Desde enero hasta marzo combatí una lucha interna por dejar de intentar verlo, de esperarlo, de despertar por la madrugada gritando su nombre deseando que todo fuese una pesadilla.
Al término del primer año las cosas mejoraron, me sentía mejor conmigo, la convivencia generó una especie de empatía que solo la cruda realidad podía desarrollar.
Hice un par de amigas con las cuales podía al menos sobrellevar la soledad y sumar fuerzas contra lo que nos aquejaba.
A los dos años mis objetivos impuestos iban tan bien que podía irme si conseguía el consentimiento de mi familia, pero no quería ni siquiera intentarlo.
Se aproximaba mi segundo otoño. Volvía a ver las hojas caer anunciando el invierno desde el interior.
Y era la primera visita que le aceptaba a papá.
Me ponía nerviosa verlo desde otra perspectiva, desde mi lado adulto y no la chica con aires de princesa que tenía feliz con obsequios y la cuenta llena.
La que no pedía saber más allá de lo que él quería decirle. La que se limitaba a ser perfecta y no provocarle dolores de cabeza a la familia.
Alessandro Livingstone se presentó aquella tarde en mi habitación. Desde los barandales podía ver cómo cuidó no ser visto ingresando aquí. Entonces me cuestioné; ¿Qué habrá dicho afuera sobre mi ausencia? ¿Master en finanzas? ¿Cursos en Italia? ¿Atender la agencia con Aless en Alemania?
—Hemos intentado hablar lo menos posible del asunto. Pasaste desapercibida hija —comentó acomodando su fino traje al sentarse en la mullida cama. Su mirada azulada se paseaba incómoda de una pared a otra.
—¿Cómo está mi madre? —pregunté siguiéndole de cerca.
—¿No te interesa saber cómo estamos el resto?
—Era lo único que me importaba de ti..
—No entiendo que te hice.
—La alejaste de nosotros para quedar como un excelente hombre merecedor de otra oportunidad, te las ingeniaste para que todos viéramos bien tu divorcio y como tomabas la mano de alguien con la mitad de edad que tú —Me sincere viéndolo de reojo. Sin notar una sola gota de arrepentimiento—. ¡Hiciste que toda la prensa la viera como una mala mujer y lo más asqueroso fue que a nosotros sus propios hijos nos vendiste la misma versión!
—¡Tu madre fue la que me pidió el divorcio!
—Mi madre necesitaba ayuda, ¿y dónde acabó? Aquí al igual que yo, eso solo me confirma que si tuviste el coraje para hacerle esto a tu propia hija claro que lo tuviste para con ella.
—No vine para ser juzgado —zanjó frotando la vena de su frente modulando su voz.
—¿Y qué esperabas, qué te aplaudiera tu poca hombría? ¿Que te preguntara como esta mi mami Merliah? —Mi estómago se apretó solo con mencionarla—. ¿Tienes idea de cuantas noches llore por no ser tan perfecta como ella? ¿Por sentir que estaba por encima de mí?
—¡Jamás te la impuse!
—Cuántas veces sufrí porque sin dudar tú la habrías elegido. Por que jamas le pusiste un alto en sus palabras...
—¡No tengo el tiempo para discutir contigo, vine a decirte que tu madre tiene cáncer terminal! —Le hice perder los estribos y con ello el tacto—. No debí, Miri..
Fue de los golpes más duros, el que me hizo despertar y querer salir del hospital a afrontar la vida real, a recuperar un poco de lo que ambas perdimos.
Esa tarde le pedí que solicitara mi salida, que ambos firmaramos nuestro consentimiento. Y, sí, pasaron más de veinticuatro horas para que se llevará a cabo y, Aless, mi hermano viniera a recogerme al día siguiente.
Ese día no logré responder ninguna de sus dudas mientras viajábamos a casa de nuestro hermano Isaí. Lo peor es que en sus palabras solo entendí que debería estar agradecida y mucho más madura después del tratamiento.
Ni siquiera me importaba, solo quería verla a ella.
Al abrir la puerta Mara la mujer que fue nuestra nana sostenía un pastel junto a Isaí buscando darme una bienvenida acogedora. Solo remolieron las heridas, no estábamos de fiesta, mi madre moría.
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—Apenas te reconoces Miranda.
Eso me decían con sorpresa durante el sepelio en lugar de recibir condolencias, más parecía que haber sido yo hubiese estado mal.
Me dolía que prefirieran esa versión de mí, cuando claramente tuve que hacerme pedazos para crearla. Cuando tuve que odiarme hasta desaparecerme para agradar a sus ojos.
—¿Quieres que te lleve a casa? —preguntó Daen cuando todos comenzaban a irse del cementerio. Incluyendo a mi hermano Isaí.
Daen, su interés habría sonado mágico hace años.
Giré a ver quienes quedan cerca aún y me concentré en Aless solo a lo lejos sobre una lápida desconocida para mí.
—Debo ir con...—Lo señalé ligeramente nerviosa. Incapaz de terminar una frase.
—Lo entiendo, solo que le prometí a Jolie cuidarte porqué tu hermano irá al hospital con ella y Abi.
¿Abi? Esa pequeña que a mi salida del hospital insistian que era mi sobrina, aunado a que no me quedaba duda. En su finito rostro veía los ojos de mi madre y a la vez los de mi hermano Isaí. Ese color gris oceánico tormentoso.
—Espera un momento aquí Weller, ya vengo.
Él me obedeció y yo me seguí hasta Aless. Según comprendí al leer de cerca esa era la tumba de Abigail Collins, la hija de la psicóloga Hoffman.
—Hola hermanita —me saludó apenas me percibió.
—¿Estás bien?
—Sí, yo estaba un poco preparado para esto —admitió abatido y desquebrajado—. Mejor dime, ¿Cómo estás tú?
Decirle que anterior a esto había perdido a alguien que ya estaba muerto no se escucharía muy sano de mi parte. Así que solo asentí inventando lo que me permitiera estar libre un rato más.
—¿Sabes dónde están los restos de Maxim Hoffman?
Asintió extrañado de mi interés.
—¿Por qué?
—Necesito que me lleves ahí.
—Su lápida está como a seis horas de aquí en Ginebra.
Vire los ojos con hartazgo, tenía claro que debía controlar mi impulsividad por lo que asentí comprensiva.