Alas de Sombra

PROLOGO

El santuario de obsidiana se alzaba en el corazón de Noctumbra, un monolito negro que desafiaba las nubes eternas. La niebla plateada se arremolinaba en el suelo, fría como el aliento de un dios olvidado, mientras los Primeros Augures formaban un círculo alrededor de un altar tallado con runas que palpitaban como venas. Cuervos luminosos revoloteaban en lo alto, sus graznidos resonando como un canto roto. La sangre goteaba de un cáliz ceremonial, cayendo sobre la piedra, donde las sombras se retorcían como si estuvieran vivas, hambrientas de la magia que las convocaba. El aire olía a ozono y cenizas, un recordatorio de que Umbris, la entidad primordial, observaba desde el otro lado del velo.

El Augur principal, una figura encapuchada con ojos que brillaban como brasas, alzó una pluma primordial, negra y reluciente, que parecía absorber la luz. Sus manos temblaban, no por el frío, sino por el peso del ritual. El Vínculo nos salvará o nos esclaviza, pensó, mientras las runas del altar emitían un resplandor plateado. Los otros Augures entonaron un cántico bajo, sus voces resonando en la cavidad del santuario, un lamento que hablaba de sacrificio y poder. Las sombras se alargaron, rozando los bordes de la realidad, como si Umbris mismo extendiera sus garras desde el abismo.

El ritual había comenzado, un acto desesperado para controlar a la entidad que amenazaba con consumir Noctumbra. Pero en el silencio entre los cánticos, el Augur sintió una verdad: el Vínculo de Sombras, destinado a unir dos almas, podría ser su salvación... o su condena.

La pluma primordial, sostenida por el Augur principal, vibró con un pulso oscuro, como si el corazón de Umbris latiera dentro de ella. Las runas del altar de obsidiana destellaron, proyectando sombras que danzaban como amantes condenados, entrelazándose y desgarrándose en la penumbra. Los cánticos de los Primeros Augures se intensificaron, sus voces tejiendo un hechizo que rasgaba el velo entre mundos. La niebla se espesó, envolviendo el santuario en un abrazo sofocante, mientras un rugido profundo, casi imperceptible, resonaba desde el abismo. Umbris estaba despertando.

El Augur principal alzó la pluma, su voz temblorosa rompiendo el cántico: "Las almas gemelas cerrarán el ciclo, o lo romperán". Los otros Augures se arrodillaron, sus capas rozando la piedra fría, mientras la sangre del cáliz se deslizaba por las runas, encendiendo una visión. En ella, fragmentos de un futuro roto: una mujer de ojos avellana, con sombras arremolinándose a su alrededor, y un hombre alado, su silueta recortada contra un cielo fracturado. El Vínculo de Sombras los unía, un lazo de magia y destino que ardía como fuego. Pero la visión mostró más: Noctumbra temblando, cuervos primigenios graznando, y los ojos ardientes de Umbris abriéndose en la oscuridad.

El Augur sintió el peso de la verdad: el ritual había sellado el Vínculo, pero Umbris había escapado, un eco de su poder filtrándose al mundo. Las sombras del altar se alzaron, siseando, mientras el Augur susurraba para sí: "Umbris observa, esperando su momento". El precio del poder estaba claro, pero ya era demasiado tarde.

El santuario de obsidiana tembló, como si el propio Noctumbra sintiera el peso del ritual fallido. Las sombras del altar se alzaron, formando garras que rasgaban el aire, mientras la niebla plateada se teñía de un rojo apagado, como sangre diluida. Los cuervos luminosos se silenciaron, pero un cuervo primigenio, con ojos de brasas ardientes, se posó en el borde del altar, observando con una inteligencia inhumana. El Augur principal dejó caer la pluma primordial, que se deshizo en cenizas al tocar la piedra, sellando el Vínculo de Sombras en un eco que resonaba a través de los siglos.

Una visión final destelló en la mente del Augur: las Tierras Fracturadas abriéndose, ciudades de Noctumbra cayendo en la oscuridad, y dos figuras marcadas por el destino —una mujer de ojos avellana y un hombre alado— enfrentando un portal rugiente. Sus almas, unidas por el Vínculo, brillaban como antorchas en la tormenta. Pero Umbris, un dios de fuego y sombra, los observaba, su risa retumbando en el abismo. El Augur se estremeció, susurrando: "El destino elige a sus campeones... o sus víctimas". Las runas del altar se apagaron, dejando un silencio opresivo.

El cuervo primigenio graznó, un sonido que cortó la niebla como un cuchillo, y alzó el vuelo, perdiéndose en las nubes eternas. Las sombras se extendieron más allá del santuario, llevando el eco de Umbris al mundo. Y así, el Vínculo nació, un lazo que salvará o condenará a Noctumbra. En la distancia, un susurro resonó: "Volveré".




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