Al Son de la Pasión

DIECIOCHO

Volver al trabajo no fue tan reconfortante como Melinda había esperado. Pasada la fiesta de inauguración, sus responsabilidades inmediatas se habían reducido a muy poca cosa, así que varias veces en el día se sorprendió a sí misma pensando en Matthew, recordando la discusión que tuvieron la semana pasada y como él se había marchado de su casa con los hombros hundidos.

Se lo merecía, se dijo. Pero igual eso no logró hacerla sentir mejor. La forma en que le había dicho que la amaba, lo que le decían sus ojos... Ella no había podido dejar de pensar en él. No había dejado de extrañarlo.

Lanzó una mirada a su teléfono sobre su escritorio. Las llamadas de Matt y las flores habían dejado de aparecer desde hacía días y ella no estaba segura de si eso la hacía sentir bien o si solo estaba decepcionada, pero aquel le parecía el momento perfecto para cortar cualquier lazo con el recuerdo de Matthew Foley, así que, en un arranque de rabia, Mel eliminó de su teléfono todo rastro de su existencia.

No era mucho y todavía le faltaría borrarlo de lugares más difíciles, pero le pareció un buen primer paso. Por desgracia, eso tampoco la hizo sentir mejor.

Quizá él no se merecía su amor, pero ella lo amaba de todos modos, y no había mucho que pudiera hacer para evitarlo. Alejarse de Matthew para que él viera lo que había sufrido cuando él se marchó no era nada divertido si ella también sufría.

Ella también lo extrañaba más de lo que había extrañado a nadie, pero no quería darle la idea equivocada de que podía lastimarla todas las veces que quisiera y ella correría a perdonarlo porque lo amaba.

Y sí, era una estúpida masoquista, porque eso era lo que había pasado no una, sino dos veces. Matthew Foley con su sonrisa perfecta, sabiendo siempre que decir… Y ella, ingenua y descuidada, siempre dejándolo acercarse más de lo que era seguro, solo para que al final él terminara rompiéndole el corazón.

Se levantó de su escritorio y se paró frente al ventanal de su oficina. En ocasiones, cuando se sentía muy abrumada le gustaba pararse allí y ver la normalidad con la que transcurría la vida de los demás, eso solía calmarla, solo que esta vez no funcionó. Se sentía igual de inquieta, teniendo las mismas preguntas.

Miró la hora en su reloj de pulsera, 3:48 P.M. Estaba harta de estar encerrada, no tenía nada que hacer y era increíble como Matthew se las había ingeniado para meter su presencia en lugar en los que ni siquiera había estado. Mel lanzó un vistazo al florero vacío en la esquina, donde habían estado las flores que él envió el viernes antes de la fiesta y que ahora solo le recordaba cosas en las que prefería no pensar.

Tomó la decisión de largarse, pero la idea de volver a encerrarse a ver telenovelas no le parecía muy atractiva, así que llamó a Charlie. Su amiga contestó al primer timbrazo.

—Mel ¿Qué cuentas?

—¿Estás muy ocupada? —preguntó inquieta. De repente, la idea de contarle todas sus penas a su amiga le provocó un poco de ansiedad.

—No realmente —la voz de su amiga sonó preocupada— ¿Pasa algo?

—No, no. Todo está bien. Pero me gustaría verte hoy —murmuró— ¿Podríamos encontrarnos hoy en el club?

Charlie se quedó en silencio unos segundos. Mel no podía estar segura de si estaba asegurándose de no tener nada en agenda o si solo estaba sorprendida de que fuera ella quien llamara para invitarla a un trago, cuando solía ser la que evitaba.

—¿En cuarenta y cinco minutos estará bien?

—Es perfecto, gracias, Charlie. Te veré allá.

Mel se acercó a su escritorio y tomó su bolso. Podía llegar al club en quince minutos o menos, pero prefería esperar a Charlie allá, tal vez con algún trago en las manos que la hiciera sentir menos desesperada.

Se giró para salir en el mismo momento en el que la puerta de su oficina se abrió solo un poco y Jena introdujo la cabeza por el pequeño espacio. La chica era demasiado inteligente para saber que Mel no estaba en su mejor día y que encerrarse con ella no era una buena idea.

—Lo siento —masculló—, su madre acaba de llamar, dice que se reúna con ella en cinco minutos.

Mel se contuvo para no poner los ojos en blanco, pero resopló sin poder evitarlo. Claro que Yvonne no llamaría para preguntarle si podía verla, ella simplemente asumía que todos estaban esperando una llamada suya todo el tiempo.

—Gracias, Jenna. Me voy a casa después de verla, por favor, no me llames a menos que se acabe el mundo.

Salió de su oficina y metió en el ascensor, dispuesta a resolver lo que fuera que su madre quisiera como quien se deshace de una bandita. Mientras más rápido hablaran, más rápido podría irse de allí.

Cuando llegó frente a la oficina de su madre, le dedicó un asentimiento de cabeza a sus asistentes, nadie hizo amago de detenerla o anunciarla, lo que le daba a entender que Yvonne en serio la estaba esperando. Dio dos toques en la puerta de su madre antes de pasar.

—Me dijeron que querías hablarme, mamá. ¿Pasa algo?

Su madre la miró a la cara con su habitual falta de expresión y le indicó un sillón con la mano, para que se sentara.

Mel caminó hacia el sillón y sin decir nada más y se dejó caer en él.




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