Alas de Sombra

CAPITULO 1 "El Robo de las Plumas"

Noctumbra yacía bajo un manto de nubes eternas, un velo gris que sofocaba la luz y hacía susurrar a la niebla plateada secretos antiguos. La penumbra envolvía el Bosque Gótico, donde los árboles retorcidos extendían ramas como garras, sus hojas negras temblando en un viento que olía a ceniza y ozono. Cuervos luminosos surcaban el cielo, sus alas brillando como estrellas errantes, sus graznidos resonando como ecos de un dios olvidado. El frío húmedo se adhería a la piel, un recordatorio de que este mundo estaba fracturado, y su corazón latía con sombras.

Lyssia se deslizaba por un sendero cubierto de musgo, su capa raída rozando la tierra, ocultando la daga encantada en su cintura. Cada paso era calculado, sus botas evitando ramas traicioneras que delatarían su presencia. El Altar de los Cuervos estaba cerca, un lugar maldito donde la Corte recolectaba plumas primordiales, reliquias que ella robaría esta noche. El mercado negro paga bien, pensó, sus ojos avellana brillando con desafío. Pero no era solo por la supervivencia: cada pluma robada era una daga contra la Corte que había ejecutado a su familia, dejándola marcada como Desterrada. Su corazón latía con resentimiento, un fuego que la mantenía viva en la oscuridad. La niebla se arremolinó a su alrededor, como si Noctumbra misma supiera que esta noche cambiaría su destino.

Lyssia se detuvo al borde del Altar de los Cuervos, donde el Bosque Gótico se abría a un claro de obsidiana pulida que brillaba como un espejo roto bajo las nubes eternas. Estatuas de cuervos, con ojos de cristal que destellaban con luz plateada, rodeaban el santuario, sus alas petrificadas extendidas como si anhelaran volar. La niebla se arremolinaba, cargada del aroma acre de ofrendas quemadas: plumas primordiales y sangre seca, sacrificadas por sacerdotes Augures en rituales lejanos de la Corte. Sus cánticos, apenas un murmullo en el viento, hacían vibrar el aire, como si las sombras mismas respondieran a su llamada.

Lyssia se agazapó tras un árbol retorcido, sus dedos rozando la daga encantada, su mirada fija en los guardias que patrullaban el altar. Sus uniformes negros, bordados con runas, reflejaban la luz de los cuervos luminosos que sobrevolaban. La magia tiene un costo, pensó, su mente destellando con recuerdos de su familia: rostros amados arrastrados al altar por rechazar las sombras de la Corte. Sus gritos aún resonaban en ella, alimentando su odio. Las sombras vivientes, nacidas de rituales como este, podían consumir almas, y Lyssia sabía que un paso en falso la condenaría. Observó a los guardias, contando sus movimientos, su corazón latiendo con una mezcla de miedo y desafío. Esta noche, la Corte pagaría.

Lyssia se acuclilló en las sombras, sus dedos revisando el equipo bajo su capa raída: una cuerda fina enrollada en su cintura, una bolsa de cuero para las plumas luminosas, y un vial de veneno de raíz de niebla, perfecto para distraer a los guardias. La obsidiana del Altar de los Cuervos, áspera bajo sus palmas, exhalaba un frío que le erizaba la piel, mezclado con el aroma a humo ritual que impregnaba el aire. La Corte adora a estos pájaros como dioses; yo solo quiero sus plumas, pensó, un destello de humor sarcástico curvando sus labios. Una pluma luminosa valía comida por un mes en el mercado negro, suficiente para mantener a Talia y al campamento Desterrado, su único hogar desde que la Corte le arrancó a su familia.

Se deslizó hacia una grieta en la pared del altar, su cuerpo moviéndose con la gracia de un espectro. Un guardia pasó cerca, su linterna proyectando sombras danzantes. Lyssia contuvo el aliento, susurrando un Canto de Sombra, un murmullo bajo que hizo brillar débilmente las runas de su daga. La luz plateada iluminó su camino, guiándola por la fisura. Por Talia, pensó, imaginando la sonrisa de su amiga. El riesgo valía la pena, pero un error la entregaría a las sombras vivientes que acechaban el altar. Con el corazón acelerado, avanzó, cada paso un desafío a la Corte que la marcó.

Lyssia se arrastró por el interior del Altar de los Cuervos, su cuerpo deslizándose entre pilas de ofrendas: cálices de sangre seca, pergaminos con runas y cenizas de plumas quemadas. La cámara de obsidiana absorbía la luz, pero los cuervos luminosos, posados en perchas talladas, emitían un brillo suave, sus plumas pulsando con una luz interna que parecía latir como un corazón. Cada pluma, negra con vetas plateadas, era un tesoro que podía comprar un mes de vida para los Desterrados. Murmullos de un ritual distante resonaban desde una sala oculta, los cánticos de los Augures vibrando en las paredes, como si las sombras mismas conspiraran con ellos.

Lyssia se congeló tras una columna, su respiración contenida mientras observaba a un cuervo inclinar la cabeza, sus ojos de cristal brillando. Ellos canalizan sombras; yo solo sobrevivo en ellas, pensó, la ironía amarga alimentando su odio hacia la Corte. Los Augures veneraban a estos "santos" cuervos, pero para ella eran solo un medio para desafiar a los que mataron a su familia. Sus dedos rozaron la bolsa en su cintura, listos para arrancar una pluma. Un paso en falso, y las sombras vivientes que acechaban el altar la consumirían. Con el pulso acelerado, se acercó, el brillo de las plumas iluminando su rostro, su mente dividida entre el robo y la venganza.

Lyssia contuvo el aliento, su mano extendiéndose hacia un cuervo luminoso dormido en su percha, sus plumas negras brillando con vetas plateadas como venas de luz. Con un movimiento preciso, deslizó su daga encantada bajo una pluma, cortándola con un roce apenas audible. La pluma se desprendió con un destello suave, cálido contra sus dedos, como si estuviera viva. El cuervo graznó débilmente, un sonido que hizo eco en la cámara de obsidiana, y Lyssia maldijo en silencio. Una pluma más, y estoy fuera, pensó, la adrenalina acelerando su pulso mientras guardaba el tesoro en su bolsa de cuero. Dos más cayeron en sus manos, cada una pulsando con magia, suficiente para alimentar al campamento Desterrado por semanas.




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