Ya casi era medianoche, y muy lejos de las luces de la ciudad un muchacho pasaba por un momento realmente malo. Sus manos temblaban mientras aquel ente seguía mirándolo sin ni siquiera moverse, como si de una estatua se tratase. Después de unos segundos empezó a acercarse lentamente sabiendo que alguien se encontraba allí. Arrastrando una de sus piernas, tal parece que no podía utilizar esta, se acercó al arbusto y comenzó a olfatear, se oía bastante fuerte el sonido que producía, quería detectar el olor de su víctima, y así lo hizo. Oli se levantó al notar que ya lo había encontrado, se quedó quieto, con la esperanza de que lo iba a dejar libre, pero esas no eran las intenciones de este sujeto, pues en su ser había maldad, lo reflejaba las garras afiladas que tenía, y que estaba a punto de utilizar contra el joven. Este sería el fin, o así lo pensaba, sin embargo las cosas no sucedieron como él imaginaba. Cuando ya todo estaba listo para su muerte, ocurrió lo impensado, de arriba bajó una luz azul casi imperceptible, y en el cielo se veían un resplandor, mientras que en la luna se podía apreciar tres líneas, como un arañazo, formado por las pocas nubes visibles que habían. Estos sucesos asustaron a esa cosa que inmediatamente salió corriendo, saltando por encima de la vieja muralla, olvidando en ese instante el inconveniente que sufría una parte de su cuerpo, tan solo quería escapar de aquello que lo atormentaba.
Tras este gran susto, Oliver se quedó contemplando lo que ocurría a su alrededor, no podía creerlo, se negaba a aceptar que era la realidad, por eso se pellizco varias veces para saber si era un sueño, pero no, no lo era.
La luna volvió a estar despejada, y el fulgor azul poco a poco desaparecía, la noche volvió a ser la misma. Esto para el chico fue una mala señal, tal vez volvería por él, así que se apresuró para volver a su alcoba, olvidando incluso apagar las luces que había encendido previamente. Se tapó con su frazada, y estuvo las horas restantes pendiente de esa cosa, mirando su puerta, en vela, vigilando que no entrase.
Eva sería la primera en levantarse la mañana siguiente, eventualmente lo haría su marido, pero su hijo no salía de la habitación, así que fue a preguntar qué le ocurría porque casi siempre se levantaba temprano.
—Oli, ¿ya estás despierto?
No le respondió. Así que pensó que seguía dormido, hasta que escuchó hablar al adolescente:
—Sí, ya estoy despierto madre.
—¿Puedes abrir? Necesito unos papeles que dejé en tu armario para inscribirte en una nueva institución.
—Lo siento, ahora no puedo —contestó.
—¿Cómo que no? Abre la puerta que necesito esos papeles.
—Te los pasaré por debajo de la puerta.
—¿Qué te ocurre muchacho? Estás extraño.
—Nada, solo que no quiero que veas lo desordenado que está mi habitación —dijo Oli mientras buscaba los papeles. Lo que ocurría es que no quería que su madre lo llegara a ver, se daría cuenta que no había descansado en toda la noche, y no estaba en sus planes preocuparla.
—En algún momento tendrás que limpiar todo tu desorden o estarás en problemas —advirtió la mujer.
—Estoy consciente de eso. Lo haré pronto —afirmó el joven mientras le pasaba a su madre lo que necesitaba.
—Que tengas un buen día hijo. Y limpia tu pieza.
—Lo haré. Tú también ten un buen día.
Ya con la paz que traía consigo la luz del Sol, pudo dormir unas cuantas horas para reponer energías. Se venían días con muchas tareas, y no sería bueno estar con sueño durante la jornada. Mientras seguiría con sus cosas ya que esta semana era libre, y la próxima ya sería tiempo de colegio para él nuevamente.
En la tarde, intentando olvidar lo sucedido, y a sabiendas que nadie le creería, estaba jugando con un balón en la vereda, pateando y patentado, en una de esas su pelota rebotó más fuerte de lo debido por la muralla terminando en medio de unas flores de la casa de al lado. Cuando agarró el esférico, notó que tenía unas rasguños, eran recientes, tal vez provocado por algunas espinas, o alguna otra cosa. Lo que él no sabía es que de entre esas flores, que eran muchas, emergería un gran perro, al parecer era un San Bernardo, este lo sujeto con sus patas y lo echó al suelo de una forma aparatosa, porque no conforme con echarlo, también empezó a lamerlo logrando que se moviera lo suficiente para caerse también en una pequeña zanja. Los dos mojados salieron de allí, el perro con ganas de seguir jugando, y Oli furioso por lo que le había hecho.
—¡Qué te ocurre! —gritó consciente de que no le iba a contestar, pero de alguna forma debía sacar esa rabia que tenía.
Cuando su furia se había disipado lo necesario, se alejó, pero no se iba a ir sin su balón, cosa que sería difícil ya que el perro se negaba a darle su pertenencia. Unos minutos de ardua lucha hubo un ganador, y fue el San Bernardo que terminó arruinando la pelota con sus dientes.
Oli resignado, se alejó. Pero el can aún no lo dejaba en paz, lo seguía en todo lugar que iba, aunque le gritase, o hicese lo que fuera para alejarlo, este no se iba. Lo miraba fijamente, tal parece que tenía mucha hambre.
—Creo que estás así porque tienes hambre. Te daré de comer y luego te irás.
Después de alimentarlo con casi todo lo que había en la cocina, ya era tiempo de marcharse, por lo tanto empezó a silbarle para que saliera por el portón, pero se negaba, ya no quería irse.
—Vete por favor. Mis padres no deben saber que estuviste aquí.