Al Son de la Pasión

VEINTE

Mel se despertó con un horrible dolor de cabeza. Intentó darse la vuelta, pero había un gran bulto detrás de ella y por un momento, tuvo un ataque al pensar que se trataba de Matt. Pero la bruma mental solo le tomó un par de segundos hasta que notó que ni siquiera estaba en su habitación, que la luz allí era espantosa y que sus amigas estaban junto a ella en la cama. 

Recordó como habían llegado hasta allí la noche anterior, como terminó vomitando nuevamente sobre las alfombras de Charlie después de que se atiborrara de hamburguesas y pollo frito (porque al final habían decidió llevar ambos) y como luego casi perdió la conciencia mientras sus amigas intentaban darse consejos de vida.  

Se levantó de la cama como pudo y frunció el ceño. Estaba segura de que todas tendrías dolores espantosos en la espalda durante todo el día, aunque al menos no sería peores que lo que ella sentía en la cabeza.  

Con dificultad, fue a la cocina, donde tomó tres vasos de agua antes de tomarse un par de aspirinas. Dejó caer la cabeza sobre la encimera, porque ni siquiera tenía ánimos para caminar hasta uno de los asientos para no desmallarse allí mismo.  

Su cabeza daba vueltas y suponía que eso era normal, la migraña también así que decidió dejar que las pastillas hicieran su efecto antes de moverse.  

Estaba tan concentrada en su recuperación que ni siquiera escuchó los pasos que se acercaban hasta que su amiga estuvo frente a ella.  

—¿Me puedes explicar por qué tu cabeza está sobre mi encimera, Melinda? 

Como si mirarla a los ojos fuera algo particularmente importante, Charlie giró la cabeza hasta que estuvo en el ángulo correcto. A Mel le causó un poco de risa, pero sabía que no estaba en condiciones de reír, así que cerró los ojos y respiró profundo.  

—Siento como si me cabeza fuera a explotar y estoy esperando que me hagan efecto las aspirinas.  

Ella pudo jurar que el gesto de Charlie se desfiguró, como si le hubiera hablado en otro idioma, pero eso solo duró un par de segundos antes de que su amiga enderezara la cabeza y caminara hacia el refrigerador.  

—¿Has comido algo?  

Mel negó, no se encontraba en condiciones de volver a abrir la boca, porque cada palabra que pronunciaba era como si algo explorara en su cerebro.  

—Toma —murmuró dejando una bebida enlatada frente a ella—, llamaré para pedir qué desayunar, conozco un sitio donde hacen unos bagels geniales.  

Por suerte ya estaba de espaldas a ella cuando Mel hizo una mueca de asco. Se tomó la bebida que su amiga le ofreció y se la tomó de un par de tragos sin siquiera saborearla y tomó la fuerza para moverse hacia el taburete y dejarse caer en él.  

—¿Dónde está Abby? —preguntó, apretándose las sienes con las palmas de las manos.  

—Tomando una ducha, creo, ¿crees que le gusten los bagels? Tal vez quiera otra cosa.  

Mel volvió a negar. 

 —No lo sé. Tal vez debería irme a mi casa.  

—¿Para seguir revolcándote en la auto compasión, pero sola? 

—Tal vez pretenda suicidarme en la ducha, nunca lo sabrás hasta que lo haga.  

Charlie apenas levantó la mirada de su teléfono mientras tecleaba.  

—Mel, por favor, recuerda que nunca has sido la graciosa del grupo, esa es Abby. Te agradecería que no hagas chistes sobre tu posible suicidio.  

—Tu preocupación por mi salud mental me ha convencido —murmuró poniéndose de pie—, voy a sacar a Abby de la ducha y me voy a dar un baño largo. Sin cortarme las venas.  

—Ja, ja —El gesto en la cara de su amiga no cambió mientras ella por fin dejó su teléfono sobre la encimera—. El desayuno llegará en veinte minutos. Y tengo algo para ti, pero no te lo daré hasta que no dejes de hacer bromas de mal gusto.  

Melinda abrió los ojos.  

—Al menos puedes decirme qué es.  

Su amiga negó con una sonrisa maliciosa en los labios.  

—No, lo siento. Ve a ducharte, hueles horrible. 

Esta vez, Mel no replico y enfiló hacia la habitación. Abby se encontraba poniéndose una camiseta que claramente no le pertenecía, pero ella no estaba de ánimo para decir nada al respecto, así que se metió al cuarto de baño y como había prometido, se tomó su tiempo dentro.  

Estaba agradecida por la intervención de sus amigas y las molestias que se estaban tomando por ella, pero aun así no se sentía de humor para convivir. En cuestión de horas todo se había ido al carajo. No solo el tema de Matt, sino también todo lo que su madre le había dicho, el quedarse sin el trabajo por el que se había esforzado por años... Era demasiado para ella.  

Los toques de Abby en la puerta la sacaron de sus pensamientos.  

—Charlie quiere saber si bajarás pronto para desayunar. Ha estado amenazando con comerse tus bagels y no creo que pueda detenerla durante más tiempos. 

Mel quiso decirle que por ella Charlotte podía comerse todos los bagels del mundo, pero se mordió la lengua y se obligó a ser amable.  

—Ya bajo.  

—Bueno, te dejé algo de ropa sobre la cama, para que no tengas que ponerte ese traje otra vez. Charlie y yo estamos discutiendo si lo quemamos en el patio trasero o sólo lo echamos a la basura.  

No le importaba lo que hicieran con la ropa, así que no dijo nada y Abby se marchó un par de segundos después. Mel entonces salió del baño y se puso la ropa que su amiga le dejó. Los pantalones le quedaban largos y la camiseta era algo incómoda, pero no pretendía quejarse.  

Las chicas estaban en la cocina hablando de tonterías cuando entró y Charlie le extendió el desayuno y una taza de café caliente que Mel agradeció genuinamente. Cuando terminó de comer lo que poco que pudo tragar, Abby se puso de pie y le sonrió.  

—Bien, ahora vamos.  

Mel miró de una a la otra.  

—¿Dónde?  

—Estás hecha mierda, ¿Dónde crees? —replicó Charlie, tomándola de la mano— Tendremos un día de chicas.  




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