APARTAMENTO DE NAJIB Y JENNIFER MAJEWSKI
— ¿Cómo pudiste ocultarme algo tan grave como eso, Najib? Mi hijo está involucrado con la mafia rusa y tú callaste. No moviste un solo dedo para evitar que se involucrara con esas personas.
— ¿Es en serio Jennifer? ¿Oyes el reproche que estás haciéndome? Hasta hace poco te rehusabas rotundamente a que yo entregara a nuestro hijo a las autoridades. Me tachabas incluso de ser un mal padre por querer frenar todas las fechorías de Ihsân, pero ahora resulta que debo hacer lo que sea para evitar que se involucre con la mafia rusa. Eres muy injusta en verdad.
Sin palabras y bañada en las lágrimas de una profunda angustia, Jennifer se echó sobre el sofá.
— Ihsân me odia de un modo completamente irracional, Jennifer. Me odia a tal punto que se atrevió a apuntarme con un arma en la cabeza. Ya no puedo hacer nada por él ahora, y aunque pudiera, no lo haría porque no te arriesgaré a ti ni a nuestra pequeña hija por llevarle la contra. Nos mantendremos al margen de las cosas que haga Ihsân de ahora en adelante porque quiero a kilómetros de distancia de nuestras vidas a cualquier mafia u organización que pudiera dañarnos por su culpa. ¿Lo entiendes?
— ¿Cómo y dónde conoció a esa chica? Habiendo tantas en el mundo tenía que fijarse en la nieta de un mafioso ruso.
— Nada de eso fue casualidad, Jennifer. Tu amor de madre sigue encegueciéndote en muchos aspectos. La astucia y ambición de nuestro hijo va mucho más allá del enamoramiento que pudiera sentir por esa joven —decía mientras la maestra Jennifer en llanto más se hundía— Te contaré la historia de esa chica si eso te hará sentir un poco más tranquila. Las circunstancias en las que todo sucedió fueron tristes, y el hecho de que nuestro hijo se haya aprovechado de ciertas situaciones, no borran dichas circunstancias.
— Pues sí quiero que me lo cuentes todo con lujo de detalles, Najib. Dudo que lo que tengas para contarme sea la cura para mí y mi alma deshecha, pero merezco saberlo todo.
— Tienes razón, y estoy de acuerdo con que sepas todo con lujo de detalles, pero ya no llores —suplicaba besando sus manos— Te prometí que tendríamos una nueva vida los tres y nadie más. Te prometí que nada ni nadie te volvería a hacer llorar, y lo cumpliré.
BUER – GELSENKIRCHEN
Said Majewski recibió finalmente la llamada que con muchas ansias esperaba por parte de su guardia quien por expresa orden suya fue hasta el apartamento de Louis Wieber intentando obtener alguna noticia acerca del mismo.
— Señor, me encuentro en el apartamento de Wieber. En el lugar me recibió una joven que dice ser su novia.
— ¿Novia?
— Así es. La señorita me comentó que no tiene noticias del hombre desde ayer. Salió del apartamento hace dos días y no ha regresado desde entonces —explicaba el guardia—
— ¿Y eso es todo? ¿No tienes nada más?
— La joven mencionó que hace tres días recibió un paquete a nombre de Tareq El-Hashem al apartamento.
Said Majewski al oír aquello palideció al teléfono.
— Ella le dijo al repartidor que allí no vivía nadie con ese nombre, sin embargo, Wieber, quien se encontraba en esos momentos, lo oyó todo y decidió recibir el paquete alegando que conocía a la persona y que se lo entregaría personalmente.
— ¿Qué más?
— La joven comentó que Wieber se encerró en su habitación con dicha caja en mano y que permaneció encerrado durante horas comportándose de manera muy extraña. Posterior a eso abandonó el apartamento y no ha regresado. Tampoco contesta el teléfono.
— ¿No sabe ella lo que contenía la caja?
— No, señor. Y no hay manera de saberlo porque Wieber se llevó el paquete.
Said Majewski le ordenó a su guardia que le entregara el teléfono a la joven pues deseaba hacerle una pregunta personalmente. El guardia entonces le pasó la llamada a Mi-suk.
— Desconozco, señor lo que contenía esa caja. Se lo he dicho a su guardia.
— Si usted recibió el paquete, imagino que leyó el remitente. ¿Lo recuerda?
— Creo que el remitente tenía las siglas K.K. Associations.
Majewski al teléfono volvió a palidecer. Si una gota de duda le quedaba, la misma acababa de desvanecer. Su hijo Akins se encontraba detrás de todo aquello que estaba sucediendo. Del cadáver sin cabeza a orillas del Ruhr. Del extraño paquete recibido por Wieber y de su repentina desaparición.
Todo comenzaba a tener sentido para el hombre. Abrumado colgó la llamada y se puso a pensar.
— No pudiste haber sido capaz de lo que estoy pensando. ¿En qué clase de monstruo te has convertido? ¿Es este otro castigo para mí como si no hubiese tenido suficiente en esta vida?
MANSIÓN DE HERDECKE
Akins retornó a la mansión luego de haber llevado personalmente al maestro Chung al hospital para interiorizarse acerca del estado de salud del ex agente Steen. Aurorita, presa de la curiosidad lo recibió entre preguntas.
— Cuéntame, cielo mío. ¿Cómo está ese ex policía demente? ¿Se murió finalmente ?
— Lastimosamente no, mi ángel. Y no morirá según los médicos.
— Ah… ah… Entonces debe ir a prisión por haber atentado contra ti y dañar tu bello rostro.
Akins observó a Aurora y sonriendo besó sus mejillas.
— Las autoridades no harán nada. Seré yo quien se encargue de ese miserable, pero tu no pienses en nada de eso, mi luz.
— Mira, ya le pedí a uno de los guardias que fuera por la pomada cicatrizante que te recetó el doctor. Yo misma me encargaré de curarte todos los días.
— Tu eres toda la cura para mí. La única cura que necesito. Ni pomadas ni medicinas —prosiguió besando incesantemente sus manos y mejillas—
— Buenas tardes —irrumpió en el recibidor Isabella Majewski rasgándose la garganta— Perdón por interrumpir tan…
— ¿Tan qué? —habló Akins observándola—
— Tan empalagoso momento.
Acercándose, la joven saludó a su pequeña hermana. Posteriormente volteó en dirección a Akins.
— ¿Hermanito, que te pasó en la cara? —preguntó Isabella, abrumada—
— Mmm… También me da gusto verte. ¿Podemos saber a qué se debe el honor de tu visita?
— ¿Por qué no contestas mi pregunta?
— Yo te contestaré —habló Aurora—
Isabella volteó a verla mientras Akins le hacía señas a Aurora para que no se atreviera a hablar. No hubo manera. La pequeña lo contó todo sin titubear.
— Quien se atrevió a dañar la cara de mi bello príncipe fue tu ex policía demente. Casi mata a Karîm con una daga.
Palidecida, Isabella se llevó las manos al corazón
— ¿Qué dices, pequeña? Hermanito, de que está hablando Aurora?
— Bravo mi reina. Bravo… Contigo los secretos están muy a salvo.
— Contéstame, Akins. ¿De que está hablando Aurora?
— Pues ya lo oíste. Ese miserable intentó matarme y por poco logra su cometido.
— Afortunadamente el guardia principal reaccionó a tiempo y abatió a ese criminal en potencia —prosiguió la pequeña—
— ¿Qué?
— ¿Estás sorda acaso, hermanita?
Para ese entonces Isabella no solo quedó palidecida. Las piernas le temblaron y al suelo cayó desvanecida.
— Ah… ah… ¿Hermanita, que tienes? Karîm ayúdame.
— ¿Qué le sucede a esta chica? ¿Por qué demonios se desmaya?
— Tal vez por la noticia. ¿Crees que a ese criminal aún ama?
— Yo que sé, Aurora, pero esto es culpa tuya. ¿Por qué te cuesta tanto permanecer callada?
— ¿Por qué debía callar? Isabella debe saber la clase de padre que tiene Paulita.
— Mmm… mejor ya no sigas, pequeña.
Akins tomó a su hermana y la llevó hasta el sofá de la sala. Allí intentaron por varios minutos despertarla.
— Por fin Isabella. ¿Te sientes mejor?
Isabella sobre el sofá se incorporó y recordando las últimas palabras de su hermana volvió a quedar aterrorizada.
— ¿Louis está muerto?
— ¿Y si así fuera qué? ¿Acaso te importa más ese miserable que yo?
— Te lo dije, Karîm. Ella aún lo ama.
— ¿De qué demonios hablas, Aurora? —vociferó Isabella poniéndose de pie—
— Oye, no grites de ese modo.
— Ya no me caben dudas de que ustedes dos poseen el mismo desorden mental. Se encuentran completamente fuera de lugar.
— Nos estás ofendiendo, hermanita.
— En verdad lo estás haciendo —habló Akins— y todo por causa de aquel ex agente—
— Si tanto te importa, no está muerto, pero se encuentra moribundo en un hospital. Puedes ir a visitarlo si quieres.
— ¿Está vivo? Dijiste que fue abatido por el guardia principal.
— Se encuentra en el Lutheran Hospital —dijo Akins poniendo los ojos en blanco— Toma tu bolso y ve allá a visitarlo. Luego pasa a denunciarme a la policía si eso te hará sentir mejor.
— Por supuesto que me voy. No pienso seguir aquí para continuar escuchando sus tonterías.
Isabella Majewski tomó su bolso y abandonó la mansión con gran prisa. A la salida se topó con Amalie, sin embargo no detuvo su marcha.
— ¿Por qué Isabella se va tan rápido si acaba de llegar? Me escribió para decir que nos traía las invitaciones para su boda.
— Ah… ah… ¿Te dijo eso?
— ¿A ti no?
Aurora negó con la cabeza.
— Pues si este es su segundo intento de casarse, el miserable de Wieber por segunda ocasión le acaba de arruinar sus planes —susurró Akins al oído de Aurora con una sonrisa maliciosa—
— ¿Por qué hablas entre susurros? Eso es de muy mala educación. Díganme de que me perdí.
— Subiré a darme una ducha.
— Ve cielo mío. Yo subiré luego para curarte la herida.
— ¿Aurora, vas a permanecer callada? Cuéntame que sucedió. ¿Por qué Isabella se marchó tan rápido?
— Se le atravesaron de la nada asuntos urgentes que atender. Es todo, Amalie.