Alas Negras

NUEVO SUCESO CRIMINAL

MANSIÓN DE HERDECKE
Cómo de tantas otras, la joven Aurora abrió los ojos en la mañana luego de haberse rendido en el llanto de la madrugada. Junto a ella una fragante rosa roja y sin espinas, se acostaba.
Aurorita se incorporó tomando la rosa y prontamente saltó de la cama. Buscó a Copito de nieve, pero en su habitación no se encontraba.
— Viniste, Karîm
Presurosa abandonó su habitación con su rosa en mano para dirigirse hasta la habitación de su hermano. Ingresó y Copito allí dentro la recibió.
— Ssshhh… No se te ocurra ladrar —le susurró a su perrito—
Aurora se acercó al borde de la cama y besó la mejilla del joven. Akins la sintió y abrió los ojos.
— ¿Puedo entrar?
— Puedes —contestó Akins abriéndole la cobija—
Aurorita se metió y con gran fuerza lo abrazó
— Moriré de tristeza si algo malo te sucede.
— Nada malo sucederá conmigo.
— Prométeme
— Uuufff… No empieces, mi luz. Sabes que no soy bueno haciendo promesas.
— ¿Es que acaso no puedes prometerme que nada malo te sucederá.
— Pues no. No puedo.
— ¿Por qué no?
— Porque uno nunca sabe lo que podría sucederle al salir a la calle. Cruzando la puerta de esta mansión podría partirme un rayo.
— Que tonterías dices
— Es la verdad.
— Mejor ya no digas nada que no quiero discutir.
— Mmm… Tampoco quiero discutir. Me duele mucho la cabeza.
Aurora lo rodeó entre sus brazos dándole un tibio beso en su frente.
— Duerme, mi luz nocturna que yo cuidaré siempre de ti.

MANSIÓN DE BYFANG
Todo parecía seguir en la normalidad tanto dentro como fuera de la mansión de Byfang, no obstante, el temor seguía latente en la familia. El pequeño Ezra debía ir a la escuela y las pequeñas Paulita y Hebâ, como era de costumbre querrían salir en compañía de la niñera para jugar en parque que tenían en el jardín. Mientras que Michael tenía actividad de entrenamiento en el club y Gina Alicia sus cotidianas clases con alumnas en el Aalto Teather.
Ambos se despidieron de las pequeñas encargándole a los guardias y a la niñera que no despegaran los ojos ni un solo instante de las mismas. Como una hora después de que Gina y Michael se marcharan, a la mansión llegó Isabella Majewski pues desde allí su propio padre la había llamado.
Se acercó a las niñas en el jardín observando lejanamente en dirección al Chalet.
— ¿Todo bien, Sarah? ¿Nada paranormal? —preguntó la joven pensando únicamente en su padre—
— Nada anormal, querrá decir, señorita.
— No… Dije paranormal
Asustada, la niñera, de la cruz se hizo así misma una señal.
— ¿Y por qué dijo eso?
— Porque en nuestras vidas todos los fantasmas regresan.
La niñera volvió a hacerse la señal de la cruz. Isabella cargó a su hija para saludarla y tomó de una mano a la pequeña Hebâ.
— La abuela Elwira envió vestidos como obsequios para las niñas más bellas de este mundo, pero subiremos luego para que se los prueben.
La joven volvió a bajar a su hija y la tomó de la otra mano con intenciones de dirigirse hasta el Chalet con ambas, pero antes de hacerlo ordenó a la niñera que fuera por los vestidos que se encontraban en el coche y las subiera hasta la habitación de las pequeñas.
— Mi chofer te los entregará, Sarah —dijo y la niñera asentó—
Isabella finalmente llegó hasta el Chalet donde un par de guardias que custodiaban el lugar, la dejaron ingresar con las pequeñas. Allí vió a su padre acomodado sobre el sofá leyendo en la tableta las noticias de la mañana mientras desayunaba.
— Papito, te veo aquí, pero aun así no creo que lo hayas echo.
Said Majewski volteó a ver a su hija, observó a las niñas e incorporándose sobre el sofá, sonrió con inusual alegría pues era la primera vez que a sus nietas veía.
— ¿En verdad aún nadie te ha visto en la mansión, papito?
— A excepción de tu hermano, nadie más.
— ¿Qué?
Palidecida, la joven se cubrió con las manos la boca.
— ¿Mi hermanito estuvo aquí y te vio?
— Mmm… Hablaremos luego de todo eso, Isabella. Mejor preséntame a las señoritas más hermosas que acaban de ver mis ojos.
Isabella se agachó ante las pequeñas para presentarlas a su padre.
— Papito, te presento a mi hija Paulita y a mi sobrina Hebâ. Tus nietas. ¿Princesas, quieren saludar a su abuelo? ¿Si?
Las pequeñas, un tanto tímidas al inicio, se acercaron a su abuelo quien saludó a cada una con un beso en la frente.
— Mis ojos nunca han visto niñas tan hermosas —decía el hombre besando las manitos de las pequeñas—
— ¿Cómo que no, padre? ¿Debo recordarte que tuviste tres hijas igual de hermosas? —decía mientras Said Majewski yacía encantado con Paulita y Hebâ.
— Padre, ya que estamos aquí quiero preguntarte algo.
— ¿Qué es?
— ¿Crees que podrás solucionar todo esto antes de mi boda? Será dentro de dos semanas y me hace mucha ilusión que me acompañes en el altar ese día.
El hombre se incorporó nuevamente. Isabella colocó a las niñas sobre el sofá cama y les invitó unas bolsitas de gummys para que se entretuvieran.
— ¿Hija, tu en verdad vas a casarte? ¿Lo has pensado bien?
— ¿Por qué me lo preguntaste de ese modo? ¿Piensas que no estoy hecha para casarme?
— Es exactamente lo que pienso.
— Papá… Todo esto para mí es muy serio e importante.
— Será como tu quieras. A final de cuentas has hecho siempre con tu vida lo que te daba la gana. ¿No preguntarás por lo menos cómo se encuentra el padre de tu hija.
Isabella puso los ojos en blanco.
— ¿Sigue con vida?
— He enviado a un guardia hasta el Lutheran Hospital para averiguar acerca de su estado de salud y pudo enterarse de que ya trasladaron a Louis a una sala de cuidados intermedios.
— Mhhh… eso significa que sobrevivirá. Bien por él.
Negando con la cabeza, Said Majewski respiró profundo.
— No hablemos más de ese troglodita, padre y mejor contesta lo que te he preguntado.
— ¿Qué puedo responderte en estos momentos, Isabella? Ni siquiera logro dimensionar lo que sucederá de aquí a un par de horas. No tengo idea de qué modo reaccionarán tus hermanas y el resto de la familia. El único peso que se me ha quitado del corazón es saber que a tu abuela Elwira no le dio un ataque mortal al verme. Jamás en la vida me hubiese perdonado tal cosa.
— Pero si todo se resuelve, me acompañarás el día de mi boda? Nada me haría más feliz en este mundo. Algo así solo era capaz de imaginarlo, pero estás conmigo, padre.
El hombre sonrió. Sostuvo con sus manos las mejillas de su hija y prometiéndole que allí estaría acompañándola, le dio un beso en la frente.
Dentro de la mansión, de camino a guardar los vestidos de las niñas, la niñera vio abierta una habitación.
— ¿Todo bien? —preguntó Sarah acercándose hasta el lugar— Hoy no es día de limpieza en esta habitación.
— No, pero hemos recibido órdenes de abrirla, cambiar las sábanas y mantas de la cama —contestó una de las empleadas
Las empleadas habían recibido órdenes de poner en condiciones la habitación que pertenecía a Paula y Said Majewski, y que no había vuelto a ser habitada por nadie desde la muerte del señor de la mansión.
— ¿Para qué?
Sin tener remota idea, la empleada se encogió de hombros.
— Solo estamos acatando órdenes, Sarah.
— ¿De la señora Bruchhagen?
— Estás haciendo demasiadas preguntas. ¿No te parece? —irrumpió otra de las empleadas—
— ¿Me dirán acaso que a ustedes no les resulta extraño? —replicó la niñera cargando en sus manos las cajas de vestidos de las niñas— Me voy. Llevaré estas cajas a la habitación de las pequeñas.




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