La hora de visitas está a punto de terminar cuando, sorpresivamente, la puerta de la habitación 318 se abre. Sofie y Richter quedan sorprendidos al estar inmersos en una conversación sobre otros recuerdos de su infancia. Sin poder creerlo y sin palabras que decir, Sofie observa a su esposo, Jozef, caminar hacia la cama con una mirada perdida y sombría. Desde el accidente, Jozef solo la visitó una vez y desde entonces, solo ha escuchado de él a través de lo que sus padres le cuentan.
Con tristeza y ojos enrojecidos, Jozef observa el cuerpo debilitado de Sofie, notando los huesos marcados debido a la pérdida de peso. Acaricia su rostro con nostalgia, recordando todos los hermosos momentos que compartieron juntos.
Jozef anhela con todo su ser que los ojos que acaricia se abran y los labios que siente se muevan para escuchar un saludo de nuevo. Los médicos no tienen muchas esperanzas debido a las graves heridas que afectaron sus órganos. Aún no comprenden cómo pudo sobrevivir a los impactos tan fuertes que sufrió.
—Hola, Sofie —balbucea, al observar el estado terrible de su esposa.
—Necesito hablar con él —exige Sofie a Richter, pero él le niega su petición.
—Sabes, pensé que sería aún peor. No sé, Sofie, no sé. Esto es tan difícil que no sé por dónde empezar. No puedo seguir adelante, la mayor parte del tiempo me siento vacío, te echo de menos.
—Por favor, Richter, déjame hablar con él —le suplica Sofie, arrodillada ante Jozef, envuelta en llanto.
Richter, volteando hacia otro lado, le enfatiza: —Lo siento, no puedo hacerlo.
—No es justo para él, Richter. Lo ha perdido todo. Al menos, hazle saber que yo estoy bien.
Richter no le responde. Aunque sea un ángel, su cuerpo humano le permite empatizar con el dolor de ambos. Sufre cuando ella sufre.
—Desde aquel terrible día, no hay noche en la que no llore hasta dormir. Y cada mañana me despierto buscándote entre las sábanas —le confiesa, tomando su mano después de sentarse.
—Te prometo que estaremos juntos, Jozef. No sé cómo, pero volveremos a estarlo.
—Me duele tanto que ya no sé qué hacer con este dolor que me consume por dentro. Nada me trae felicidad. Sé que te molestarás, pero he vuelto a caer en el alcohol. Sé que te esforzaste mucho para que lo dejara, pero no encuentro otra forma de llenar este vacío. A veces logro escuchar sus risas y ver sus rostros, pero al despertar, solo encuentro silencio a mi alrededor.
—Aquí estoy, Jozef. Estoy contigo. Por favor, voltea a verme. No te he abandonado. Aunque exista de una forma diferente, aquí estoy. Sigo amándote, y la muerte no puede cambiar eso.
—Hoy recordé algo que seguramente te encantaría escuchar —dice Jozef, acostado junto a ella—. ¿Recuerdas cuando mis amigos Hans, Hendrik, Mateo y yo te sorprendimos con una serenata?
Sofie, entre risas y lágrimas desconsoladas, rememora aquel hermoso día. Se sienta en el suelo y observa con inmensa alegría a su querido esposo.
» Todo fue idea de Mateo, por supuesto. Éramos jóvenes, tontos y enamoradizos. Incluso aprendí la letra en español para impresionarte. Todo salió genial, hasta que la policía nos detuvo a los cuatro por armar un escándalo.
—Eran unos insensatos —dice Sofie, mientras se seca las lágrimas y sonríe, al igual que Jozef.
—Nos soltaron, aunque nos advirtieron que, si repetíamos la acción, nos arrestarían de verdad. Al día siguiente me dijiste que fue lo más absurdo pero hermoso que alguien había hecho por ti. Y, como te puedes imaginar, me sentí maravillosamente al escuchar esas palabras. No sé por qué lo recordé ahora, pero ha sido una de las pocas cosas que han logrado arrancarme una sonrisa en estos meses.
—Daría cualquier cosa por revivir ese momento contigo, Jozef —le dice Sofie, sabiendo que solo Richter puede llevarla a ella.
—Dicen que puedes escucharme de alguna forma. Si es así, y espero que lo sea, he tomado una decisión. Y este será mi adiós definitivo, mi amada Sofie —le revela algo que ha ocupado sus pensamientos durante mucho tiempo.
—¿De qué estás hablando, Jozef? ¿Qué decisión has tomado? —le pregunta Sofie, consternada, imaginándose lo peor.
—Ya no quiero seguir viviendo, no sin mis princesas y mi reina —le dice Jozef, con calma.
La noche anterior tomó esa decisión y ahora se siente aliviado de poder decirlo frente a lo que queda de Sofie.
—¡No te atrevas, Jozef! —le implora Sofie, observando la determinación en sus ojos.
Jozef se levanta de la cama y camina hacia la ventana. Por un momento, admira la luz de la Luna que se filtra en la habitación.
—Lo teníamos todo, pero ese instante nos lo arrebató. Trabajamos juntos para brindarles un hogar a Charlotte y Elly, donde no les faltara nada. Y esa mañana en que las llevaste al colegio, todo terminó para mí. Ese día morí junto a ustedes, y ahora solo soy un cuerpo sin vida que deambula, evitando enfrentar la realidad —confiesa Jozef hacia el cielo estrellado.
—No te hagas esto, Jozef, por favor... —le suplica Sofie, mientras se acerca a él.
—Cuando recibí la llamada y me dijeron que nuestras pequeñas niñas fueron aplastadas por el camión, el maldito camión que se quedó sin frenos —musita Jozef, envuelto en llanto—. Y tú caíste en coma.
—Ellas no murieron en el impacto como crees. Las tres estábamos conscientes mientras nos encontrábamos atrapadas. Recuerdo ver a nuestras hijas llorando, cubiertas de sangre, buscando a su papá —aclara Sofie, recordando los rostros de sus hijas llorando y ensangrentadas.
—Nuestras hermosas princesas. Lo más preciado que tuvimos en toda nuestra vida nos fue arrebatado de manera tan trágica —exclama Jozef con coraje—. ¿Por qué la vida te da lo más hermoso que existe para luego arrebatártelo?
» Por las noches sueño que estamos los cuatro juntos y que ese día nunca sucedió. Creo que es la única razón por la cual puedo dormir, porque puedo volver a verlas, escucharlas llamándome.
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Editado: 17.10.2023