Alba: El Secreto De Grace

CAPÍTULO VI - ARTHUR, EL NOBLE

   Todo se sentía mágico en ese momento, el árbol que estaba al filo de la muerte se tornaba fascinante con más vida que nunca. Esas hojas lucientes gracias a una magia desconocida, daban vida a todo el campo. 
    
              —¿Entiendes ahora por qué no nos encontró? Mi padre y yo descubrimos que si entras en el hueco, eres invisible a lo que hay afuera —explicó Grace quitándose la máscara que tenía, y prosiguió diciendo —. Ya puedes quitartela, ya no hay peligro alguno, su tiempo acabó. 
 


 

     Esto refiriéndose al limitado tiempo del hechizo. 
 


 

                —¿Ellos volverán? —requirió una respuesta Oliver, seguía muy preocupado.
                —Volverán. No van a descansar hasta encontrarnos. Saben que yo poseo lo que necesitan, y tú amigo mío te escapaste, no permitirán que sigas viviendo sin consecuencias.
                —¿Nos vamos a aferrar en el plan que hicimos? 
                —Sí, pero necesitamos ayuda. No podremos con todo nosotros dos. 
                —¿Quién podrá ayudarnos? 
                —Mañana te presentaré a alguien, sin dudas nos va a dar una mano. 
                —De acuerdo. Me parece bien. Por último quisiera que me respondas algo, ¿por qué este árbol es así? 
                —Cuando lo descubrimos también nos quedamos asombrados. No sé de dónde proviene, solo sé que me ha salvado muchas veces. Tampoco sé por qué es así, y tal vez nunca lo sabremos, pienso que solo hay que apreciar lo fascinante que es, antes de que ya no esté. 
 


 

    De esta manera se despidieron aquella noche, mientras el brillo del árbol desaparecía y volvía a la normalidad, las luces también retornaron, el infierno efímero que vivieron les enseñó que debían apoyarse mutuamente. Al regresar lo hacían caminando, un poco más tranquilo se sentía el ambiente, si bien los monstruos seguían deambulando por alguna parte, Grace tenía la certeza de que los habían despistado. 
 


 

                   —Ten mucho cuidado, y por favor grita si algo sucede —le pidió a su compañero cuando ya se encantaban en su destino.
                   —Lo haré. Tú igual. 
 


 

    Cada quien entró a su hogar, con mucho miedo aún, pero al final se sintieron sosegados por el amparo que le proporcionaba el tenerse uno al otro. La misión era complicada, pero debían hacer lo posible por mantenerse vivos, ya estaban en esto, debían seguir luchando. 
    Al siguiente, Oliver se despertó muy temprano. Se dirigió al baño para empezar un día en el cual ya no arrastraba más el aburrimiento, era un misterio cada hora, no como los anteriores que parecían siempre lo mismo. Al caminar por el corredor, en el cuarto de sus padres estaba su madre sentada en la cama llorando. Este se acercó, se sentó al lado y le preguntó acerca de su aflicción:
 


 

                —¿Qué pasa madre? ¿Por qué lloras? 
        
     Esta al percatarse que su hijo la descubrió, intentó fingir una sonrisa, una tan falsa y carente de alegría, que hizo creer más a Oliver que había un problema. Ella intentó calmar la inquietud del adolescente con unas palabras vacías sin casi nada de razón:
 


 

               —No pasa nada. Solo tuve un contratiempo en temas de trabajo, no es nada grave. 
               —Si no es nada grave entonces, ¿por qué lloras? —interpretó Oli aún intranquilo.
               —A veces, las personas adultas también lloran. Necesitamos sacar afuera nuestros males, y una forma de hacerlo es llorando. No te preocupes, estaré bien. 
               —Está bien. Pero cualquier cosa me avisas, prometo ayudarte. 
               —Gracias. Eres un gran hijo. 
 


 

   Eva volvió a sonreír después del encuentro con su muchacho. Era su respaldo en la tristeza que la tenía en ese estado. 
 


 

                —Por cierto, puede ser que por la tarde vea a nuestra vecina, me invitó —mencionó el joven.
                —Me gusta que estés haciendo amistades. Solo cuídate mucho.
                —Lo haré, tenlo por seguro.
                —Eso me gusta. Dame un abrazo.
 


 

   Ambos se abrazaron, y pese a que no le dijo la causa de su pena, no importaba, le demostraría que podía contar con su presencia en situaciones complicadas de afrontar. 
    Ya en la tarde, Oli se encontraba jugando con su cuarto balón comprado en esa semana, Tom no podía ver uno, lo destrozaba. Dado que no era una buena idea jugar con el perro con la pelota, este lo observaba desde adentro del terreno, separados por el el portón que tenía rejas. A veces se salía porque no era tan alto, solo saltaba por algunos ladrillos amontonados muy cerca, y luego por encima. Después ya no pudo más, le quitaron los ladrillos. 
       El pobre lo miraba con tristeza, quería escapar de alguna forma para destruir otro balón, es lo único que quería hacer. 
 


 

                      —Oye Oliver, al parecer tu perro está muy triste —indicó Grace desde su vereda. 
                      —Solo quiere arruinar mis objetos. No para de morderlos —comentó el chico claramente enojado con Tom.
                      —No te enojes con él. Solo quiere jugar —dijo ella ahora en la vereda de los Báez. Prosiguió haciendo una pregunta mientras acariciaba al can— ¿Cómo se llama? 
                     —Tom, pero creo que le cambiaré el nombre a mordiscos. 
                     —Llámalo como quieras, eso no le quitará su encanto.
 




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