Alas Olvidadas. Encantus (libro 2)

Epilogo

Epilogo

 

—Ya estás marcado —dice Yira una vez que estamos fuera de ese espacio donde se encuentra Maritza. La bruja tiene sus limitantes.

Yira va por delante marcando el camino.

La puerta de la corte oscura es una de las entradas al velo hacia donde la bruja fue expulsada. Todavía no comprendo cómo llego a suceder eso, pero estoy seguro de que aquí obtendré las respuestas necesarias.

Caín fue convocado por no sé quién. Lo que me dejo con Yira a poca distancia de lo que parece ser un castillo en ruinas. Una estructura que imponente a pesar de ser más bien el esqueleto de un castillo. La presencia de la hermandad hace que sea un lugar al que temer.

—¿A qué te refieres? —inquiero.

Casi no siento el brazo donde Maritza me ha tocado, lo que es ilógico dado su extraña existencia.

—Somos pocos los que estamos marcados —apenas y mira atrás con un encogimiento de hombros. Pero ese instante en que su mirada se cruzó con la mía pude darme cuenta de que le importa mucho más de lo que da a entender. —Lo que significa que somos partes de algo más que ser un simple peón de la hermandad. Otros, los que son como peones son los cascarones de los olvidados. Ya los visto. Tienen unos enormes ojos en las alas.

Agilizo mi andar y la alcanzo.

—Quieres decir, ¿qué tú no los tienes? —alza una ceja casi ofendida por mi pregunta.

A decir verdad, ella al igual que su madre se ha cuidado mucho de exponer sus alas en la corte.

—No. Mis alas no tienen ninguna… deformación.

Ingresamos por una rendija en la pared. La estructura de la entrada cedió en algún momento y termino siendo un agujero alargado.

—Tú y yo tenemos un mismo destino, y no es mejor que el de los peones —dice tajante.

Una vez dentro en vez de ir hacia arriba, bajamos por un deforme pasillo que parece inestable.

—¿El castillo siempre estuvo aquí?

—No siempre. El velo entre los dos mundos siempre ha existido. Agadria y Maritza se adueñaron de este espacio. El castillo nunca se terminó de construir —explica Yira con fluidez. —Con el encierro de Agadria y la casi muerte de Maritza el lugar colapso. Y quedo así.

—¿Es posible que la bruja regrese? —no estoy seguro de haber formulado bien la pregunta. Como ella ha dicho “casi muerte”, la existencia de la bruja es un misterio.

Nos detenemos frente a una puerta de hierro con apenas una rendija por el cual ni siquiera  es capaz de pasar la luz. Una celda. Soy un prisionero.

—No lo sé. Maritza es un misterio para todos, en cambio, Agadria es otra cosa. Ella si va a regresar y muy pronto.

Yira abre la puerta. Mueve la mano indicando que debo entrar. Así que lo hago sin objeciones, no es como si pudiera de todos modos. Para ser una celda está en buenas condiciones.

—Tu abuela quiere que estés lo más cómodo posible —comenta con diversión.

Arcadia recreo mi habitación tanto como pudo en un espacio minúsculo.

—¿Se supone que debo sentirme como en casa? —el sarcasmo es evidente en mi tono de voz.

Yira suelta una risita. Me recuerda a la niña que siempre iba de visita al castillo. Una niña jovial. Se da cuenta de que la observo y se esconde tras una impoluta dureza.

—Asumo que sí —dice. Se queda en silencio por un instante, me da la sensación de que quiere decir algo, pero no se atreve. En cambio de sus labios sale una advertencia—. Gerald, no intentes escapar. El velo tiene las mismas características que la frontera de las tinieblas. Sabes a lo que me refiero.

¿Cómo no saberlos?

—Bien. Arcadia vendrá a verte en cualquier momento.

Empieza a cerrar la puerta.

—Yira —se asoma.

—No puedo responder todas tus preguntas —se adelanta.

—Igual las haré. Tú verás si las puedes responder o no —ella asiente, alentándome a realizarla—. ¿No se supone que Agadria debería estar en la frontera de las tinieblas?

Ella sonríe, pero con malicia e inteligencia. Desde que me trajo hasta aquí siento que me está dando migajas de pan para ir desvelando la verdad que ella misma ha dicho que no puede decir.

—¿Por qué asumes que no es así?

—¡Qué importa! Solo responde.

—No. Ella no se encuentra en Encantus.

La puerta se cierra sin que pueda preguntar algo más.

Me dejo caer en el borde de la cama y la colcha cede con mi peso. ¿Cómo y cuándo escapo Agadria? ¿Dónde se encuentra ahora? No es algo que Yira esté dispuesta a responder. Mejor pensar en algo desconocido a lo que sí debo conseguir una respuesta. Arcadia tendrá que explicarme.

Me deshago de mi camisa. En mi hombro se ha formado una marca que estoy seguro jamás había visto, y que sin saber la relaciono de inmediato con la conversación que tuve con Mafer. El símbolo que vio como consumía a los mestizos.




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