Maximiliam Snyder
—Muchas gracias por su ayuda, me felicita al chef.
Al abrir los ojos escucho la ironía en la voz de Miranda en una plática lejana, seguramente ha terminado su porción de desayuno muy rápido con tal de que el doctor se marche lo más pronto posible de la habitación. Despacio reviso la hora en mi reloj. Son casi las nueve de la mañana. Debí quedarme dormido a nuestro regreso por la madrugada.
Ambos se despiden antes de que él abandone la habitación y los pasos de ella se levanten con una sola dirección como cada vez que se lleva un bocado a la boca. Saco el pie debajo de la cama con el cual tropieza, en segundos razono mi acto y busco evitar su caída rodando para amortiguar el golpe.
Ella queda suspendida en mis brazos, entre mis manos noto que su cuerpo es más delgado y frágil de lo que aparenta la bata. Sus iris son misteriosos, una mezcla de azul y gris formando turquesa, uno de los tonos más raros y bellos del mar de Arias. Mi hogar.
Rápidamente se levanta para apartarse de mí muerta de vergüenza.
—¿Estás bien? —pregunto.
—No, eres un torpe —zanja molesta.
Me burlo sin soltarla revisando por encima si no se hizo daño.
—¿De qué te ríes, ridículo? Pude lastimarme.
—Lo evite.
—También lo provocaste.
No para de acomodarse la bata para pasar con esa misma sinergia las manos sobre su cabeza.
»En esa posición debo verme horrible, mis mejillas cayendo y… todo el peso de mi cuerpo —se reprende insegura.
—Estaba concentrado en tus ojos, no son muy comunes, son extraordinarios… —su cara se vuelve completamente roja y muerde sus labios rosas hasta enrojecerlos—. Había muchas cosas que mirar antes.
Se desliza a mi lado con gestos bastantes inocentes sin abandonar su entereza y porte.
—No es necesario que me digas eso Maxim. Yo no tengo el poder para darte un protagónico en ninguna película o comercial.
Me echo a reír con disimulo haciendo que tome una pose erguida y desconfiada. Si quisiera o por lo menos hubiese querido, yo mismo me la habría dado en mis proyectos anteriores, pero ahora soy Maxim, él no es guionista ni mucho menos un experto en edición que pueda alardear sobre la vida que en el más literal de los sentidos ni siquiera tiene. Estoy muerto.
—¿Alguien ha intentado ganar un protagónico de ese modo Miranda?
—Un par de veces.
—Siento mucho que haya sido así.
—Mis hermanos seguido ofrecen fiestas por cierres comerciales o tienen importantes reuniones con celebridades. Alessandro es muy duro de impresionar e Isaí digamos que no le influyen las insinuaciones. Entonces quedo yo… creen que intentando enamorarme conseguirán algo.
—¿Y no crees que al menos una de esas confesiones fue real?
—No me estas viendo —Reprocha mirándome con soslayo—. ¿Quién me querría como estoy?
—Justo porque te estoy viendo es que te lo digo, más de una de esas confesiones debió ser verdadera.
Sus labios quedan entreabiertos y un rojo carmín baña sus poros mientras niega. Todo comienza a ser más difícil para ella, así que opto por avanzar.
—¿Por qué no me delataste con el doctor?
—No ganaría nada.
—Te importo.
—Claro que no.
Me estiro escuchando mis huesos tronar aún adormecidos. Dormir en el suelo es muy incómodo, mucho más en lugares fríos en invierno, no sé cómo soporté esa temporada en Alaska, pero regresar preso a Arias deja de parecer mala idea.
—Le he dicho al doctor Montes que te googlee y estoy impactada. Realmente estás muerto.
—¿Tan difícil es creerme? —sonrío triunfante.
—Tenía dudas y quedé asombrada de todo lo que leí.
—Ya sé, soy asombroso.
—Descubrir que eres gay, bueno eras o sigues siendo, supongo que la muerte no acaba con la atracción.
Mi boca se entreabre enorme, pero no puedo jugar con la memoria de Maxim, me está salvando la vida.
»No te acomplejes Max, no pienso juzgarte. Ni mucho menos por la forma en que moriste. Con razón no quería hablar de es…
—¿Qué leíste? —la interrumpo.
—Eras pintor, acabaste aquí porque tu familia te encontró con un dildo en….
—¡Miranda!
Se ríe como nunca, tiene una risa muy delicada, pero fuerte. Es una niña tan creativa como quienes le rodean, pero tendrá que descubrir lo maravillosa que es si quiere que alguien más lo pueda apreciar. Me recuerda mucho a Hannah a su edad, cuando quería ser tan buena como papá sin percibir que yo aspiraba a ser tan asombroso como ella. Es de ese tipo de personas que se piensan en las sombras cuando quizá son la razón por la que brilla el sol para otros.
—Así que si tienes sentido del humor Enfermita —ironizo.
—Estoy bromeando, pero sí está la fecha y realmente fue aquí —Baja la mirada y veo como la piel de sus brazos se erizan—. Pero donde se desconoce la causa quiere decir que debió ser algo muy fuerte o hackeaste las redes.
Creo que le agradezco a su ansiedad el beneficio de la duda.
—Tal vez —encojo de hombros.
—¿Eres hacker?
—Te dije que no era legal hablar de lo que hice.
—¿Cómo moriste? ¿Por qué puedo tocarte?
—Deje de respirar, el resto es historia. Y a tu segunda pregunta es porque me traes ganas.
Achica los ojos antes de virar la vista. Sí, soy su castigo.
Más tarde vinieron a buscarla ya que harían limpieza de su habitación, justo cuando creí que me atraparían infiltrado Ivan apareció para sacarme porque era requerido en la oficina de psicología. Entonces me encontré con un lugar muy diferente que a mi presuroso ingreso.
Los pasillos no están tan solitarios. Las personas no están desorientadas o confusas como creía. Si irritadas y aisladas unas de otras, pero centradas en diferentes actividades.
La mayoría nos miran al pasarles cerca. Hay personas de todas las edades andando en pijamas o con ese uniforme blanco como el mío en distintas actividades.