Maximiliam Snyder
Tres meses después.
El sonido de las olas del mar me despierta, ya es habitual encontrarme a Miranda admirandolo casi hipnotizada por el ventanal del balcón frente a nuestra cama, como si olvidara que puede salir a verlo de cerca.
Le aviento una almohada como proyectil y se gira solo con mi camisa puesta. Ni a mí se me ve tan espectacular como a ella.
—Jamás me cansaré de ver ese paisaje al abrir los ojos —murmuro acalorado con los primeros rayos de sol que se filtran a nuestra habitación.
—El mar es maravilloso Max.
—No hablaba del mar. ¿Te has visto recién levantada y con mis camisas?
Forma una frágil sonrisa empalmando sus manos contra el cristal.
—Sí me he visto, pero...
Me levanto a apretarla contra mí desde atrás compartiendo tan hermoso instante. En tan poco tiempo no podría cambiar todo lo que los demás le han dicho durante años, esa imagen que tiene de sí misma deberá desvanecerse día con día.
Quiero que se sienta tan bien por dentro que pueda exteriorizarlo, cuando toda esa nube de mentiras mal contadas le desempolve los ojos y se pueda ver como el resto la vemos; Fuerte y maravillosa.
—Te amo Miri.
—Yo más —besa mis labios—. Olvidé decirte buenos días.
—Buenos días —Le devuelvo—. ¿Dónde está Isaí?
—Salió a caminar temprano a la playa —sisea con desánimo.
—¿Cómo lo viste hoy?
—Animado, se probó más de tres conjuntos y me preguntó cuál se le veía mejor —una risita se escapa cerca de los hoyuelos de sus mejillas—. Y me pidió que le pintara más cejas.
—¿Y lo has hecho?
—Sí, desea mucho ver a los niños hoy. Y quiere lucir lo más parecido a lo que ellos recuerdan.
—¿Y su apetito?
—Solo comió tres cucharadas del pudin de avena, pues se cansa al masticar.
Cruzo mis brazos en su cintura y me hace mirarla.
—Pronto su energía regresará.
—Lo alcanzaré en un rato en la playa, no me gusta que ande solo.
—Intentemos no atosigarlo, querrá despejarse. Solo ve doctores, agujas, enfermeras y como van quedando vacías las camas de sus compañeros de tratamiento. Además querrá ponerse al tanto con los avances de la agencia y contigo como madre protectora no puede.
Miranda baja las persianas y se vuelve a mí con mirada de cachorro.
—¿Va a lograrlo?
—No soy médico o Dios, mi amor.
—No voy a resistir si él se va.
—No hagamos una cadena de esto, además con tus cuidados y cariño yo apuesto que sí.
—Lo escuché vomitar dos veces en la madrugada, está en los huesos y cada vez las quimioterapias son más rudas con él —Solloza desesperada con sus propios nervios haciendo cortocircuito—. Y aquella malnacida...
—Jolie ha intentado verlo, ha llegado a cada sesión y ustedes no la dejan pasar.
—¡Por qué se fue! ¡Porque dejó a mi hermano entrar solo, él estaba rezando por su vida aterrado —incluso a mí me miró mal antes de recalcarlo—. Nadie merece sufrir en soledad.
—Él nunca dijo la gravedad.
—Ella lo sabía, y se fue.
Seco sus mejillas con mi camisa, la hago sentarse en la orilla de la cama para peinar su cabello. Si no lo hago ahora muy probablemente la encontraré igual por la tarde.
También tomo el vaso de agua que dejo todas las noches sobre el mueble y el frasco de medicamentos. Le doy ambas cosas y me aseguro que tome solo una.
Desde hace tres meses nuestra vida gira en torno a su hermano, sobre todo la de ella.
—Miri.
Sus ojos dilatados por tantas noches de desvelo me siguen, pero de igual modo se centran a mirarse en el espejo.
—Dime.
—Sabemos las posibilidades.
—Es un incopetente.
Beso su hombro y revira la boca. Veo que en sus manos sostiene uno de esos catálogos de modas con una sonriente mujer de blanco al frente.
—¿Quieres que él y Aless te lleven al altar? Podemos acelerar las cosas.
—No tengo cabeza para eso y sé que tampoco a ti te importa. No aceleraremos las cosas como si esperáramos lo peor.
—¿Y qué haces ahí?
—Me lo dio Hannah, hicieron una nota por mi ausencia, nuevamente creen que estoy internada por inestable. No me importa.
Tomo la revista de sus manos.
«Su persona no es el prototipo de influencia sana para la juventud. "Exhibir los cuerpos de tallas grandes como amor propio promueve y normaliza la obesidad"»
Periodista.
-Sofía Weller.
—Espero que ese hijo de puta esté en la ciudad —busco las llaves de mi auto en mi pantalón y ella me detiene.
—No me importa, en serio.
—Es bajo lo que está haciendo.
—Él no lo está haciendo, Daen no me atacaría por ese lado. Es su madre usando las influencias de su familia.
—¡Sea quien sea lo voy a frenar de una maldita vez!
—Max, tengo cosas más importantes que lidiar con gente idiota, no hay que caer a su nivel —refresca su garganta—. No es del todo una mentira.
—¿Y qué quieren? ¿Qué todas las mujeres que no tienen el peso ideal odien su imagen? ¿Qué se aborrezcan mientras luchan con la tiroides o el metabolismo lento? Miranda de acuerdo, un peso saludable es lo mejor, pero odiarte en el proceso no ayuda en nada, aborrecer quien eres solo deslinda más problemas, lo vimos en la clínica. Los estándares de belleza insanos solo vuelven un infierno la vida de mujeres y niñas.
Me sujeta fuerte.
—Estoy feliz de que alguien como tú llegara a mi vida Max, en otro momento estaría tirada llorando tras leer eso...
—Quiero que te ames más tú, de lo que te puedo amar yo y eso... no sé ni siquiera si es medible.
—Le voy a contestar con clase. Los tiraré con fuerza.
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Al día siguiente al regresar de la agencia dejo mi abrigo y mochila en el primer sofá y voy directo a la cocina. De la nevera saco una lata de gaseosa y un refractario lleno de lasaña con desbordante queso gratinado me induce a buscar un plato y hurtar una rebanada grande. Enciendo el microondas viéndola dar vueltas, seduciéndome como quien la hizo.