Al terminar el otoño

Capítulo |6|

Miranda Livingstone 
 


Pasaron más de cinco días después de aquella charla con contacto inusual, donde quizá descubrí cuan aprensiva soy. Es decir; no conforme con desvariar creé escenarios donde mis alucinaciones tienen más vida que yo. 

Lo analice incluso esta última noche. Hoy es mi primer día en reintegración, no quiero ni puedo arruinarlo o me dejaran podrir en esa habitación.

Con unos minutos ahí me cree a un tipo insoportable, dos días y le puse esposa e hijas. Si me quedo más tiempo en ese reducido espacio capaz y le imagino un gemelo.

En el almuerzo en conjunto lo hice bien, me comí la mitad de la porción obligo, vigilada, pero lo hice, logré contener unos minutos más el impulso de devolver.

Desde luego que lo pensé y sigo pensando la posibilidad. Algo en el fondo sigue lamentándose por todas esas calorías en mi estomago que más tarde se volverán grasa, pero decido obligarme a despejarme en la banca. Busco aire limpio de recuerdos y porque el asunto me está hostigando más que Max. Debo dejar de marearme con el aroma de la comida y de aborrecer disfrutarlo. 

Las mismas personas de la mesa me pasan cerca mirándome sin disimulo como desde que aparecí en el comedor junto a ellos.

Lo entiendo, soy el bicho raro que acaba de ingresar. Deben querer adivinar el motivo. 

—Hola. 

Una chica se sienta a mi lado haciendo que despabile. Debe tener unos veinticinco años, es extremadamente delgada, fuera de lo sano, su cabello está teñido de un rubio muy agresivo, al grado de que estoy segura le tiró la mitad obtener ese dañino tono. 

Hay algo en sus rasgos faciales que me resulta familiar. Tiene porte y gracia, aunque su imagen manda cuesta abajo todo. 

—Te me haces conocida —menciona como si pudiera leer mi mente—. He trabajado en agencias, ¿es de ahí? Aunque no lo creo.

Me mira de los pies a la cabeza con una risa despectiva. Ya sé, mi cuerpo no es precisamente de comercial.

—No sé —reniego con sorna. 

—Yo era modelo. 

Mi estómago tiembla al creer reconocerla, ¿Jessica Rousseff?

—¿Y por qué terminaste aquí así de descuidada y demacrada? —le devuelve mi lado malvado.

—Algo sobre una dieta deficiente de calorías —Cambia de lugar su esquelética pierna—. ¿Tienes un cigarrillo? 

—¡Por supuesto que no!

—Tranquila mojigata, si afuera no eras nadie aquí menos. Ni al caso tu reacción espantada.

—Cuidado como me hablas que no somos iguales, arrastrada.

El enojo de mi estómago viaja hacia mi garganta al reñir de forma visual.  

A esta mujer la vi hace algunas semanas sumamente perfecta en las portadas que editaba el equipo de papá, usando un par de diseños de Merliah, lucía delgada, poderosa e imaginaria que en lo más alto del mundo.


 

Tomo la toalla limpia que dejan en mi baño antes de las 6 am, así como la bata para cambiarme aprovechando que Gasparin se ausentó cuando vinieron por mí desde el desayuno. 

Me quito lo que traigo puesto y dejo el chorro de agua humedecer mi piel. Veo con desánimo los productos de higiene personal, nada que ver con los que usaba en casa, mi cabello terminará como el Jess.

Productos corrientes y genéricos, me invade la cólera al destapar el acondicionador de dudosa calidad a la par de que la puerta del baño se abre justo en mis narices y Maxim se asoma sorprendido.

—Creí que estarías más tiempo con la psicóloga y quería aprovechar a tomar una ducha… —explica esforzándose por mantener contacto visual. 

¡Pero si estoy desnuda! Intentar cubrir mi cuerpo con el agua o las manos sería como querer encontrar una neurona en su cabeza. 

Se queda relajado en la puerta recargando su perfecto cuerpo en la pared con satisfacción. Quiero despegar mi vista de la toalla que lleva en la cintura, ahí donde una V se asoma debajo de su increíble abdomen. 

—Continua Miranda —ordena.

—¡Vete de aquí! —le exijo avergonzada.

La tensión se presenta, cuanto más se acerca más noto lo grande y amplio de su cuerpo. Todo tan bien estructurado, los contornos de sus músculos, lo ancho de su espalda, su altura, la rigidez de su cara y la intensidad de sus ojos. Parece sediento, ¿vendrá de estar con alguien o por qué hay tanta exitacion en sus iris?

—Ahora justifico mi curiosidad. 

—¿De ver a una gorda desnuda? ¿De saber cómo es un cuerpo común?

—No, de tu cuerpo rosa, de tu piel, de corromperte —asegura errático.

Mis mejillas arden pese al agua helada que las moja. Ni siquiera el cabello me cubre los senos, está a la altura de mi hombro.

Su fuerte brazo me induce al mueble metálico donde yace mi cambio de ropa. Siento como me quema el frío de la superficie helada en los glúteos, lo ignoro fácilmente cuando sus labios lamen y mordisquean mi cuello, después los hombros, su dedo índice me recorre la columna,  sus labios deslizan hasta mi espalda baja y vuelve para derribarme de frente.

 Acaricia, besa, muerde mi frágil cuerpo.

—Me muero por probarte, mucho más por poseerte. 

—¿Qué tan literal es eso cuando lo dice un fantasma? 

Se mofa masajeando mis pechos con las yemas de sus dedos hasta endurecerlos e introducir uno a su boca volviendolo suave con la mayor perversión que le he visto. 

Desciende en un recorrido lento hasta mi zona más delicada estrujando mis caderas entre sus manos. Inundando de calor y desespero con cada roce.

—Eres tan suave —informa antes de inclinar su rostro sobre mí abdomen. Cubro mi boca para ahogar los jadeos que sus movimientos provocan.

Cuando creo que vendrá lo siguiente me abandona, levanto la mirada y veo a Max bajo la regadera con la cabeza recargada sobre su brazo en la pared.

—Yo… ¡Adiós!

Exclamo colocandome la bata y buscando mi ropa interior aún sentada.

—No te vayas Miranda —Me detengo en el último botón con los labios entreabiertos.



#1642 en Novela romántica
#592 en Otros
#212 en Humor

En el texto hay: romance, comedia humor, diferenciaedad

Editado: 01.08.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.