Alas Negras

ENCADENADO

MANSIÓN DE HERDECKE
El dolor que sentía debido al fuerte golpe en su nuca, lo había alertado por lo que se puso de pie y abandonó la habitación. Llamó a Waldo y le pidió que lo acompañara hasta el despacho para que le refrescara la memoria de toda la situación.
— Por poco no me salvo de esta, Waldo. Explícame cómo y por qué sigo con vida —habló el joven Akins acomodándose sobre su silla giratoria— Si el maestro Chung se entera, me retiraría el cinturón negro.
— Jefe…
— No pude defenderme de esos matones. No volveré a tomar ningún medicamento. No causan más efectos que dejarme como un auténtico imbécil.
— Jefe —volvió a repetir el guardia principal haciéndole señas al joven para que girara y mirara hacia arriba—
Akins lo hizo lentamente elevando la mirada. La joven Aurora, vestida de bailarina y empapada en llanto, sobre el ático de lectura del despacho todo lo oía.
— ¿Mi ángel?
Al joven su corazón le advertía. Al verla inmóvil sabía que algo malo sucedía. Sobre las barras del ático, Aurora tendió las muñecas y unas gotas de sangre le cayeron a Akins en la frente.
— No voy a verte morir. ¿Me escuchas? Moriré yo antes de ti, Karîm Hafez. —decía mientras las gotas de sangre con mayor intensidad al joven en el rostro le caían—
— ¿Qué hiciste? ¿Aurora, que fue lo que hiciste?
Hundido en pánico subió al ático, y rodeando a Aurorita entre sus brazos vio pasar ante sus ojos todas sus pesadillas en tan solo un instante.
— Waldo, llama una ambulancia. Vamos, apresúrate…
El guardia principal parecía no escuchar sus palabras. Lo vio dar media vuelta omitiendo sus súplicas mientras se marchaba.
— Waldoooo…
El joven Akins cayó de la cama, y tanto como la caída, dolía el golpe que en la nuca sentía. Con el aire perdido y empapado en sudor frío, se puso de pie llamando a Aurora en medio de sus delirios.
La joven se encontraba en el salón de ensayos y alertada fue a ver. Efectivamente era Akins quien con gran prisa bajó de las escaleras y sin decir nada, la abrazó con fuerza y la cubrió de besos.
— ¿Qué sucede, Karîm?
— Estás bien, mi ángel. No tienes nada —decía revisando sus muñecas—
— ¿Nada de qué? ¿De nuevo tuviste una pesadilla? Estás sudando frío, corazón mío.
— Estoy bien. Si estás siempre conmigo, mi luz, yo estaré bien —decía sin dejar de abrazarla—
— Vamos… Prepararé la bañera para que te des un baño.
Cargándola entre sus brazos, Akins volvió a subir las escaleras rumbo a su habitación.

MANSIÓN DE BYFANG
Luego de haber socorrido a su sobrina y trasladarla hasta su habitación para suministrarle un calmante, Alexander Haggard le pidió a su esposa Anna que fuera a la casa, que uno de los choferes de la mansión escoltados por un par de guardias la llevaría.
— ¿Alex, porque no quieres decirme lo que sucede? ¿Qué le pasó a Gina?
— Te lo contaré todo después, mi amor. Te lo prometo.
El doctor acompañó a su esposa hasta el coche y se despidió de ella.
— Hablaremos en casa. ¿De acuerdo?
— Está bien
Anna se marchó y Alex volvió a ingresar para dirigirse hasta la habitación de su sobrina Gina. Allí la joven Isabella esperando a que su hermana despertara se encontraba haciéndola compañía.
Minutos más tarde, el pequeño Ezra llegó de sus clases de Taekwondo. Cómo era de costumbre, con su bolso sobre uno de sus hombros correteando ingresó a la mansión.
Su padre no estaba y a su madre por ningún lado encontraba. Al niño se le hizo un poco raro pues a esas horas en la sala, de sus clases de Taekwondo ansiosa ya lo esperaba.
Buscándola vio el antiguo despacho con la puerta semiabierta. Aquel que su tío Akins en un lugar de entrenamientos había convertido.
Supuso que su tío había venido de visita y que quizá se encontraba allí con su madre, por lo que corrió hasta el lugar acercándose a la puerta. No se oía a nadie conversando. Todo estaba en silencio por lo que decidió entrar.
— ¿Tío Akins? ¿Mami?
Ni su tío ni su madre en el antiguo despacho se encontraban. Volteó del otro lado y vio a un hombre sentado en una esquina sobre una de las butacas.
— ¿Qué fue lo que hizo tu tío Akins con mi despacho?
— Lo transformó en un salón de entrenamientos de Taekwondo. Ahora yo practico aquí.
A Said Majewski le sorprendió que su nieto, al verlo no fuera a asustarse igual que su madre. Volteó a observarlo. El niño, vestido con su dobok de entrenamiento, yacía y lejos de verse asustado observándolo le sonreía.
— Te conozco. Sé quién eres.
— ¿Lo sabes?
— Eres mi abuelo
El hombre, sonriendo asentó.
— ¿Y no le temes a los fantasmas?
— No eres un fantasma. Y si fueses una reencarnación no tendrías el mismo aspecto que mi abuelo. Sí la tendencia de repetir las mismas acciones del pasado. Eso se llama karma.
Said Majewski volvió a sonreír. Oír hablar a su nieto lo hizo retroceder como 25 años en el tiempo y estar oyendo a su propia hija Gina Alicia.
— Pues tu abuelo está hundido en karmas, aunque mucho No sé lo que significan.
— Significan las misiones que tienes en esta vida para enmendar tus errores de otras vidas.
— Mmm… Tiene mucho sentido.
— Todo me lo ha enseñado el maestro Chung. ¿Te quedarás con nosotros, abuelo?
— ¿Te gustaría que me quedara?
— Mucho… Te mostraré todo lo que aprendo en mis clases de Taekwondo. Claro, si quieres.
— Por supuesto que quiero. Quiero estar en cada cosa que hagan tu, Hebâ y Paulita hasta donde me den las fuerzas. ¿Y sabes qué?
— ¿Qué?
— A partir de ahora este lugar es tuyo y de nadie más.
— ¿No querrás recuperar tu antiguo despacho?
— Ya no necesitaré de ningún despacho. Tu le darás mucho mejor uso para tus prácticas de taekwondo.
— Seré cinturón negro como mi tío Akins. ¿Estarás orgulloso de mi?
— Yo ya estoy orgulloso de ti. Estoy orgulloso de toda mi familia.
— ¿También de mi tío Akins? ¿Lo has visto pelear? Pronto podré entrenar con él. El maestro Chung dice que es un poco distraído y que necesita entrenar con un contrincante.
— No he visto pelear a tu tío, pero si un día serás su contrincante ahí estaré.
— Cuando mi mamita te vea se pondrá muy feliz.
— Ya lo hizo, pero creo que no lo tomó con tanta serenidad. Deberías ir a verla. Mi hermano Alex y tú tía Isabella están con ella.
— ¿Me prometes que no te irás, abuelo?
— Ya veremos que sucede. Ahora ve…
Ezra subió con prisa hasta la habitación de sus padres e ingresó. Saludó brevemente a sus tíos y hasta la cama dónde yacía acostada su madre se acercó.
— Yo acabo de recibir una llamada de urgencia del hospital. Debo irme ahora, Isabella —habló el doctor Haggard— pero volveré a primeras horas de la mañana porque me queda pendiente una larga conversación con tu padre.
— Está bien, tío. Yo bajaré contigo. Ezra, me avisas en cuanto despierte tu madre. ¿De acuerdo, cariño?
El niño asentó y junto a su madre esperando a que despertara, aguardó.
— Mami, debes despertar. Mi abuelo está aquí. Tu nunca te desmayas por tonterías.
El niño sacudió en varias ocasiones a su madre quien lentamente comenzaba a despertar.
— Madre, abre los ojos y vayamos al despacho. Mi abuelo está allí. No quiero que se vaya. No lo permitirás. ¿Cierto?
A lo lejos, Gina Alicia la voz de su hijo oía mientras sus recuerdos lentamente volvían.
— Madre, por fin. Vamos a ver a mi abuelo.
— ¿Tu abuelo?
Incorporándose con brusquedad, se puso de pie de la cama.
— No fue un sueño —se repetía una y otra vez con los ojos humedecidos— Mi padre, mi papito está vivo. Tu lo viste, verdad Ezra.
— Lo vi. Está en el antiguo despacho, y si tú no bajas, bajaré yo solo.
Hundida en llanto, Gina Alicia abandonó la habitación dirigiéndose hasta el despacho.
— Papá… Padre…
Said Majewski en el lugar ya no se encontraba. Únicamente vio a su hermana quien se encontraba hablando por teléfono en la sala.
— Hermanita, nuestro padre subió a su habitación —le dijo luego de colgar la llamada—
— ¿Cómo es posible, Isabella? Vi a mi padre apagarse. Lo toqué. Lo sentí. Él estaba muerto. Ezra era un bebé y estaba durmiendo en su pecho.
Gina volteó buscando a su hijo quien no la había seguido.
— Tienes que calmarte, Gina.
— ¿Que me calme?
— Sé como te sientes porque yo me sentí igual que tú cuando mi padre se presentó ante mí. Me desmayé y al despertar me hice un millón de preguntas, sin embargo, al final nada me importaba. ¿Recuerdas cuántas veces desee que mi padre estuviera vivo? Tantas veces desee pedirle perdón por mis rebeldías y compartir a su lado los momentos más importantes de mi vida. Tengo a mi padre conmigo ahora, Gina, y me siento la persona más feliz de este mundo.
— Él estaba muy enfermo y lo sabes.
— Escúchame bien… Ya lo entenderás todo a su debido momento, pero no te atrevas a comportarte con él de mala manera porque si lo haces y algo malo le sucede nunca te lo perdonaré. Mi padre continúa con un delicado estado de salud. Hace un par de meses recibió un trasplante de corazón y resistió una cirugía mucho más que compleja. Antes de eso vivió con un dispositivo de asistencia ventricular durante años. Acaba de subir a su habitación ahora en compañía de la enfermera que lo asiste constantemente. Se sintió un poco poco fatigado por lo que la misma sugirió que fuese a descansar.
A Gina Alicia, su corazón a gritos se lo pedía. Ganas inmensas de subir y abrazar a su padre era lo que más sentía, sin embargo una fuerza inexplicable desde lo profundo de su alma se lo impedía.
Cubierta en llanto se sentó sobre el sofá.
— Hermanita, es tan raro verte de este modo. Siempre has sido la más fuerte de las tres —decía la joven Isabella rodeando a su hermana entre sus brazos—
A Gina ya ni siquiera le salían las palabras.
— Deja de llorar, por favor.
— ¿Tienes una gota de idea, Isabella de todo lo que implica que nuestro padre esté vivo? ¿Puedes dimensionarlo? De solo volver a recordar la mentira atroz que tuve que inventar para salvar a nuestro hermano, uno que ni siquiera conocíamos por culpa de nuestro padre, siento mucha vergüenza con toda la familia. ¿Te imaginas cuando todos se enteren que está vivo? ¿Qué llegue a oídos de los enemigos que Yasâr Hasnan no está muerto? Enemigos con los cuales Akins debe lidiar ahora.
— Gina, los enemigos que actualmente nuestro hermano tiene detrás se los ha cargado él solito a los hombros. No le bastó con acabar con Milo Kocourek, tuvo que involucrarse en más y más problemas posterior a ese crimen.
Horrorizada, Gina Alicia observó a su hermana.
— No me veas de ese modo. Jamás difamaría a mi hermano culpándolo de los demás sucesos ocurridos en la región, pero tú y yo sabemos perfectamente que tuvo que ver con la muerte de Milo Kocourek y porque razón lo hizo.
— Ya es suficiente.
— Suficiente nada, Gina. Y será mejor que te prepares porque muy posiblemente también lo tengan en la mira por la muerte de Hajjâj El-Hashem. Agrégale a eso qué se involucró con organizaciones criminales de Turquía para conseguir el dinero suficiente y recuperar Bahar Malak luego de la muerte de Dabir Kazım. Lo asocian con la mafia de Moscú, y tiene a una organización ucraniana siguiendo sus pasos.
— ¿Tú de dónde sacaste todo eso? —preguntó palidecida poniéndose de pie—
Isabella, también se puso de pie, sin embargo, no contestó.
— Al final solo nuestro padre podrá salvar la vida de Akins, por lo tanto te sugiero hermanita que consideres permitirle ocupar de nuevo el lugar que alguna vez dejó a tu cargo. Nuestro padre debe volver a tomar el mando del poder que siempre ha tenido para poder luchar contra los enemigos que se ganó mi hermano.
Intentando vanamente hacer a un lado sus lágrimas, Gina Alicia subió de nuevo hasta su habitación. El teléfono móvil que había dejado sobre la cama, notó que sonaba.
Se trataba de su esposo Michael quien por sexta ocasión la llamaba.
— ¿Michael, mi amor por qué no has llegado? Se supone que debías volver hoy a la casa.
— Acabo de llegar al hospital, Gina. Trajeron de urgencias a mi padre al St. Josef —contestó Michael con la voz casi quebrada en llanto—
Como si el corazón pudiera tenerlo aún más dolido, Gina por segunda ocasión se quebró.
— No me digas eso, Michael. ¿Qué le sucedió a mi padrino?
— Los doctores aún no nos han dicho nada. Mi madre y yo aguardaremos noticias acerca de su diagnóstico.
— Saldré para allá en breve, mi amor. Estaré contigo y con mi madrina.
Gina Alicia no tardó en alistarse. Se dio una ducha y prontamente estaba puesta para rumbo al hospital St. Josef marcharse.
— Sarah Debo salir rumbo a Bochum. El padre de Michael enfermó y se encuentra hospitalizado.
— No me diga eso, señora. Siento mucho oírlo.
— Por favor encárgate de mis hijos. Ezra debe darse un baño y revisar si tiene tareas antes de ir a la cama. En cuanto a mi niña no es necesario que te diga nada.
— Pierda cuidado señora que sabe que cuido a los niños con mi vida entera. Deseo de corazón que el señor Sebastian mejore.
— Gracias Sarah… Ahora me voy. Ah, y por favor, prefiero que no le comentes nada a mi hijo acerca de su abuelo.
— No lo haré. No se preocupe.
Ni bien Gina abandonó la mansión, la niñera se dispuso a ir por los niños. La joven Isabella se acercó con las pequeñas Hebâ y Paulita para preguntar por qué había salido su hermana con tanta prisa.
— ¿Sabes a dónde fue?
El suegro de la señora se encuentra en el hospital y tuvo que salir de inmediato a Bochum.
— ¿Qué le sucedió al señor Sebastian?
— La señora no supo decírmelo.
— Espero que Dios le otorgue de nuevo la salud.
— Amén… La señora me ha pedido que no le diga nada al pequeño Ezra acerca de la salud de su abuelo para no entristecerlo.
— Es lo mejor. Se encuentra muy contento por el regreso de su otro abuelo, por lo tanto no es necesario perturbarlo. Puedes ir por él. Yo me encargo de mis princesas.
Respirando profundo, la niñera se hizo la señal de la cruz.
— Oye, mi padre no es ningún fantasma, Sarah, y será mejor que tanto tú como todos los que habitan en esta mansión vayan acostumbrándose a su presencia.
— Pero estaba muerto, señora, o eso fue lo que creímos siempre. Mejor iré por el niño Ezra.
— Si, mejor.
Con el Jesús en la boca, como si en verdad estuviese a punto de pararse frente a un fantasma, la niñera Sarah llamó a la puerta. El pequeño Ezra fue a abrirla.
— Mira, Sarah. Vixen tiene hermanitos — habló el niño cargando a cuatro gatos, incluido a Vixen—
— Ah, la señora estará muy contenta. Ahora tendrá cuatro gatitos —dijo la niñera dando unos pasos—
— Cinco porque tienen madre.
— Lamento interrumpir, señor, pero Ezra debe bañarse y revisar si tiene tareas de la escuela antes de dormir.
— Ya acabé las tareas que tenía, Sarah.
— Lo hizo mientras yo veía todos los álbumes de fotos que trajo para mí —irrumpió el señor Said Majewski—
— Volveremos a verlas luego, abuelo porque debo contarte acerca de cada fotografía.
— Así será
El niño ubicó de nuevo a los gatitos en sus respectivas camas junto a los rascadores y el arenero, y posteriormente se acercó a despedirse de su abuelo.
— Abuelo, vendré a verte en la mañana antes de ir a la escuela.
El hombre asentó despidiéndose de su nieto con un beso en la frente.
— Que descanses.
— Tu también.
— Permiso, señor.
Said Majewski asentó. Su nieto y la niñera se marcharon y a los pocos segundos la habitación en silencio quedó. Estaba acostumbrado a ello, sin embargo no en aquella habitación que cada rincón le hablaba de su amada Paula.
Se puso de pie de la mecedora y con pasos lentos fue hasta el vestidor. Abrió uno de los placares dónde yacían los vestidos favoritos de su esposa. Todos y cada uno de ellos se encontraban perfectamente ordenados, limpios fragantes y envueltos en fundas como acostumbraba a guardarlos.
Tomó uno de ellos. Lo apartó de la funda y abrazándolo volvió a la cama hundido en la tristeza más profunda.
— No quería seguir en este mundo sin ti. Te prometí que volveríamos a estar juntos, mi amor, pero estoy encadenado a este infierno —decía mientras hundido en llanto lentamente dormía— Lamento no haberte traído a nuestro hijo cuando debía. Pagaré por siempre aquel castigo lo que me quede de vida.




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