Desde que mis padres murieron no hacía más que sumergirme en mi dolor, queriendo ignorar todo lo que me rodeaba, no quería darme cuenta que no podía simplemente correr y alejarme de todos y de todos, si quería que mis problemas cambiaran, entonces tenía que enfrentarlos.
Pero... ¿Cómo? ¿Por dónde empezaba?
Mi cansancio mental, sin darme cuenta, me llevó a mi sitio, donde sentía que no tenía ningún problema que enfrentar, donde podía respirar y dejar ir mis miedos. Y eran tantos, que me abrumaban. Dios, tenía tanto miedo, y no me daba cuenta que justamente era eso lo que ocurría.
El miedo no me dejaba avanzar.
Porque lo único que me alejaba de mi felicidad, era mi miedo a conseguirla.
Entonces miré las estrellas... Y se veían tan cerca, pero estaban tan lejos. Respiraba profundo, cerrando fuertemente los ojos, cuando escuché su voz.
— Sabía que ibas a estar aquí. — Dijo Zachery, sentándose a mi lado. Su voz más calmada de lo que me pude haber imaginado. — ¿En serio estás tan dolida para que puedas creer que cualquiera que se te acerque puede hacerte daño? — Su pregunta me sorprendió.
¿Era eso? ¿Era eso lo que ocurría conmigo? ¿Estaba tan acostumbrada a la soledad, que me parecía imposible que alguien me quisiera? Me sorprendí de que él se percatara de eso incluso antes que yo, antes de que por lo menos pudiera admitírmelo a mí misma... Pero ahí estaba, sin demostrar una pizca de enfado después de correr de él, dispuesto a conversar conmigo sobre mis problemas. Entonces sonreí, una minúscula sonrisa que era casi imposible percatarse de ella, pero ahí estaba, obra de él.
De pronto me percaté de mi séptimo error; pretender que nadie lucharía por mí, creer que no era suficiente para nadie.
— Mi tía me maltrata. — Declaré, tanto para sorpresa mía cómo para él. Sus ojos en seguida estuvieron en los míos, buscando algún rasgo de mentira en mi rostro, como no la encontró se alarmó más. — Mis padres murieron cuando yo tenía once años, en un accidente aéreo; a mí me afectó muchísimo, caí en depresión y me costó mucho salir de ella... Aunque creo que no salí del todo. Cuando ellos murieron el juez decidió que debía ser mi tía Margareth quien se quedara conmigo, y con eso también con todo el dinero de mis papás. No fue la mejor decisión por supuesto. Los primeros meses después de la tragedia, ella era un amor conmigo, me ayudaba en todo lo que podía, y me acompañaba a cada cita con el psicólogo... Pero el tiempo fue pasando, y así decidió que yo no era más que una carga para ella. Comenzó primero con maltratos verbales, me gritaba y me decía cosas horrendas cuando se enfadaba... Después le agarró mucho más gusto al dinero que ni siquiera es suyo, con eso se creía que era capaz de lograr todo.
¿En serio estaba contando todo aquello? ¿En serio era justamente Zachery con quien lo hablaba?
— Sus gritos pasaron a ser golpes luego, y sinceramente no sé de donde salió tanto odio hacia a mí. — Confesé. — Lo cierto es que solo espero cumplir la mayoría de edad para cobrar lo que mis padres me dejaron, y comenzar una nueva vida... Lejos de ella.
Ni siquiera me di cuenta en qué momento comenzaron a salir lagrimas de mis ojos, ni siquiera me di cuenta en qué momento Zac me atrajo a su pecho y comencé sollozar ahí, escondida en su cuello. Incluso pasé desapercibido su mano dejando caricias en mi cuero cabelludo, de la forma más tierna posible.
— Y–yo l–o siento... — Conseguí decir, tras mi bochornosa escena. Empecé a apartarme, pero él me empujó mucho más cerca, impidiendo que me alejara. Sonreí tímida ante eso.
— No pidas disculpas. Entiendo porque eres tan reservada, pero te digo que no necesitas esconderte del mundo por miedo a salir lastimada. Te estás haciendo más daño así, alejando a todos, evadiendo tus sentimientos. — Su voz eran suaves susurros, entremezclándose con el sonido del océano. — Necesitas salir de ahí, necesitas dejar el miedo atrás y lanzarte al mundo, a la vida, no puedes vivir sin arriesgarte solo por miedo a que te dañen.
Tenía razón, mi octavo error fue precisamente ese; cerrar mis emociones; alejarlos a todos solo por miedo a ser dañada.
Por eso decidí que no me alejaría, decidí que me lanzaría al océano, a la vida, fue entonces que por un breve instante giré mi rostro hasta observarle atentamente, sus ojos en los míos mientras se acercaba de forma lenta y precisa, ahí me armé de valor una vez más. Quise saltar, quise alcanzar las estrellas... y simplemente lo besé.
....
Mi sonrisa era inmutable, no desapareció en toda la noche y tampoco cuando me desperté al día siguiente. Finalmente estaba sintiendo algo más que antipatía, finalmente estaba sintiendo. No me importó las miradas desagradables de Margareth durante el desayuno, al igual que tampoco me importó sonreír mientras ingresaba al aula de clase, ganándome miradas extrañas de mis compañeros.
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Editado: 15.05.2019