Alchem

2. Matt

Me sorprendí al escuchar sus palabras y, más aún, cuando dió media vuelta y se fue detrás del dragón. No supe que hacer, estaba en shock. Me quedé parado un largo rato, pensando en cual sería mi próximo movimiento. No podía ser un mal amigo y huir, pero tampoco quería continuar. Yo no era valiente, mucho menos era un experto en situaciones de riesgo. Siempre me mantuve al margen y dentro de mi zona, para evitar cualquier clase de dolor. 

Pero esta persona no era así. Éramos opuestos. Consideraba que por eso éramos muy buenos amigos, porque yo era la voz de la razón, al que siempre ignoran y al que dejan atrás. 

Me senté en una de las rocas hasta que ya no escuché sus pasos. Me armé de valor y comencé a caminar. Estaba asustado, sentía que en cualquier momento, otro dragón aparecería y no correría con la suerte de antes, pero no fue así. El camino comenzó a sentirse más fácil de andar y me dije que no había prisa por seguirle los pasos, ya nos habían dicho que la cueva solo tenía una entrada y una salida, así que, tarde o temprano, estaríamos juntos de nuevo. 

A medida que recorría la cueva, escuchaba sonidos particulares y muy extraños. Nunca pude adivinar qué clase de animal era el que producía aquellos ruidos, ni siquiera si era una sola clase o varias juntas. También veía otro tono de colores en las rocas que estaban frente a mi, pero al acercarme, eran todas del mismo color gris. No tardé mucho en reparar que, a lo mejor, todo aquello no era nada más que ilusiones. De lo que no estaba seguro, era si mi cerebro era el que las creaba, o eran parte de la magia de la cueva. 

Según había estudiado, existían muchas cuevas que contenían vida propia; estás cuevas albergaban muchas cosas importantes y de gran valor y, para cuidar sus tesoros, creaban diferentes obstáculos. Muchos se habían vuelto locos buscando el mismo objeto que nosotros buscábamos, decían que veían cosas inimaginables, criaturas abominables y hasta otra clase de humanos. Claramente, nadie sabía si todo eso era cierto, pero por si acaso, todos los que tenían sentido común, no intentaban adentrarse a las cuevas.

Con todo esto en mente, era difícil discernir entre mi cerebro predispuesto y la realidad. Podía ser que, aquel dragón, en realidad solo fuera una ilusión y por eso, no nos hizo daño. Pero cabía la posibilidad de que sí existiese. Todo aquello que sentí: el suelo temblar, la cueva estremecerse, los sonidos de las pisadas, su fuerte olor a azufre. ¡Nada de eso podía ser falso! ¿Cómo? ¡Puedo jurar que lo vi frente a mi! ¡Sentí su poder! Sentía que me volvía loco de solo imaginar, explicarle eso a mis papás. -Mi menta daba vueltas en estos pensamientos, mientras mis pies avanzaban casi por cuenta propia. Me aterraba saber que no habíamos hablado sobre esto antes de entrar, y seguro iba a tener las mismas alucionaciones que yo.

-Debo estar más atento de ahora en adelante -pensé. Si la roca es la que crea las ilusiones, seguramente me va a jugar un par de pasadas para dificultarme el avanzar, ¡debo apresusar el paso para encontrarnos nuevamente y salir de esta cueva de una buena vez! Comencé a correr, y al poco tiempo, noté que el camino era menos rocoso y el nivel del agua bajaba considerablemente, lo que hacía más fácil avanzar. Las rocas, que se amontonaban contra las paredes ahora, seguían cambiando de color a lo lejos, pero también noté otra cosa, la cueva comenzaba a ramificarse. Al inicio no era muy obvio, el camino principal seguía siendo el más ancho, pero llegué a una zona, donde se me presentaban 2 caminos. Las entradas eran idénticas, un arco de madera bordeaba cada entrada y, gracias a las antorchas colocadas a los costados, se podía apreciar un hermoso grabado celta tallado en la madera. 

-Este debe ser mi primer reto -me dije. No sabía como identificar, por cual portal debía continuar. Ninguno tenía restos de huellas humanas o de dragón, parecía que hacía mucho tiempo que nadie entraba a la cueva, lo deduje por las telarañas intactas que se encontraban detrás de la entrada, y que cubrían en gran parte, el sendero. Me senté un momento a pensar, sin poder decidirme. Creí que si esperaba un poco más, podía escuchar el sonido del dragón o el sonido de alguien corriendo, así podría guiarme más fácilmente, pero nada pasó, un silencio total se impregnaba en la cueva, y comencé a sentir frío por mis ropas mojadas.

Decidí ponerme de pie nuevamente y avanzar, si me quedaba esperando más, el tiempo seguiría y yo estaría todavía más lejos de encontrarlos. Le pedí a mi instinto que escogiera el portal que le pareciera mejor, cerré los ojos, respiré profundo y avancé sin mirar. Alcé mi mano derecha, intentado tocar uno de los portales, para que ella decidiera mi camino y, al abrir los ojos, vi que mi mano se había posado en una de las antorchas del portal de la izquierda, así que, la tomé y, sin pensarlo más, avancé con paso decidido, esperando haber tomado la decisión correcta y encontrarme nuevamente con ellos.

Caminé durante unos treinta minutos, sin ninguna otra dificultad, pero tampoco sin escuchar algún sonido, que me indicara, al menos, que iba por el camino correcto. Sentía cansancio y mi estómago comenzaba a gruñir, pero al poco rato, me percaté que una luz iluminaba algunas de las rocas que se amontonaban a las paredes. Miré hacia arriba y todo estaba sellado, la luz debía venir desde el frente, así que con los ánimos a tope por encontrar la salida, comencé a correr. La luz se intensificaba cada vez más, y ahora, era evidente que las rocas sí estaban cambiando de color, pero hubo un par en especial, que brillaban con tanta intensidad, que me obligaron a detenerme, solo para comprobar que lo que había a mi alrededor eran diamantes.

Sorprendido, miré hacia atrás. La totalidad de la cueva eran diamantes, y no era mi imaginación. Mi mente comenzó a dar vueltas, ¿Serán estos diamantes reales? ¿Será una prueba de la cueva? Solo podía asegurarme, si tomaba uno de ellos, y esperaba a ver que sucedía. No podía perder está oportunidad. Busqué con la mirada alguno que estuviera desprendido y que tuviera un tamaño considerable para caber en mi mochila. No tardé mucho en encontrar el ideal. Un diamente del tamaño de un bombillo relució detrás de mi. Me acerqué cuidadosamente, miré a mi alrededor, solo para asegurarme que no hubiera nada extraño, me agaché y cogí el diamante. Nada. Ninguna trampa activa, la cueva seguía sumergida en su silencio abismal.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.