Cuando abrí los ojos no sabía realmente donde me encontraba. Todo lucía borroso, mi cabeza daba vueltas, necesitaba probar algo de comida cuanto antes. Poco a poco mi visión enfocó y pude recordar todo: me encontraba dentro de la cueva, estaba bajo la persecusión de un dragón, el dragón que tenía mi piedra.
Ahora la cueva era demasiado pequeña para mi. Con lo débil que me sentía, presentía que me iba a ser demasiado complicado movilizarme. Mis piernas temblaban de frío, mi brazos no eran lo suficientemente fuertes para soportar el peso de mi cuerpo, me parecía increíble haber llegado a este punto en este deplorable estado. ¡Qué vergüenza!
-Tantos años de entrenamiento y yo estoy aquí, a punto de ser comida de dragones, ¡como si nada! -me reproché. En ese momento recordé que había guardado en mi mochila algunas semillas y un chocolate, por esos bajones de presión que sufría algunas veces. Mi estado físico no era el mejor. Cuando supe cual era la misión de mi vida, había destinado mis días a duro entrenamiento, porque sabía que iba a pasar días sin alimento, y que necesitaba fuerzas para todas las pruebas que me esperaban.
Aún así, siempre sufrí de ciertas enfermedades, que me impedían ser tan fuerte como Matt. A mi forma de ver, éramos el equipo perfecto, él lo tenía todo, menos la valentía, lo que jamás me faltó. Yo siempre dije "¡Vamos!", siempre encabecé las listas de todas las travesuras, siempre me llevé los golpes más duros. Matt solo me miraba y hacía esa mirada graciosa, giraba sus ojos hacía arriba y se llevaba una mano a la frente. Me causaba risa y tomaba su mano, lo empujaba conmigo, le obligaba a soltar su zona de confort. Pero nunca logré que tuviera valor, él siempre decía: "-Si no fuera por ti, estuviera sano y salvo en mi casa" Le agradecía demasiado que nunca me dejó a solas con mis inventos, siempre estuvo ahí para mi. Es algo que no hace cualquiera.
Todos estos pensamientos revoloteaban en mi mente mientras comía las semillas. No sabía exactamente cuánto tiempo había dormido, pero me parecía extraño que no hubiera rastro de Matt, me sentía impotente de pensar que realmente se quedara atrás y decidiera volver. Dejarme por mi cuenta, darme la espalda. Una punzada enorme me perforó el corazón de solo pensar en que estaba ahí, sin Matt.
Terminé mi pequeña merienda, tomé un poco de agua recosté mi cabeza contra el suelo. Apenas podía dar una vuelta de 180° con el poco espacio que la cueva tenía ahora, tenía que terminar el camino a rastras. Me preguntaba si Matt venía detrás de mi o no. Si, al correr y dejarlo ahí, él decidió seguirme, no debía haber tanta distancia entre nosotros, un par de minutos tal vez, depende de cuan rápido corrí detrás del dragón, y si él sólo caminó detrás, resignado. O si, por alguna razón, está vez había decidido a no seguirme más en mis locuras. Tenía miedo de que hubiera elegido abandonarme, habíamos planeado muchas cosas juntos, porque sabíamos que nos íbamos a necesitar; que uno debía hacer guardia y el otro descansar, o que uno debía ir por la comida y el otro cocinarla. Ahora parecía que yo tendría que hacerlo todo.
Ya con un poco más de energía, me dispuse a seguir mi camino, con o sin Matt, yo había tomado mi decisión de seguir con el plan, no podía retroceder, menos ahora, que sabía que la piedra era real y que estaba a punto de obtenerla. Comencé a avanzar al estilo militar enlodado, arrastrando mi cuerpo por toda la cueva, rasguñando algunas partes con las salientes de algunas rocas que me rozaban al pasar.
Al cabo de unos minutos, que los sentí como horas eternas, comencé a ver una luz que se intensificaba cada vez más. Me alegre de, por fin, ver la salida de está cueva, que me había costado, más que un par de raspones, mi amistad con Matt.
Salí con un poco de dificultad, porque la cueva se redujo tanto, que apenas y me dejaba hinchar el pecho para respirar. Salí con tanto cansancio mezclado con incertidumbre y miedo, que no me percaté de lo hermoso que era el paisaje donde me encontraba. Sólo dejé que mi agotado cuerpo, lleno de rasguños y mi ropa cortada, se tumbara en el césped húmedo y, el aire fresco y limpio del ambiente, llenara mis pulmones. Con el paso del tiempo, noté los rayos del sol que quemaban mi rostro y abrí los ojos, la luz de una mañana soleada y fresca cegaron casi totalmente mis ojos, así que no me quedó de otra que incorporarme para ver mi alrededor. La sorpresa que me llevé fue tal, que me puse en pie sin darme cuenta, no sentí ningún dolor y los miedos que tenía desaparecieron casi al instante, era un lugar de ensueño.
El césped verde, lleno de rocío matinal, un bosque frondoso, con árboles grandes y muy verdes estaba justo frente a mí, algunos pájaros se escuchaban a lo lejos y pude distinguir, con un poco de dificultad, que una cascada de agua caía no tan lejos de mi posición. Recordé que todavía tenía el mapa conmigo, así que lo saqué para asegurarme de estar en el lugar correcto, y así era.
Justamente al final de la cueva se levantaba el Bosque Negro y, a unos pocos metros hacia el este, yacía un pequeño manantial lleno de agua fresca y con una cascada. Sentía que debía ir ahí antes de seguir mi camino a través del bosque, así que, sin pensarlo dos veces, seguí el camino que me indicaba el mapa. Busqué con la vista a Matt, podía ser que, por alguna razón, existiera más de una salida en la cueva y que, él estuviera aquí, esperándome. Pero no logré ver nada ni a nadie. Ni pisadas en el césped, ni restos de comida o de existencia humana. Me entristecí un poco, al ver todo aquello tan hermoso e increíble y no poder compartirlo con Matt.
-Bueno, ¡ya qué! Cada quién eligió su camino y ahora las cosas son así. Yo estoy de este lado de la cueva, un paso más cerca de mi destino. Así las cosas deben ser. -Me reconforté. No sabía si era una habilidad en mi, o simplemente lástima, pero toda mi vida había acostumbrado decirme cosas para darme ánimos. No había tenido una vida fácil, y no habían muchas personas que me alentaran, estaba Matt, sí, pero solía pensar que no debía meterle más problemas a su vida, que tampoco había sido fácil.