La joven apenas se marchaba del antro a plena madrugada, había disfrutado de una agradable compañía con sus amigos. Pocas noches podía hacerlo a no ser que se quedara encerrada en su propia casa, sola entre sus libros. Más bien, le agradaba la soledad, aquel gusto de comunicarse con sus pensamientos, y aquellos recuerdos... No, no debía preocuparse por ello.
Sería un día como cualquier otro, y para llevarlo a cabo debía asegurarse de dejar a un lado a aquellos pensamientos negativos. Tenía ya bastante en su cabeza con los estudios, y matemática era lo que más podía llevarle tiempo, del cual no quería perder siquiera un minuto. Pero debía obligarse a que le importara, al menos si deseaba poder terminar la secundaria.
Y aun así, no tenía idea de los planes que quería hacer en su vida ¿Cuándo se mudaría? ¿Qué carrera escogería? ¿Conduciría un auto o iría en bicicleta al terciario? Claro estaba que no podría pagar una universidad, entonces las opciones eran limitadas para un futuro emprendedor.
No, ni siquiera sospechaba si su meta era ser adinerada o simplemente alguien común de la sociedad. Había demasiadas opciones. Decisiones por doquier y poco tiempo para pensarlo. Demasiado poco.
A mitad de la acera, se detuvo. Expectante. Elevando poco a poco su brazo izquierdo, dirigiendo su mirada hacia aquel reloj de muñeca que le habían obsequiado hace años. Y echó a correr, cada vez más agitada. Aunque la esperanza de estar en medio de un barrio le incrustó un estimado sentimiento de seguridad. Si gritaba podría venir la ayuda, si despertaba al vecindario no correría peligro alguno.
—"Angie".
Su columna vertebral se crispó, resonando la voz entre sus oídos. Al principio sólo en su mente, y luego pudo verla venir detrás de ella, siguiendo el rastro de su espalda escotada por vestir nada más que un jean junto a una blusa ajustada. Angie miró de nuevo el reloj, eran las tres y media. Suspiró, teniendo en claro que empezaría la carrera.
— ¡Angie!
La voz despegó en un grito, con furiosas pisadas detrás de la joven, aquellas que culminaron en una posición donde las manos -rugosas y blanquecinas- también se apoyaron en el asfalto, rasguñando con sus largas garras, destinadas en atacar a la joven.
Angie soltó el aire en plena euforia. Bien sabía que debía soportar a que pasase la hora y todo iría de maravilla. Únicamente tendría que sobrevivir, al igual que en sus días anteriores, aquellos desveladores y ordinarios, donde la maldad se había impregnado a su rutina.
— ¡Angie!
La voz se hizo clara, carrasposa, pero cercana. De un solo brinco alcanzó a la joven, empujándola a centímetros de su distancia ¿Desde cuándo había logrado hacerse tan fuerte?
—Angie... no...
Angie se levantó, corriendo de nuevo a tropezones. Tenía que sobrevivir. Sobrevivir. Nada más que eso. La hora culminaría y se encontrarían de nuevo al día siguiente con la misma temática. Con aquel motivo desconocido por el cual el ser no dudaba en perseguirla.
La voz la seguía como a una sombra, incapaz de dejarla ir. Y nunca lo haría, cada noche la estaría esperando, ansiando visualizar la hora en punto. Puntual como suele ser, sin un minuto de sobra.
— ¡Angie!
Saltó de nuevo hacia la nombrada, vociferando en un grito agudo, demasiado agudo ¿Por qué nadie se despertaba? Era en vano. Angie se tapó los oídos, cerrando los ojos en pleno acto. Y... La hora había cambiado.
Angie soltó nuevamente el aire, el que había estado reteniendo desde la llegada de la visita indeseada ¿Cuantos días más debería estar soportando? No, esto ya le era una rutina, algo de cada madrugada, que continuaría esperándola. Pero esta vez apenas había conseguido escapar.
Sacudió su jean manchado por la tierra, y vio en sus piernas pedazos de la tela rota, enmarañada con posibles arañazos y moretones en su piel. Entre refunfuños se encaminó a su casa, a salvo para otro día de escuela. Apenas iniciaba la semana, aunque por fortuna, ingresaba a la academia nocturna con horarios de diez y nueve a veinte y tres horas. Los conocía perfectamente.
Con lo vivido no era capaz de despegar ni por un momento su enfoque del reloj muñeca en la mano izquierda, aquel que marcaba su sentencia con la afilada aguja en torno a las tres y media.
Editado: 09.11.2020