Esencia, que se perdía, eso parecía, la eternidad era equivalente a verle sonreír, le sorprendía, y no era nada malo, era algo más, y no entendía que, pero resultaba difícil incluso respirar, y que triste sonaba, pero estaba tan vulnerable que incluso soñar era imposible, no podía más, ni siquiera convivir quería, las lágrimas las tenía en la ventana a punto de gritar, era feo sentirse incluso menos que la basura, y aunque se amaba, solo estaba experimentando emociones inmensas de miedo, ya no quería ser lastimado, había vivido tanto que parecía ya tiempo para comenzar a soñar.
Roto era como vivía, no podía cambiar mucho, y seco se sentía, tan perdido, indiscutiblemente era la peor etapa de su vida, tan descontrolable como el tsunami.
Las mareas eran gigantezcas, se sentían tanto, que la piel se señía con las gotas, y no paraba de llover, no paraba de sentir, su sensibilidad estaba como una roca o como una pluma, una combinación entre ellas.
A pesar de la fragilidad, sus manos le daban firmeza y esperanza, aunque él no le hablara ni mostrara su magia, ella era un pilar, no estaba enamorado, pero su personalidad y inteligencia la hacia tan reluciente, tan eficaz y dulce. Sus lentes también le hacían ver tal eficacia de su belleza, su piel, su cuerpo era perfecto, y que decir de su voz si con sus palabras se envolvían bajo la belleza de la luna y el mar.
Y que maldito sentir al ver su piel y el color rosa de su camisa, daba una combinación perfecta, estaba a cuarenta centímetros de Areu, su cabello rodaba, besaba y en él creía; duro era no poder ni siquiera saludarle y decirle lo grandiosa que se veía, la catástrofe se avecina desde la esquina, desde el día dieciocho de febrero hasta la actualidad, incluso llegó a estar a diez centímetros de ella, y solo quería llorar, estaba tan hundido, no tenía salida y necesitaba ayuda, Abril volvió a aparecer, y fue una cuchillada al alma, ¿por qué? ¿qué quería? eran preguntas que él se hacía.
Ya no podía, lo único que anhelaba era salir bien en su carrera, lo demás ya no tenía sentido, socializar era como mendigar, y a lo mejor era falta de fuerza o simplemente depresión.
En realidad ¿era depresión? más bien parecía falta de fuerzas.
Las hojas y los tallos exclamaban eufóricamente que la brisa pegaba, sacudía y estremecía. Los días transcurrían, y se volvían densos como las rocas, todo pesaba y ya no había nadie que le diera esa fuerza que él necesitaba, desmotivado estaba, sin fuerzas, sin ganas de dar un poquito más y poder sonreír.
Las personas se alejaban, todos lo hacían, porque incluso ellos buscaban su lugar ante el inmenso caos de la vida, se enfocaban en ellos sin observar su interior, y no pasaba nada, porque cuando todo se juntaba, los mares inundaban y ahogaban.
Cada quien luchaba contra su caos y que difícil batalla, a escudo y espada; se les notaba en sus miradas la eterna guerra que vivían, y como suplicaban al cielo que todo acabara, dolía mucho sentir cada latido de sus corazones, y de pronto Elm se preguntaba, ¿por qué llovía?, notaba el cielo gris, relámpagos, y que en sus ojos llovía, ahí estaba la tormenta y eso enfurecía.
Imaginar, que el mismo planeta moría, eso dolía, postraba al corazón en un punto cruel, bueno más bien crítico, se notaba en su mirada la eternidad de sufrimiento que por su mente pasaba, tanto que corría, por esas calles que llevaban a cualquier parte corría, y a lo mejor era lo que necesitaba, escapar. El día susurraba a su oído que dejara de sentirse así, porque podía ver la tormenta mojándole, miraba como las canciones le atravesaban, le veían y lo dejaban tirado en la deriva.
Que fuerte se hacían los días, pintados en color epifanía, sus miradas se hundían, el sol opaco no dejaba visibilidad, las nubes atenuaban cada respiro junto a la brisa que pegaba en su corazón y.. en su alma. Temía, y en exceso, tanto que no sentía que enamorándose estaba, y eso dolía, porque era lo que menos quería. Era tan inmenso el miedo que sentía que hablar de eso no quería; trataba de no mirar, ni conectar porque no quería otra vez su corazón dañar.
Ahora era difícil, un 28 de mayo tuvieron que abordar un viaje no inmenso, pero si profundo, más bien único, sería la primera vez que saldría de su zona a esas horas de la noche y la persona que le volvía loco también iría junto a otros más. Todos queriendo entrar a la actividad, faltaban dos, ella y otra persona más, de la otra se acordaron fácil, y de ella se acordó él primero, y incluso deseaba esperarla fuera para que nada le pasara, al poco tiempo llegó, quería ir a encontrarla, pero no quería parecer tan obvio, se hizo presente con tanta luz que relucía en el salón oscuro, denotaba fragancia incluso a los metros y a los kilómetros, su dulce presencia hacía falta siempre, siempre. Pasaron los minutos y el destino los acercaba aunque nada entre ellos pasara, el uno junto al otro pasaba el momento, concentrados en el o en la deriva quién sabe, hasta que ella le preguntó si traía dulces, y sin mediar palabras él metió su mano en el bolsillo y le dio uno después de un gracias, todo siguió, y todo era agradable, incluso que sus brazos se tocaran y conectaran el cielo con el alma, se sentía tan bien, que recordó como era sentirse al lado de alguien que de verdad vale la pena, que realmente te conecta y te hace admirarle.