De alguna u otra forma todos estamos rotos y necesitamos ser sanados. Todos sin excepción alguna queremos volar, amar, tocar el cielo, pero cuando lo intentamos, caemos al abismo, pues por más fuertes que seamos o aparentemos ser, tenemos alas de cristal y en cada golpe se hacen más frágiles hasta que se rompen en múltiples fragmentos.
Es precisamente por ese dolor que muchos no merecemos, es que necesitamos ser salvados, necesitamos encontrar esa persona que no nos robe las alas, sino aquella que esté dispuesta a volar por los dos hasta que se reconstruyan nuevamente, las cuales con el tiempo florecerán a través del amor.
Porque, ¿quién no es feliz siendo amado verdaderamente?
Y si amas es muy probable que cierres cada grieta, incluso las que ni tú mismo alcanzas a ver. Principalmente me refiero a amarte a ti mismo, porque cuando logras mirarte al espejo y aceptarte sin reproches, estás listo para amar a alguien más.
Aunque sanar no siempre significa estar completo, sino que te recuerda que sigues siendo digno de alzar el vuelo.
Durante varios meses yo, aquella chica que llevaba siempre consigo una sonrisa dibujada en el rostro, había sanado el alma de un hombre que un día se hallaba perdido en la inmensidad de la oscuridad, derramando lagrimas de sangre. Le regalé mis alas para que pudiera volar, sin importar la adversidad porque estaba plenamente segura de que él no soltaría mi mano.
Pero ese día de truenos y lluvia, ese hombre rompió cada parte de mi ser. Y no, no fue su culpa, no fue su elección dejarme desamparada de rodillas bajo la lluvia con las manos temblorosas y cubiertas de sangre; de su sangre, mientras al frente de mí él yacía inmóvil.
Mis ojos, que una vez brillaron, ahora miraban al vacío con una aflicción que dolía más que cualquier despedida. No había palabras, solo un eco que había pronunciado segundos antes:
—No me dejes..., por favor, no ahora...
Las alas de ambos estaban destruidas. Las de él, desde hacía mucho…, y las mías habían volado por los dos demasiado tiempo.
Lo abracé como si aún pudiera devolverle el alma, como si el amor fuera suficiente para detener la muerte, mientras a lo lejos se acercaba el sonido de las sirenas de una ambulancia.