Alas rotas

2

El hombre flotaba en el aire y sentía una extraña ligereza. El aire helado lo envolvía; el viento despeinaba su cabello castaño claro. Poco a poco le resultaba más fácil mantener el equilibrio. Volaba sobre el bosque, temeroso de caer. No sabía adónde lo llevaban aquellas alas, y la incertidumbre le empujaba el miedo al corazón.

Entonces escuchó el sonido de una flauta.
Alguien tocaba con maestría una melodía alegre que se elevaba entre los árboles. Era una música hipnótica, fascinante, que lo atraía y le hacía desear oír más.

A la tenue luz de la luna distinguió a un hombre sentado sobre una roca, tocando la flauta. Denis descendió hasta él y, por fin, sintió bajo sus pies una superficie firme.

El desconocido seguía tocando, y las alas de Denis se agitaban al compás de la melodía. Tenía el cabello claro, peinado hacia atrás, y una chaqueta de cuero que le ceñía el cuerpo. Dejó de tocar y, solo entonces, Denis notó las alas a su espalda: enormes, negras, majestuosas, semejantes a una nube de tormenta.

El hombre extendió las alas y arqueó las cejas con sorpresa.
—¿Un aéreo? No me lo esperaba. Bueno, así es más interesante. —Apretó la flauta en la mano y se alzó en el aire.

Se acercó a Denis y comenzó a volar a su alrededor.
—¿Quién eres? —preguntó Denis, frunciendo el ceño.
—Soy quien te quitará las alas —respondió el desconocido con calma, deslizando la mano por las alas blancas de Denis—. ¡Blancas! Siempre soñé con atrapar unas así.

De un tirón arrancó una pluma, que cayó sobre su palma áspera. Denis retrocedió un paso, alejándose.
—No son mías —replicó—. Pertenecen a la chica que cayó sobre mi coche. ¿Vas a decirme quién eres y quién es ella?

—Ya sé que no son tuyas. De ti no habrían nacido unas así. —El desconocido ignoró por completo las preguntas y habló con desdén.

Pasó un dedo por el eje de la pluma y, de pronto, la quebró. Esta se dobló por la mitad, y Denis sintió un picor intenso en los omóplatos. Era como si algo tirara de largas hebras escondidas bajo su piel. Al mismo tiempo, una sensación de alivio lo recorrió: el peso sobre sus hombros desaparecía.

Se giró y vio las alas. Blancas, las mismas que lo habían traído hasta allí, flotaban ahora en el aire, agitándose suavemente, como si esperaran algo.

El desconocido sacó un lazo de detrás de su espalda, atado por un extremo a su muñeca. Apuntó y, con un solo movimiento, lanzó el lazo sobre las alas. Tiró con fuerza de la cuerda y las atrapó. Las alas se plegaron y cayeron al suelo, inmóviles. Sus movimientos eran precisos, seguros; se notaba que no era la primera vez que hacía algo así.

El hombre sonrió ampliamente.
—Ha sido más fácil de lo habitual. Ni siquiera lo esperaba. ¡Gracias por el regalo!

Batió sus alas negras y comenzó a alejarse de Denis. Este extendió una mano, intentando detenerlo.
—¡Espera! ¿Y yo qué?

La pregunta quedó sin respuesta. Denis lo observó desaparecer entre las copas de los árboles, arrastrando consigo las alas blancas, que se agitaban, intentando liberarse de su prisión.

El hombre se tocó el hombro y, a través del suéter desgarrado, sintió las heridas alargadas que ardían ligeramente. Sabía que debía regresar al refugio, aunque no estaba seguro de recordar el camino. Se dio media vuelta y echó a andar en la dirección de la que había venido.

Su mente hervía de preguntas, pero la que más lo inquietaba era quién era aquella muchacha que dormía en su sofá. Hasta esa noche, jamás habría imaginado que existieran personas aladas.

Caminar por el bosque de noche resultó más difícil de lo que esperaba. Avanzaba con pasos vacilantes, esperando encontrar pronto el camino de regreso. El ascenso por la empinada ladera fue agotador: tuvo que aferrarse a los troncos para seguir subiendo.

Al llegar a un pequeño claro, suspiró aliviado. Después de una hora de caminar perdido, por fin había encontrado el sendero hacia la cabaña. Para entonces, estaba tiritando de frío.

Cruzó el umbral de la casa y fue directo a la chimenea, que ya no ardía. Esperando calentarse, apoyó las manos sobre los azulejos aún tibios.

De pronto, una voz femenina, grave y amenazante, resonó a su espalda:
—¿Dónde están mis alas?

Denis se volvió. Frente a él estaba la misma chica que había caído sobre su coche. Se mantenía firme sobre sus piernas; solo los cortes en su rostro delataban lo reciente de su mal estado. El vestido blanco mostraba manchas secas de sangre y barro. Su cabello negro caía más abajo de la cintura, y sus ojos verdes lanzaban flechas de ira invisibles hacia él.

La chica sostenía un cuchillo extendido en una mano, y en la otra, apretaba con fuerza una pluma blanca.



#164 en Paranormal
#54 en Mística
#1233 en Fantasía
#210 en Magia

En el texto hay: mitologia, mistico y fantasia, adventure

Editado: 15.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.