Miranda Livingstone
Los libros cuentan que el amor se siente como un millón de mariposas revoloteando en el estómago, algo que te eriza la piel y te envía a un sitio desconocido. Yo lo definiría como todo lo contrario, como paz absoluta. Un lugar seguro, calidez ante la tempestad.
Como el aire fresco, el aroma del café, una manta en invierno, la lluvia inesperada en verano. Como un buen libro en un viaje largo.
Mi estimado…
Mi querido Daen —suena mejor.
Mi querido Daen, aún recuerdo cuando nuestras miradas chocaron aquel tormentoso otoño donde sentía perderlo todo, donde incluso parecía una extraña en lo que conocía como mi hogar, pero ahí estabas tú, fuiste lo más conocido entre lo desconocido. A mi regreso todo había cambiado y al verte reviví todas las emociones que había experimentado antes, como si haberte apreciado desde siempre hubiese sido lo único que había hecho bien.
Volví a ser la chica que fantaseaba con el capitán de fútbol. La que se derretía por el chico popular, por el atento y codiciado líder, más muchas otras emociones nuevas que no creí que existieran…
Nuestra historia comenzó, conocimos quienes somos realmente al frente y detrás de los reflectores, a solas y acompañados. Y aunque a veces no solo nuestras miradas son las que chocan, hemos podido con eso y más. Hemos afrontado la vida de la mano y contra la distancia.
Te prometo amor eterno.
Borro el último texto insegura.
Te ama Miranda Livingstone Weller.
Bajo la pantalla de la laptop bastante nostálgica y mucho más al regresar la vista al ajetreo de la casa.
—Jolie y yo podríamos ser tus damas de honor —Comenta Cristina sellando una invitación más—. Así ambos hermanos serían nuestros acompañantes y las fotos serían espectaculares.
—Sí eso implica que Aless e Isaí se vistan iguales no querrán —argumenta Hasson—. A veces me cuesta que acepten en público que son familia.
—Bueno, en la primera cena Miranda dijo que Hannah Snyder era su mejor amiga, ella puede ser otra dama y la chica que acompañaba a su mejor amigo en la premiación…
—Limítate a lo que tenemos, sé que Jolie no es mucho, pero es lo que hay.
La castaña me mira con soslayo y opto por reparar la mirada en la testigo de mi asesinato inducido.
—¿Sí has enviado una invitación a la casa de los Snyder? —pregunta justo ella levantando la ceja derecha.
—Envíe suficientes a la agencia Simmore en Arias.
No es conveniente contar que el alcohol que circulaba en mi sistema cuando decidí enviarlas no me dejaba pensar bien en las direcciones, de otro modo no me hubiese atrevido. Cuando digo alcohol me refiero a media copa de champagne.
Cristina se levanta para echar otras diez invitaciones al saco de terciopelo al centro de la mesa.
—Entonces Jolie y yo necesitamos ir a ver vestidos idénticos.
—Soy talla cinco, perdón que no las acompaño —Aqueja pesimista—. Lo siento, pero debo obligar a cuatro niños a medirse sus propios trajes está tarde.
—¿Cuatro niños? —interrogo.
—Mis hijos y esas dos cosas que miden más 1.80 que parece que adopté al pisar el altar. Isaí es tan relajado que es capaz de medirse el traje hasta esa mañana e inquietarse si no le agrada como luce y Aless como no está del todo feliz es capaz de olvidarlo. Los veré en la agencia, ahí se los están confeccionando y el mío.
—Podríamos usarlos iguales solo en la iglesia y te cambias para la recepción —le propone Cristina.
—Buena idea, no creo que a Isaí le agrade la idea de que no use el que me diseñó.
—¿Él también es diseñador de moda?
—No, pero ha tenido esa costumbre conmigo, según él imagina lo que se me verá bien. Y siempre acierta.
De la nada retoma su sonrisa evitando agregarme esos pendientes a mi lista de cosas que terminarán por volverme loca.
—¡Me muero por ver a mi mejor amigo en el altar! —me abraza—. Gracias por hacerlo feliz, desquiciada.
—Se te hace tarde —le recuerdo para que me suelte.
—Es cierto.
—De hecho —susurro—, no creo que batalles hoy con Aless, fue a recoger a Fri y a su nana al aeropuerto.
—¡Perfecto, la otra batalla se resuelve más fácil!
De igual manera se levanta y sube llamando a los niños tras recibir la confirmación del chófer quien ya está afuera a su espera.
—Y quedamos nosotras —sisea Cristina.
—Las invitaciones casi están, ¿Quieres que te acompañe a ver los vestidos?
—Excelente idea.
—¿Será como ir de compras con amigas? —zanjo divertida.
—Eso creo, ¿Hacías eso con tus amigas?
Me heló solo de tener que pensar una respuesta franca a mi favor. No es como que quiera darle mal aspecto a Aless con una hermana asocial incapaz de hacer una sola conexión humana sólida.
—Claro, casi a diario.
—Los beneficios de ser rico —bromea tomando su abrigo—. Yo y mis amigas apenas y salíamos por un café entre exámenes.
—Tenía muchas amigas.
Continuo y su cara se sincera cuanto más torpes se vuelven mis fantasiosas palabras.
—Ahora que soy tu amiga puedo acompañarte también.
—Yo te invito el café.
Nos reímos de forma amena y tomamos camino en mi audi. El primer copiloto que no se queja de mi selección musical. Vamos bien.
Sobre todo porque ella estudió gastronomía y relativamente podríamos tener proyectos de interés. Aunque dada mi poca formación en esa área no aporté nada interesante a nuestra charla.
Solo anécdotas de mamá y por ello valió la pena, tal vez eso encuentra Aless, la oportunidad de sacar ese tema que los tres omitimos por la culpa que aún sentimos.
Fue un lío encontrar un color que nos gustara a ambas. Por la estación, sus factores físicos, los tonos elegidos en la boda, el horario del evento…
Al final celebramos con helado.
Comí helado sin sentir culpa y hasta cierto punto disfruté hablar de mi boda.