Algo iba mal… Kaj pensó cuando recibió una llamada de Estados Unidos, informándole que la princesa Akina se había escapado con un hombre desconocido. Entonces se dio cuenta de que la mujer que sus hombres habían capturado en la tienda no era ella. Ese día no pudo contactar a Hakim porque estaba en medio del desierto en una reunión con algunos viajeros. Y Kaj no sabía qué hacer en ese momento, ahora sí estaba inquieto.
— Akina princesa de Qu’Arim.
Apenas había escuchado la voz del asistente de vuelo detrás de ella cuando un hombre vestido con un traje negro, de rasgos severos y expresión impenetrable, se acercó hacia ella al pie de la escalera del avión real que la había llevado a ese desolado desierto. Caray se sentía confundida, no sabía qué hacer o qué decir, solo observaba a aquel hombre, con la mirada fija en el suelo.
— Princesa recibida en Qubbah.
— Yo no soy Akina están equivocados, mi nombre es Carey Mclean, no sé qué hago aquí me confunden con mi amiga.
El hombre hizo un gesto de asentimiento y le indicó uno de los tres vehículos todoterreno blindados que aguardaban en la pista. A él no le importaba lo que ella dijera, su responsabilidad era llevarla al desierto y solo eso.
— Por favor, acompáñenos hasta nuestro destino. —pronunció con amabilidad aquel hombre.
Carey no estaba familiarizada con aquello, además era una joven con total libertad para hacer lo que quisiera. Pero en ese instante aquello parecía irreal, como un sueño del cual despertaría en cualquier momento. En ese instante fue conducida al automóvil con los vidrios oscurecidos.
— Por favor le he dicho que no soy Akina, que me llamo Carey.
— Vamos princesa, conocemos sus trucos, así que mejor entre al auto.
Carey no tuvo más opción que resignarse. La última vez que se habían visto, a Akina y eso fue el día de ayer le había asegurado que todo estaba bajo control, pero Carey no creía aquello cuando ella se fue a medir el vestido de novia. Ella sabía que Akina se casaría con un jeque, y nunca pensó que la secuestraran y la trajeran al desierto.
— Por acá, Su Majestad.
El individuo había caminado junto a ella por la pista hasta el automóvil. Le abrió la puerta y Carey alzó la cabeza para contemplar las incontables estrellas que resplandecían en el firmamento.
— Princesa Akina…
Ella se volvió nerviosa al escuchar esa voz asustada. Reconoció al asistente de vuelo del avión. Estaba a punto de girarse cuando una mano le apretó la espalda impidiéndoselo.
— Entre al automóvil, Su Majestad.
Experimentó una transpiración gélida en los omóplatos. El individuo había comunicado en tono bajo y decidido, desprovisto de la amabilidad inicial. Entonces a Carey no le quedó más alternativa que subirse al automóvil, tenía que reflexionar estaba aterrorizada. Algo iba incorrecto aquel extraño, quienquiera que fuese. Debía escapar de él, idear un plan de escape en cuestión de segundos.
Una vez más, le volvía a ocurrir lo peor. Conocía todo acerca de situaciones peligrosas, pero nunca había estado en una de ellas hasta ese momento. Sabía lo que era enfrentarse cara a cara con la muerte y sobrevivir, lo recordaba claramente aquel día en la granja de su abuelo cuando cayó al pozo de agua, y si no hubiera sido por un vecino ella no estaría aquí. Todos esos recuerdos afloraron, el miedo a la muerte, a la oscuridad, a casi ahogarse. Ahora se encontraba allí, en ese lugar extraño, sin poder escapar, sin saber a dónde ir porque no conocía a nadie allí.
— Su Majestad. —dijo el individuo, impaciente, apretándole la espalda con insistencia.
Carey inhaló profundamente, se liberó de uno de los individuos y comenzó a correr. Escuchó un ruido detrás de ella antes de que una mano la agarrara con firmeza por la cintura y la levantara del suelo. Ella luchó y lo golpeó, lo arañó. Pero aquel individuo era robusto y no pudo liberarse de sus manos.
— Admiro su coraje Alteza, pero ya es suficiente de comportamientos inapropiados y suba al automóvil de una vez, o la tendré que atar.
— Maldita sea yo no soy Akina, ya le dije que mi nombre es Carey.
— Ya es suficiente, vamos. Suba al automóvil ya… —le grito con autoridad. — Además, no hubiera conseguido llegar al avión de ninguna manera. Y, aunque lo hubiera logrado, los hombres que hay en él son leales.
— ¿Quién es usted?, por qué me hacen esto. —preguntó ella tratando de ocultar el miedo que sentía.
— Soy quien la llevará a su nueva residencia, así que súbase. —respondió él con una voz aún más autoritaria.