Al son de las tres y media

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Tras levantarse de la cama preparó los materiales junto al uniforme, debía ir deprisa al baño si quería llegar a la clase luego de haber dormido por horas. Esta vez sin siquiera alcanzar a bañarse.

Decidió tomar un atajo entre casas cercanas a la suya y la escuela. Siempre que se hacía tarde tomaba el mismo atajo para llegar a su paradero. Uno rodeado por las casas del barrio, además de una calle demasiado estrecha y extensa. Tal vez por esa razón conecta con la escuela, aunque ni siquiera los autos capen en el asfalto.

Avanzó los pasos, totalmente sola, aunque asechada por las agujas del reloj que marcaban el tiempo restante para oír el timbre. Y peor aún, el poste de luz no funcionaba, por lo que tendría que transitar el camino a oscuras, atormentada por el miedo.

Más aún sabía que no podía sucederle nada. Estaba a salvo en tanto a salud física, al menos si conseguía librarse de algún resfriado por el incesante frío en el cuello. Más bien se asimilaba a una respiración, a pesar de escucharse inesperados pasos... acelerados, detrás suyo y a varios metros de distancia. Las pisadas la alarmaron a tal punto de acostumbrar una piel de gallina, e hicieron que comenzase a caminar apresurada mientras en lo profundo intentaba pasar por desapercibida. No podía pasarle nada a esta hora, no era ella. Sólo su mente.

La adrenalina la invadía a pesar que tan sólo debía pasar un simple atajo. Entonces fue en ese momento cuando decidió al fin voltearse para mirar atrás, aunque la idea de ver algo inusual le aterraba. Aun así, lo hizo.

El asombro de no ver absolutamente nada le asustó aún más, y también pudo sentir cómo su corazón se detuvo con la sorpresa. Pensó entonces que sólo había sido producto de su imaginación, nada fuera de lo normal. A cualquiera le podría pasar.

Entonces, una vez aliviada, se volteó nuevamente para mirar al frente y seguir el rumbo. Al menos habría continuado si no fuera por el enorme perro que se cruzó en el camino e impedía el paso. El miedo la superó una vez más.

Aquel animal parecía querer morderla, gruñía y ladraba con fuerza, observándola con cuidado, sin dejar de hacerlo. No solía tener miedo a los perros, pero aquel poseía algo que no podía explicar con precisa lógica. Dejó que las lágrimas se le acumularan en los ojos, esperando a que quizás el perro se fuera.

Creyó que nunca lo había visto, recordando así que se trataba de la mascota residente en una de las casas al final del atajo, quien solía estar siempre atado para no irrumpir a los peatones ¿Entonces cómo pudo haberse liberado? Tal vez fue obra del viento. Sí, rompió la soga, dejándolo ir. Nada fuera de lo normal, se volvió a decir.

Intentó ahuyentar al perro exclamando por su vuelta a casa, pero nada funcionaba. El animal en cambio continuó acercándose. Pensó entonces que iría a morderla. Hasta que, por fortuita suerte, los ladridos despertaron a uno de los vecinos. Y con nada más que la presencia externa el perro volvió en sí y se acalló, marchándose luego a su hogar de origen.

No podía dejar de pensar en el animal, avanzando cuanto antes por el camino, esta vez a punto de salir corriendo.

 



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En el texto hay: fantasia, terror, imaginacion

Editado: 09.11.2020

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