Alcancemos las estrellas

03

Cuando mis padres murieron en un accidente aéreo yo tan solo tenía once años, quedé devastada después de eso. Siendo una familia poderosa por la gran cantidad de dinero que generaban los negocios familiares, por supuesto que la ciudad entera se enteró del suceso, más que todo por todo el patrimonio que dejaban, que por la pequeña niña que también dejaban.

Yo quedé asolada, ellos más que mis padres eran mis mejores amigos, y que de pronto se hayan ido me afectó bastante. También caí en depresión. Los doce años los pasé en un psicólogo, tratando de superar su muerte. Para una niña de esa edad la muerte de sus padres siempre se va a sentir cómo abandono, así hayan muerto, a esa corta edad siempre creemos que en realidad nos abandonaron.

Y el psicólogo tuvo razón, puedo admitir que al principio sentí algo de rencor ante ellos, sentí que me habían dejado sola, que me habían abandonado en un mundo que no conocía. Sin embargo, al ir creciendo fui entendiendo que no era así, que fue un accidente que, muy lamentablemente, los llevó a la muerte.

Ya no sentía ese rencor ante ellos. Pero aún existía. Sentía rencor hacia el mundo, a la vida, por habérmelos quitado, por no dejarme gozar más de ellos, de su compañía. Y que además de eso, mi vida se basara en la monocromía del dolor, del sufrimiento de sentirme completamente sola, de haberme quedado con una mujer que amaba más el dinero que su propia sobrina... Así que sí estaba dolida. Aún tenía rencor.

Pero nada de eso se lo contaría a Zachery, primero porque no era de su incumbencia, y tampoco creía que le importara... ¿Por qué a quien le importa los traumas de alguna adolescente? Así que por eso me levanté y me fui, quizás fue inmaduro de mi parte, pero es que no hallaba manera de hacerle frente a mi dolor. Ese dolor que seguía existiendo en mí.

Ahí me percaté de mi primer error.

Mi primer error fue dar por sentado que a nadie le importaría, mi primer error fue creer que cómo mis padres se fueron, todos los demás también lo harían.

...

Para mi fortuna no me encontré con Margareth en lo que restaba de tarde, al parecer estaba en una cita y yo no podía hacer más que compadecerme de ese pobre hombre. Sonriendo, disfruté de la tranquila cena que transcurría entre Sarah y yo, ella me contaba entre risas las travesuras que sus gemelos de seis años hacían constantemente. Todo parecía ir bien. Hasta que escuchamos el motor del auto apagarse; Margareth había llegado.

En seguida me levanté de mi asiento para ayudarle a Sarah a despejar la mesa, en cuanto antes termináramos mejor, así no tendría que verle la cara a la mujer que acababa de llegar. Recogimos y limpiamos, pero cuando ya me dirigía hacia las escaleras a paso veloz, su irritante voz me detuvo.

— ¿Por qué tan rápido, sobrina? — Odiaba con todo mí ser cuando ella me llamaba así, porque no era un mote cariñoso, ella lo hacía sonar increíblemente despectivo, y lo detestaba. Porque yo no la consideraba mi tía. Yo no la consideraba mi familia.

— Voy a mi habitación. — Fue todo lo que le dije.

Escuché su risa, y segundos después sus pasos acercarse. Me tomó por la quijada y dejó bruscamente mi vista en la de ella, sus ojos estaba rojos y su aliento apestaba a alcohol.

— Estás gorda. Si sigues comiendo así, parecerás una vaca en algunos meses... Además, si mal no recuerdo, estabas castigada, tus comidas se limitaban a solo el desayuno y el almuerzo.

Iba a gritarle, a decirle que no tenía ningún derecho, pero ya estaba cansada. Me encontraba agotada. Solo quería tirarme en mi cama y aislarme de todo. Así que me quedé callada escuchando todas las críticas que parecía tener hacia mí, a estas alturas me daba igual, ya estaba acostumbrada. Cuando Sarah le sirvió su comida, aproveché para escaparme de ahí y refugiarme en mi habitación. Pero era lo mismo. Aquellas cuatro paredes me hacían sentir igual de asfixiada que el resto de la casa.

Así que me escabullí.

Bajé las escaleras a paso ligero, vigilando que ni Margareth ni Sarah anduvieran por allí, me percaté también de la hora, importándome poco que fuera cerca de las once de la noche. Solo me escurrí en la oscuridad de las calles, hasta llegar a mi lugar favorito. Pero no estaba solo. A medida que me acercaba la silueta de un chico se hacía cada vez más marcada, su pelo oscuro, su espalda recta y sus piernas estiradas en la arena.

Zachery.

Me iba a ir, en serio que sí, pero el chico pareció sentir la mirada y giró su rostro, topándose con mis ojos. Él sonrió, invitándome a acercarme.

— Ya entiendo porque este es tu lugar favorito. — Murmuró cuando me aproximé, su vista volvió a la inmensidad del océano frente a él, mientras que su voz eran suaves susurros. — El lugar es realmente impresionante, se pueden ver las estrellas desde aquí.

Se sentía cómo si casi se podían tocar desde allí...




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