Una fuerte luz me obliga a colocar una de mis manos delante de mi cara para evitar que me siguiera lastimando. Rasco un poco mis ojos para luego abrirlos pausadamente, me di cuenta que me encontraba en un sitio en el que jamás había estado; todo era tan blanco y limpio... El suelo parecia estar echo con nubes. Sobre mi y sostenido por cuatro pilares, se encontraba un techo parecido al de la capilla Sixtina (maravilloso), estaba decorado por cientos de ángeles y querubines.
El horizonte era totalmente blanco. En lo que observo asombrado todo, la voz de una mujer proveniente detrás de mi me hace voltear-Albert.. mi pequeño-Una mujer muy arreglada se encontraba sentada en una silla estilo victoriano junto a una mesa con el mismo diseño lujoso-¿Quien es usted?-Pregunto amablemente mientras me aproximo hacia ella. No podía evitar admirar su porte de primera dama; su nariz griega, ojos verdes como las aceitunas, cabello largo, liso y castaño recogido en un peinado sofisticado que resaltaba su cara perfilada, vestía una camisa blanca manga larga y unos jeans de color azul,
-Soy mamá querido mio. Soy tu madre-No puedo describir con palabras la felicidad que me dio oír esas palabras que por tanto tiempo anhele escuchar. Me encontraba pasmado, no sabia que hacer (bueno yo no sabia que hacer, mis ojos, por otro lado, entendían perfectamente su trabajo). A cantaros, lloraba a cantaros mientras me aproximé corriendo hacia ella para abrazarla con todas mis fuerzas-Ahora estaremos juntos mamá. Ya nada nos separará-La mujer me aleja dulcemente, una lagrima recorre su mejilla-No podemos estar juntos, Albert aún no es tu momento.
No comprendí lo que decía así que me senté en la silla restante con el corazón en la garganta a charlar con ella-¿Por qué me dejaste?, He sufrido mucho desde aquel momento en que te fuiste-Dije en medio de lagrimas. Ese momento fue muy confuso para mi, por un lado estaba feliz de verla y por otro no pude evitar sentir algo de rencor por el abandono que dio pie a una vida llena de agonía y sufrimiento.
Su facción tristes se torno más funesta. Una mirada, sólo eso hizo falta para demostrarme que en realidad ella nunca quiso dejarme. Logré, de alguna manera, sentir todo ese aciago que debió haber vivido aquella noche frente al orfanato.