Miranda Livingstone
Sobre las cuatro am me despierto con el movimiento en el colchón y el aumento de luz en la habitación. Ya es casi habitual que Max se vaya sobre esta hora, a donde no lo sé. No suelo creer sus historias sobrenaturales.
—Debo irme a mi habitación, Demente. —su cuerpo caliente me abraza fuerte desde atrás dificultandome respirar.
—¿Tu habitación?
—Sí, pero —me pega un post-it en la frente que me despego a prisa 《Nos vemos a las 3 pm en el jardín》—. Te veré más tarde.
Sin mayor complejo se levanta estirándose, dándome esa jodida y perfecta imagen de sus músculos trabajados enmarcando su espalda debajo de la camisa.
—Max —lo detengo—. ¿Ayer... te cuidaste?
Tira una sonrisa sombría profundizando el marrón de sus ojos. Dejando ver ese atractivo y seductor miel.
—¿Temes que te haga un Fantasmita? ¿No te gustaría ver una mini versión mía?
—Me caes mal grande que te voy a querer andar viendo en chiquito.
—Con tus ojos.
Ni siquiera sé si quiero ser mamá. Sí me gustan los niños, pero mínimo espero que el papá este vivo y sea visible.
—Obviamente te vería con mis ojos, inepto —reclamo.
—Sí —se jacta terminando de acomodarse la camisa—. No te preocupes, sé lo que hago.
Asiente cínico después de encogerse de hombros al tiempo que señalo el muñeco que traje de la habitación de mi madre.
—¿Podrías llevártelo? Me da miedo. —Dermes con un fantasma, pero te asusta un muñeco, bien anormal.
Más tarde en el desayuno veo caer la pasta sobre el plato con desagrado, hoy han aumentado una cucharada más a mí objetivo de esta semana. Me es difícil no pensar que esto es todo carbohidratos, que no hay forma de sacarlo al cien por ciento de mi cuerpo y que seguramente he subido más de un kilo desde que ingresé.
—Estoy asqueada —comenta Jess viendo su plato y oprimiendo su pequeña cintura.
Comienza a volverse monótono las quejas de las chicas con sus platillos, las peleas contra esto y las repugnantes tácticas que implementan para eliminarlo.
—He escuchado que el nuevo tiene una gran fortuna —exhibe Sandra siguiendo la vista de Jessica sobre Max en la mesa conjunta.
—No es lo único que tiene grande —comenta Jess burlesca. Me centro en no confirmarlo—. Yo creo que otra es la rica, seguro te estas pudriendo en dinero Miranda, no veo otra manera de que todo eso esté detrás de ti.
La dejo ladrar cuanto quiere aunque me esté corriendo ácido por los intestinos. La clase es lo que nos distingue, así que me siento en total calma para responderle con educación.
—Sé a la perfección que tus cuentas están muy interesantes también, no veo que estén muy pendientes de ti.
Hace una mueca nítida, sus ojerosos ojos se acentúan más hundidos de lo normal en su pálido rostro.
—Yo no necesito la atención de ninguno de estos inadaptados, allá afuera soy alguien. No una sin chiste más.
Una mano me aparta de ella llamando mi atención con un tirón.
—No le hagas caso, así es Jess, siempre intenta estar sobre los demás, ser el centro de atención en donde se para. ¿Sabes? Fue modelo y no asimila que está tan perdida como el resto.
¿Eso tenía que ser alentador?
Solo le dedico una sonrisa cortés a Sandra. Después Jess se integra como si no hubiese dicho nada.
Sobre las tres de la tarde me dirijo al jardín para reunirme con Max como lo acordó en su nota.
De estar en casa habría alisado mi cabello, aplicado maquillaje y buscado mi vestido más bonito para encontrarme con alguien como él, que haciendo recuentos mentales ni siquiera son bonitos; todos son anticuados, cubiertos y de no ser porque son de marcas exclusivas e incluso diseños únicos pareciera que salieron del closet de una abuela.
Si en este momento estuviera en casa ya habría tomado un cerillo para quemarlos en conjunto en un rincón de mi armario.
Es preocupante que alguien te abra la mente tan rápido.
Al acercarme veo a Max conversando con Ivan debajo de un árbol, ubico cierta tensión entre ambos, ya que el primero tiene seriedad de muerte y la mandíbula cada vez más tensa según responde.
—¿Anne lo sabe? —cuestiona con la vena de su frente exaltada.
—Si, vendrá antes del sábado, necesito que te mantengas silencioso para que cualquier movimiento que debamos hacer sea lo menos sospechoso posible.
—Y yo necesito hablar con mi hermana.
—Desde mi punto de vista deberías alejarte de cualquier dispositivo y volver a tu habita...
Llego a ellos haciendo que paren en seco, él está sobre una manta a cuadros sacando botellas de colores de la hielera que claramente le trajo el enfermero.
Ambos sonríen forzados antes de que el segundo se marche y yo tome lugar junto a Hoffman sobre el pasto. Frota los mechones bronces de su cabeza reponiendo su cara antes de hablar.
—¿Todo en orden Maxim?
—Sí, todo bien.
Inmuta casi derramando el líquido rojo que vierte apresurado.
—¿Qué es todo esto, Max?
—Nuestra primera cita.
—¿Estamos saliendo?
—Realmente estamos encerrados.
Me obligo a sonreír y él me imita comenzando a sudar.
—¿El resto puede verte? ¿No me ven a mí hablando sola bajo el árbol, verdad?
Ríe sin alegría y tardando en responder.
—Te habría invitado un buen merlot, estoy seguro que disfrutas las bebidas suaves, pero no me dejaron introducir alcohol.
Mi mirada va y viene pues todos nos miran, ¿En serio no estaré hablando sola a mitad del jardín sosteniendo la copa? ¿Y si ni siquiera existe la copa?
—Está bien, jamás me ha gustado beber en público.
—¿Por qué?
—No es muy decente ver a una chica con... —ni siquiera termino cuando está riendo.
—La decencia no se emplea así.
—Cuando solo te queda eso haces todo por no perderlo.
Vira los ojos con pena, tamaño crige le causa escucharme aunque no puede importarme menos.