Albert

Sin rumbo fijo

Una vez más, la soledad era mi única compañera. caminé sin rumbo por las calles pateando cada pequeño trozo suelto de asfalto que me topaba. Ni siquiera vi alrededor para cruzar las calles lo que no es muy buena idea. Un vehículo conducido por un idiota descuidado (al igual que yo) me atropelló, todo parecía ir en cámara lenta, no estoy loco, sólo que nunca vi algo así.

Mientras rodaba por el parabrisas algunos recuerdos que no sabia que tenia vinieron a mi en una especie de flash-back mortuorio (debo mejorar en colar nombres.. Aunque Migles es un buen nombre para un perro... ¿no?) vi a una mujer, su cara estaba un poco húmeda, las que seguramente eran mis manos de bebé se mojaron con el llanto de aquella mujer a medida que palpaba su rostro. Decía algo que no pude distinguir, al mismo tiempo, su mirada de tristeza me infundía mucha inquietud.

Comencé a llorar al momento que mi pequeño cuerpo toco suavemente el frío cemento (seguramente eran las escaleras de la entrada al orfanato), vi cómo la mujer se fue alejando sin quitarme la mirada de encima, yo trataba de alcanzarla estirando mis pequeños brazos inútilmente, fue la primera vez que sentí la soledad. Mi llanto era incontrolable lloré y lloré hasta que el sonido que hace un cuerpo al caer al suelo mojado paró mi llanto.

Volando por el aire no podía evitar pensar que el cuerpo que se había desplomado en el piso aquella noche de mi recuerdo fue el de mamá. Al comenzar a desplomarme hacia el suelo algunas lagrimas empezaron a brotar de mis fatigados ojos, sin fuerzas, sin familia y sin ganas de seguir librando una lucha que en aquel momento me pareció imposible de ganar. Cerré mis ojos listo para morir.

El mismo sonido de mi recuerdo logre escuchar mientras mi cuerpo, esta vez, en forma brusca, impactaba contra duro y áspero pavimento. Todo daba vueltas, personas se aglomeraron a mi alrededor con la intención de “ayudar” sin saber que lo único que hacían era dificultar mi respiración, a mi llegaba el poco oxigeno que ellos no alcanzaba a inhalar. Los músculos de mi cuello fueron perdiendo tensión haciendo que mi cabeza suavemente se rotara hacia el suelo. Mi nombre, exclamado por una mujer, fue lo último que logré escuchar antes de que el mundo se tornara más obscuro de lo que para mi ya era. 



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En el texto hay: tristeza, humor, aventura

Editado: 21.11.2020

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