Cassian se alzaba en un balcón de Ravenspire, la ciudadela gótica de la Corte de los Cuervos, sus manos apretando la baranda de piedra fría, cuyo tacto metálico le mordía la piel. Bajo las nubes eternas, cuervos luminosos surcaban el cielo, sus alas brillando como fragmentos de luna en la penumbra de Noctumbra. Los vitrales de la fortaleza, tallados con cuervos de ojos ardientes, proyectaban reflejos carmesí sobre las torres negras, pero la niebla densa ocultaba el suelo, como si la Corte flotara sobre un abismo. Las alas de sombra en la espalda de Cassian palpitaban, un recordatorio de su rango como Augur de élite, un poder ganado a un costo que aún lo perseguía.
Sirvo a la Corte, pero no a su corazón podrido, pensó, su mirada perdida en los graznidos lejanos de los cuervos. La culpa por sacrificar a Kael, su hermano menor, en un ritual de sangre para ascender en la Corte lo carcomía, un secreto que lo aislaba incluso entre los Augures. Cada pluma de sus alas, tejida de sombras vivientes, era un eco de esa traición. La niebla se arremolinaba abajo, susurrando promesas de redención que no creía merecer. Cassian cerró los ojos, el frío de Ravenspire calando en sus huesos, sabiendo que su lealtad dividida lo llevaría a un borde del que no podría escapar.
Cassian cruzó las puertas de la Sala de las Plumas, el corazón de Ravenspire, donde el techo de obsidiana reflejaba la luz plateada de los cuervos luminosos filtrada por vitrales de alas entrelazadas. Las columnas talladas con runas palpitaban débilmente, y el aire olía a cera quemada y magia antigua. Los Augures, envueltos en capas negras bordadas con plumas, murmuraban en sus asientos, sus ojos brillando bajo la penumbra. Lord Erian, líder de la Corte, presidía desde un trono de piedra, su rostro afilado como un cuchillo, con Voren, su consejero de mirada calculadora, a su lado. Ambos fijaron sus ojos en Cassian, un peso que hizo que sus alas de sombra se estremecieran.
"Un incidente sacrílego en el Altar de los Cuervos", dijo Erian, su voz cortante rompiendo el silencio. "Una ladrona marcada ha profanado nuestras plumas." Los murmullos se alzaron, pero Cassian apenas los oyó; un cosquilleo ardiente en su pecho, donde cicatrices de sombra latían, lo distrajo, como si algo —o alguien— lo llamara desde lejos. Soy su peón, pero no por mucho, pensó, su tormento por Kael avivando su desconfianza hacia la Corte. La Sala de las Plumas parecía cerrarse sobre él, las runas brillando más intensas, mientras la mención de la ladrona despertaba un eco en su alma que no podía ignorar.
La Sala de las Plumas vibraba con murmullos mientras Voren se adelantó, su capa ondeando como un ala rota, sus ojos calculadores fijos en Cassian. "Una Desterrada robó plumas del Altar de los Cuervos y fue marcada por un cuervo primigenio", anunció, su voz afilada cortando el aire cargado de cera y ozono. "Un evento raro: un Augur no entrenado, un peligro para la Corte." Los vitrales proyectaban sombras carmesí sobre el rostro de Lord Erian, quien alzó una mano, silenciando a los Augures. "Cassian, tú la capturarás viva para interrogarla", ordenó, su tono helado prometiendo consecuencias. "Es peligrosa, Cassian. No falles como con tu hermano", añadió Voren, su sonrisa venenosa reabriendo la herida de la traición de Kael.
Cassian inclinó la cabeza, sus alas de sombra estremeciéndose, pero su mente rugía con resistencia. No soy su ejecutor ciego, pensó, la culpa por Kael apretándole el pecho como una garra. La Corte había usado su poder contra su hermano, y ahora querían que cazara a esta ladrona para someterla al mismo destino. El cosquilleo en sus cicatrices de sombra se intensificó, un tirón que no podía explicar, como si la Desterrada ya estuviera ligada a él. Las runas del techo de obsidiana brillaron, y Cassian apretó los puños, atrapado entre el deber y el deseo de romper las cadenas de la Corte.
Cassian avanzó por los pasillos de Ravenspire, las plumas luminosas encastradas en las paredes proyectando un resplandor plateado que bailaba sobre la piedra negra, como si las sombras mismas estuvieran vivas. El aire olía a cera quemada y ozono, pero un recuerdo lo golpeó con la fuerza de un martillo: Kael, su hermano menor, atado en un altar de obsidiana, su sangre goteando mientras las runas brillaban con un rojo hambriento. Los gritos de Kael, suplicando clemencia, resonaban en la mente de Cassian, mezclados con el cántico cruel de Voren, ordenándole completar el ritual para ganar sus alas de sombra. Cassian había obedecido, cortando el lazo fraternal por poder, y las alas que ahora llevaba eran un recordatorio eterno de su traición.
Lo hice por poder, pero perdí mi alma, pensó, su mano rozando las cicatrices en su pecho, que ardían con un calor que no explicaba. El dolor se intensificó, como si respondiera a algo lejano, un eco que tiraba de él desde más allá de las torres de Ravenspire. Las plumas en las paredes vibraron ligeramente, sus luces parpadeando, y Cassian apretó los dientes, atrapado en el peso de su culpa. La misión de capturar a la ladrona marcada lo aguardaba, pero cada paso por los pasillos resonaba con los gritos de Kael, un eco que lo perseguiría hasta que encontrara redención o se rompiera.
Cassian se preparó en su cámara de Ravenspire, el metal frío de su armadura negra rozando su piel mientras ajustaba las placas incrustadas con plumas luminosas que brillaban débilmente en la penumbra. Su espada encantada, forjada con sombras vivientes, vibraba en su funda, como si anhelara la caza. Las alas de sombra en su espalda se desplegaron ligeramente, un don que le permitía surcar las nubes eternas de Noctumbra, pero también un recordatorio de su aislamiento: los otros Augures lo respetaban, pero nunca lo entendían. No quiero cazarla, pero no tengo elección, pensó, la culpa por Kael pesando como una cadena mientras sus cicatrices ardían con un calor extraño.
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Editado: 13.10.2025