Maximiliam Snyder
—Max —escucho tronar los dedos de Anne cerca de mí y sin dudarlo sigue la trayectoria de mis ojos—. ¿Miranda? ¿De verdad?
Fórmula una de esas sonrisas maternales y espontáneas que hacen las madres cuando le hablas de alguien del preescolar, a excepción de la mía, después de tantas creo que perdió la sensibilidad.
—¿De verdad qué? —Siseo despabilando.
—Estás atontado viéndola.
Niego sosteniéndome seguro, firme e inflexible a su teoría. ¿Yo mirándola?
—No es una mirada de amistad, estás tenso Snyder.
—¿A quién no tensa esa mujer? De momento es dulce y de la nada parece que le llegó el periodo después de tres años.
—¿Y en tu tiempo libre decides mirarla aunque no la toleras?
—No he dicho que no la tolero. Solo que tenemos choques esquizofrénica-alucinación difíciles de explicar.
—¿Aún no le has dicho que eres real?
No, porque de cierta e irracional manera eso haría que me evitara y sobre todo que ya no pueda escabullirme a su habitación. Hasta síndrome de Estocolmo me generó la psicópata.
—Estoy segura que le gustas, pero…
¿También? Insinúa que esa agresiva sin remedio me gusta.
—¿Ha considerado tener su propio psicólogo Anne?
Continuamos hasta que la demente se nos cruza por el camino. Mi lado confianzudo le muestra la lengua haciendo que su habitual llamarada visual arda en mi dirección.
—¿A qué le haces muecas Miranda? —le pregunta Anne amenizando nuestra riña.
—Yo… —balbucea nerviosa.
—¿A mí?
—No señora Hoffman, con permiso, me dirijo al salón de ajedrez.
Ambos hacemos un ademán dándole paso muy asombrados de la amabilidad que está estrenando. Paquete recién abierto.
—No abuses Max —me advierte volviendo a mí—. Miranda no tiene definidos los límites. Es todo o nada.
Percibo la extrañeza en mi cara y el achicamiento de sus ojos me lo corrobora.
—Lo tengo contemplado.
—No aceptará tener tu atención solo un rato y después ya no, de la agresión psicológica puede venir la física y no solo contra ti sino a lo que te aleje de ella.
—Puedo con eso.
—No conoces sus niveles de manipulación, ni siquiera los percibirás.
—Justo ese pensamiento es lo que ella odia.
—Y por eso está aquí. Yo no dudo que sea una buena chica. Mientras te sienta de su lado puede seguirte el coqueteo, apenas se sienta atacada puede terminar acusándote de acoso o algo más grave y no creo que te venga bien ser expuesto por una rabieta que terminará negando cuando se le pase el enojo.
Intento reaccionar neutral, porque tal vez si estoy actuando como Miranda quiere. Y, estoy basando mi conocimiento en ella desde la personalidad que quiere darme.
Con la mano me pide que me siente frente a ella en las bancas de cemento del jardín.
—Hannah tiene buenas noticias —informa pensativa—. Alguien llamada Mónica logró conseguir un convenio "para grabar un filme entre dos agencias". Ella enviará equipo y personal para la serie de la autobiografía de Emil Iverson que son nada más y nada menos que un equipo de investigación privado que se infiltraran en el proyecto para investigarlos desde adentro.
—Mónica —froto mi frente angustiado.
En el fondo siento que la mueve la culpa. No apostaría a perder tanto por mí sin motivo.
—¿Ese nombre te remueve algo?
Pregunta siendo tan metódica como siempre. Es difícil expresarme fluido sin que intente leerme con esas metodologías psicológicas que trae incrustadas.
—No lo sé, fue mi última novia formal…
Hasta que claro la encontré besando a su mejor amiga Katherine y casi me llevé su amistad con mi hermana entre los pies.
—Dejamos un fragmento sin cerrar, es loco de explicar y aún más que algo retumba en mis adentros apenas se hace presente.
Algo golpeó mi cabeza, no al grado de herirme, pero si me dolió. Giro y Miranda le entrega un par de libros y dos folders a la psicóloga casi sobre mí.
—¿Acaso no me viste, Esquizofrénica? —reclamo ofuscado.
Ella mira a los lados sin reparar en mí y se agacha cerca de Anne.
—¿Ha dicho algo señora Hoffman? —Anne niega y la intensa prosigue—. Lo envía el doctor Montes.
Ella se ríe de lo inmadura que es esa chica mientras niega recibiendo el encargo antes de que Miranda se marche.
Y yo también.
—¿No me viste? —tomo suave su muñeca deteniéndola.
—¡Oh Max, aquí estás!
—¿El chiste viene aparte o cómo?
Continúa avanzando por el jardín conmigo detrás sin dejarme ir a su par.