El avión estaba encima de la pista, llevando el estandarte de El Qubbah en la cola. El calor de las turbinas sumergía al paisaje en un difuso temblor. Dentro del auto negro que se acercaba al aparato, Carey se dio cuenta de que sus propios pensamientos eran igualmente borrosos. La confusión que sentía era culpable solo en parte, no sabía a dónde la llevaría y si su amiga estaba al tanto de esa situación, ella estaba nerviosa y angustiada por todas las cosas que iba a experimentar a partir de ahora. Uno de los hombres le quitó la mordaza de la boca.
— A dónde me llevará por favor. —dijo Carey muy inquieta susurrando por la mordaza.
— No se preocupe Alteza que cuando arribemos se percatará de todo.
— Por favor, no me vayan a hacer daño.
El automóvil redujo la velocidad y los nervios se intensificaron aún más, como el miedo a lo desconocido. Ella fijó su mirada entre el velo y vio un avión delante de ella. Comenzó a temblar de angustia y desesperación, la iban a llevar a otro país sin que ella supiera por qué. Sintió que se ahogaba en lágrimas, no podía creer lo que estaba sucediendo en su vida. Siempre había sido una persona buena y ahora cuatro hombres la habían secuestrado, su amiga no hacía nada por ella.
— No se ponga ansiosa princesa Akina. —junto a ella, se encontraba otro hombre y de repente le apretó la mano. — Nuestros aviadores son los más destacados del planeta, Alteza. —añadió el hombre a su lado. — Y esta noche estaremos allá. Te encantará el lugar en el desierto Alteza.
Carey no podía articular ninguna palabra porque estaba silenciada por los nervios, y solo comenzó a llorar. ¿Cómo era posible que su amiga le hubiera hecho aquella crueldad, si era una broma se lo devolvería con creces?. La puerta se abrió y llegó el momento de embarcar en el avión.
— Adiós, abuelos, mi tierra. —susurró Carey.
Mientras seguía a los hombres por las escaleras hacia el avión y echaba una última mirada al sitio de donde ella venía y así un destino incierto. Carey no estaba familiarizada con las aerolíneas comerciales, con sus innumerables hileras de asientos adyacentes, pero, después de pasar por un angosto pasillo, llegó a una sala con sofás y mesas colocadas a ambos lados. Le habían quitado la mordaza de la boca y Carey solo podía llorar. Una mujer auxiliar de vuelo la condujo hasta un sofá de cuero.
— Ese señor mencionó que llegaríamos esta noche. —la mujer se dirigió a Carey como su Majestad,
mientras le abrochaba el cinturón. — ¿Cuánto dura el vuelo?. —la mujer le respondió.
— Entre catorce y quince horas. Me temo que no hay mucho que hacer salvo leer o ver películas Majestad.
— Yo no soy ninguna Majestad, por favor ayúdeme.
— Majestad no bromee con eso.
— ¿Dónde están los otros hombres? —Preguntó poco después, incapaz de aguantar la curiosidad.
— Ellos están descansando, Alteza Kamil estará en su despacho y el señor Hamed estará en la cabina de vuelo con el piloto.
— No conozco a ninguno de esos individuos señorita, y no soy la princesa Akina.
La azafata pensó que estaba bromeando con eso, que no le prestó atención a lo que ella decía.
— Es mejor que se quede tranquila Alteza ya dentro de poco entraremos en vuelo.
Carey cerró los ojos y se pellizcó la nariz. Conocía a Akina, desde que empezaron a estudiar juntas hace más de tres años, pero Carey nunca imaginó que ella estuviera involucrada en algún escándalo o que la intentaran secuestrar. Y se había equivocado de persona, Carey no podía creer eso, estaba a bordo de un avión a punto de despegar hacia otro mundo, donde ella no encajaba.
Minutos después, la aeronave avanzó por la pista y se elevó en el firmamento, empujándoles hacia atrás en los asientos. Carey observó cómo la tierra se hacía más pequeña a medida que el avión giraba y se dirigían hacia el interior del país. Las nubes redujeron la visibilidad a un colchón de lana de algodón bajo un cielo azul, y Carey comenzó a llorar como una niña cuando le quitaban un juguete. Estaba sollozando porque no vería más a sus abuelos, a sus compañeros de clase y a su amiga Akina.
Carey extendió la pierna, trazando círculos con el tobillo. Todavía sentía una leve molestia, pero por lo demás se encontraba bien. Nunca se recuperaría por completo, ya que todo había perdido su atractivo, se dejaría llevar por todas las cosas que le estaban sucediendo. La asistente de vuelo regresó a su asiento una vez más, ofreciéndole comida.
— Por favor dígame hacia dónde me llevan. —con lágrimas en los ojos.
— No se preocupe su Alteza, estará bien. Solo debe esperar a que lleguemos.
— Hacia dónde planean llevarme, ya no tengo la energía para hacer nada. Me van a entregar a traficantes de personas, eso es.