Miranda Livingstone
—¿Acostumbras venir siempre tan tarde?
Pregunto al verlo montar un trípode al suelo buscando un ángulo exacto en la cámara. Dudo que esa lente pueda capturar la mitad del misticismo de esta playa, del silencio, de la luz y armonía que hay ahora mismo.
—Sí, sobre todo cuando quiero postear buenas tomas en mi perfil. Este lugar es perfecto.
—Demasiado.
—He tomado una de las cámaras de Hannah, por lo que…
—Iré a aquel extremo para no estorbarte, toma tu tiempo Max.
Me alejo hasta adentrarme en la orilla del mar jugando las pequeñas olas luminiscentes con las manos, poco a poco comienzo a saltar para que las gotas brillosas salpiquen nuestro alrededor de diminutas estrellas azuladas.
—¿Te puedo tomar una foto, Livingstone?
Detengo mi caminata desarrollando pánico escénico.
—¿A mí? Vengo versión pordiosera.
—Justo ahí pareces un ángel caído.
—¿Me estás diciendo demonio?
Se carcajea fuerte enfocando la cámara.
—Estás bien informada.
No tardó en tomar las fotos necesarias y venir a mi lado a la orilla, ahí sentados presenciamos los colores del cielo en su momento más oscuro y justo ahí es cuando las estrellas brillan más.
—Mi abuela materna decía que cada uno de nosotros ve una estrella más luminosa que a las otras millones que hay en el cielo. Y que dos personas no podrían enfocarse en apreciar a la misma.
—La mía no decía cursilerías —Max omite reír según noto los movimientos de su cuerpo—. Quizá porque no teníamos estrellas que mirar hasta que el abuelo se fue. Y entonces si alzaba la cabeza al cielo.
—La más brillante es mi madre y no quiero poder ver ninguna estrella a su alrededor, no quiero tener que mirar al cielo buscando una sonrisa, no quiero confirmar si me acompañan o no. Sí es así quiero que sea la única estrella que vea mi familia.
Me cubrió con su abrigo y nos quedamos abrazados hasta que los tonos grises del amanecer comenzaron a volverse rojizos y entonces volvimos a la casa.
Ahí nos encontramos con que parece la batalla diaria de Hannah, peinar a las gemelas para llevarlas a tiempo al colegio.
Arriba el piano emite notas no tan complejas y sí un tanto repetitivas, por lo que descarto que sea Louis, aun así las sigo, escuchar eso me trasladó a mi infancia con mi propio pianista.
—Tocas muy bien el piano Sam.
—Lo llevo en la sangre, ¿Si sabes quien es mi papá?
—Próxima aclaración a Samantha agregada a la lista —Susurra su tío siguiéndome los pasos, aunque sale sobrando, tengo claro que ella no podría tener un mejor padre que Iverson.
—Si, tienes razón, pero lo has logrado tú misma.
—Ya sé, mi mamá me lo dice.
De un salto baja y me hace a un lado para abrise paso a su habitación.
—Tío Max.
Él se vuelve a ella rápidamente.
—¿Crees que me hace falta el campamento de verano para niños talento?
—Vas a distraerte, harás nuevos amigos y eso, mi niña.
—¿Pero no lo necesito? ¿Toco bien el piano y bailo bien?
—Muy bien.
—Es que mi papi le dijo la dirección al papá de ese niño cabezón de Zuathella, y arruinó mi campamento.
—Esos lugares están llenos de actividades, ni siquiera los verás.
—¿Como que cabezón? —pregunto y tanto Sam como Snyder dejan escapar un “Ops”—. De niña yo insultaba al niño que me gustaba, Sam.
—Creo que lo sigues haciendo aún —apela Snyder.
Pronto escuchamos risas en las escaleras y Hannah reaparece con las gemelas, una en cada brazo.
—De haber sabido que la maternidad de tres era así yo misma hubiera esterilizado a Louis —Debate maniobrando las mochilas y a las niñas—. Sam, cariño es hora de irnos, sube al auto.
—¿Ocupas ayuda Hannah? —ofrezco siendo desintegrada en un vistazo.
Sin borrar el hartazgo matutino vuelve la mirada a nosotros dos. Si, ser mamá se ve increíble y que miedo si en los genes de Maximiliam cabe la posibilidad de un embarazo doble. ¡Bueno y a mí porque me preocupa que él se pueda clonar en el vientre de una mujer!
Daen no tiene antecedentes con eso ni yo tampoco. Eso es más sensato.
—¿Salieron tan temprano, Max?
—Un chapuzón mañanero no puede faltar —le responde cínico—. Omitiendo el chapuzón.
—No tengo tiempo para tus tonterías. Ahora regreso a preparar el desayuno.
—Yo me encargo, descuida Hannah.
Obtengo solo un mohín disfrazado de sonrisa.
Ella se desliza a tomarle la mano a Sam con ese par repetido riendo de sus dificultades para cargarlas.
—Por cierto Miranda, tu equipaje llegó hace media hora, se encuentra en la sala.