta vez estaba a solas, así que no se molestó en intentar detenerse y cuando salió del baño, hacía rato que se había acabado el agua caliente.
Se lanzó en la cama cubierta aún con la toalla y pasó las siguientes cinco horas alternando entre episodios de sueño, llanto e ira. Para cuando comenzó a salir el sol, Mel llamó a su madre para cancelar el desayuno de celebración que habían agendado unas semanas atrás con la excusa de estar muy cansada, a Yvonne no pareció sorprenderle y ella suponía que, después de soltar su maldita bomba la noche anterior, no esperaría que Mel estuviera en sus mejores momentos.
Sin sueño, ni ganas de comer, se sentó sobre su cama y tomó su portátil. No tenía idea de por qué no se le había ocurrido antes, pero en ese momento, solo necesitó poner el nombre de Matthew Foley en Google para que aparecieran un montón de artículos o fotografías de él.
¿Cómo es que ella no estaba enterada de nada? Se hablaba de las empresas de Matt, de sus negocios millonarios, y claro que había una que otra fotografía de él en un acontecimiento importante, más de las que Mel había esperado, en compañía de Benjamin Novak, lo que hacía innegable que eran cercanos.
Mel pasó toda la semana leyendo artículos o lo que fuera que apareciera en internet con el nombre de Matthew, intentando entender que diablos había pasado con él en tan solo siete años. No había mucha información sobre como había obtenido su fortuna, solo información de cuando adquirió una empresa constructora al borde de la quiebra para un par de años después devolverla a su esplendor.
Cuando su dolor de cabeza se hizo más insoportable, Mel miró su reloj para darse cuenta de que pasaba del medio día. Sin ganas, bajó hasta la planta baja. Había lanzando su bolso sobre el sofá nada más entrar la noche anterior, así que lo tomó y sacó su celular. Tenía una docena de llamadas de Matthew, la última de apenas una hora atrás. Además, otro montó de mensajes que Mel borro sin leer.
Volvió a meter el aparato en el bolso y lo dejó en el mismo lugar. No estaba dispuesta a dejarse distraer.
Fue a la cocina y se obligó a comer algo antes de tomarse un par de aspirinas, aunque todo le sabía a paja y era casi imposible no sentir que cada espacio de su casa estaba contaminado con la presencia de Matthew Foley. Si hacía solo un par de días habían estado desayunando juntos en su cocina y ahora estaba ella sola, echa una mierda, envuelta en una toalla que posiblemente le provocara una neumonía y masticando sus tostadas con asco.
Regresó a su habitación y se tiró a la cama para ver si dormida el tiempo pasaba más de prisa. Despertó a las once de la noche, fue a la cocina por un vaso de zumo, se cambió la ropa por un pantalón de chándal y una camiseta vieja y volvió a la cama sin siquiera molestarle en apagar las luces de la casa.
Volvió a dormirse y cuando despertó eran las nueve de la mañana del lunes. Se dijo que debía parar con la autocompasión y aunque no estaba muy segura de poder lograrlo, se dio una ducha y salió a correr una hora.
Ella había pasado semanas añorando el tiempo libre que tendría esos días y desperdiciarlos sufriendo por el cretino de Matthew Foley no tenía mucho sentido; así que cuando regresó a casa, Mel se permitió prepararse la primera comida decente que comería desde el sábado y la comió en el patio trasero, dispuesta a adoptar los lugares de la casa en los que Matthew no había estado nunca.
Cinco minutos después estaba totalmente desesperada. La semana de descanso que había esperado con tanta ansia había pasado a ser una molestia. y apenas era lunes. Ser un témpano de hielo estaba resultado más difícil de lo que esperaba.
Fue a la sala por su celular y encontró nueve llamadas más de Matthew, que ignoró y prefirió sentarse a ver maratones de comedias noventeras que en ningún momento la hicieron sentir mejor.
A media tarde escuchó como tocaban a la puerta, Mel echó un vistazo por la mirilla y vio que se trataba de un repartidor. Ella no esperaba nada, pero abrió de todos modos.
—¿Si?
—¿Señorita Melinda Dawson? —cuestionó el hombre.
Mel quiso ser amable, pero no lo logró.
—Sí. ¿Qué quiere?
El pobre tipo revisó unos papeles y le sonrió.
—Espere un momento.
El hombre se dirigió hacia la mini van aparcada fuera y sacó un enorme ramo de tulipanes amarillos.
—Esto es para usted.
Mel lo miró con cara de pocos amigos, pero tomó las flores y firmó el recibo, luego cerró la puerta y fue hacia la cocina. Las flores llevaban una tarjeta.
''Sé que lo arruiné y lo siento. Te extraño''
Matt.
Tan pronto como identificó las palabras de Matthew en la tarjeta, lanzó las flores al cubo de la basura con la tarjeta incluida. Luego las miró por unos segundos, eran unas flores hermosas, pero no se permitiría conservarlas. Si Matthew creía que lo arreglaría todo con un hermoso, perfecto y carísimo ramo de flores estaba más que equivocado.