Alas Olvidadas. Encantus (libro 2)

Capítulo 3: Primavera

Capítulo 3:

Primavera

 

—¿Qué estás leyendo? —dejo caer el libro. Por un instante pensé que era mi madre. Se me disparan los latidos del corazón.

¡Qué susto!

Anoche no termine de leer el librillo. Me quede dormido después de hojear algunas páginas. No fue mucho lo que pude encontrar, pero es el principio de algo importante, sino por qué el librillo estaría en tierra de hadas y no en mano de los humanos. Lo que fue plasmado entre tinta y papel es una historia que marcó nuestro mundo, algo que nadie quiere recordar por eso mi madre lo conserva en un lugar al que ella solo debería tener acceso.

Susej se sienta a mi lado con las piernas extendidas hacia el vacío del acantilado, por el mismo vacío en que se ha ido el libro. Lo veo impactarse contra las rocas. Una reliquia antigua se ha ido por el acantilado.

—Es antiguo —musito.

Espero que el libro haya sobrevivido a la caída, no tengo forma de reemplazarlo en la estantería. Aunque mi madre no parece visitar desde hace algún tiempo ese espacio secreto en su habitación estoy seguro de que si decide hacerlo sabrá que falta un libro. Y si eso ocurre estaré en problemas.

—Fue tu culpa. Lo dejaste caer —mi hermana se encoge de hombros deliberadamente. Le importa muy poco.

—No lo hubiera hecho si no hubieras aparecido —replico.

—Solo hice una pregunta, tú, por el contrario, parece que ocultas algo.

—Oculto muchas cosas Susej. No estás aquí para conocer mis secretos, dime ¿a qué has venido?

—¿No te lo imaginas? —pregunta estoica.

Niego. En otro momento quizás intentara adivinar, pero me preocupa el estado en que ha quedado el libro y la información que todavía no he podido extraer. Mis alas emergen y me preparo para dejarme caer. Mi hermana me agarra del brazo.

—¿A dónde crees que vas? —exige saber, como si no fuera obvio.

—A recuperar mi libro, es importante.

—Eso tendrá que esperar —se levanta y tira de mi brazo para que haga lo mismo. —Vamos Gerald, mamá me pidió que te llevara al jardín porque tu prometida está por llegar.

Entonces de eso se trata. Lo olvidé por completo. Romina y su madre vendrían hoy y se supone que no debo hacerles un desplante. ¿Qué debería hacer? Ir y arruinarles la mañana, porque la realidad es que no voy a fingir que estoy interesado en Romina únicamente por complacer a mi madre, y mi presencia solo va a generar tensión entre todos. En cambio, si voy por el libro nos ahorraríamos una gran cantidad de problemas.

—Necesito mi brazo para levantarme —ella me suelta. Me levanto y salto al vacío. Sobre vuelo las rocas hasta encontrar el libro, y desciendo.

—¿Qué le voy a decir a nuestra madre? —Susej grita a todo pulmón.

Alzo la mirada, apenas y puedo verla con las manos en la cintura inclinada en el borde del acantilado. Demasiado alto. Seguro que está enojadísima. Ya se le pasará.

—Tengo que estar en otro lugar. Dile que estoy ocupado.

Agarro el libro, algunas hojas se han soltado. Las recojo y guardo dentro. Ya más tarde con calma las ordenaré.

—No puedo decirle eso —replica ella en medio de un gruñido muy poco femenino.

—Entonces dile que no me encontraste.

—No puedes huir siempre, Gerald —es lo último que escucho al marcharme.

La reina Zulay tendrá una incómoda mañana con sus invitadas por mi ausencia. Tendré que prepararme para soportar la ira de la reina más tarde. Ahora tengo una importante reunión a la que asistir.

***

La frontera con primavera es una mezcla de muerte y renacimiento. Por un lado la desolada vegetación que ha dejado la magia roja en mis tierras y por el otro lado, la hermosa y colorida naturaleza de primavera.

—Príncipe Gerald —dice el rey Alfred. El elfo siempre ha sido un hombre muy cuidadoso con los suyos, y muy protector con quien tiene su lealtad—, me sorprendió su solicitud. No creí que su madre le fuera a contar alguna vez lo que pasó.

El rey ha venido acompañado de su hijo mayor. Dar mantiene su posición de guardián al igual que Lyon. Es una reunión amistosa, sin ninguna intensión de lastimar a alguien. Ambos vamos en la misma dirección, encontrar la forma de detener a la hermandad. Alfred tampoco confía en que la hermandad permanezca en el mundo humano.

—No me lo contó —mis palabras lo hacen entornar la mirada, interrogativa. —Me lo mostró.

Asiente masajeándose el mentón.

—No creo poder decirte más de lo que ya has visto —dice con sinceridad.

Tiene toda la razón, presencié lo que vivió en el pasado. No hay más que decir al respecto. En cambio, otras si son necesarias de claridad.

—¿Qué sabes sobre la hermandad? —inquiero.

—La hermandad es la rebelión de las hadas, no conozco mucho de la historia original solo lo que se ha mantenido de boca en boca a través de los años —explica sin poner trabas, una gran diferencia con lo que he obtenido de mi madre. Alfred es un rey mucho más accesible—. Se dice que es el resultado de una alianza entre humanos y hadas, un amor, una amistad… no lo sé, pero termino muy mal. Los humanos comenzaron a temernos, y nosotros a odiarlos.




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