La persona que había designado los asientos para el banquete merecía un aumento.
De alguna forma había conseguido una posición desde dónde podía ver a la perfección a Mael de Aldawen.
Sentado junto con la familia real, sobre una plataforma solo designado para ellos, se veía casi inalcanzable. Todo lo contrario a cómo se había sentido cuando nos conocimos por primera vez esa noche.
Había sentido su mirada sobre mí cada vez que dirigía la conversación de nuestro grupo y aún cuando yo permanecía en silencio.
Siguiendo los consejos de mis padres me había mantenido cortés, sin ser demasiado fría.
Y aquello había dado frutos más pronto de lo que esperaba.
Porque cuando me despedí del grupo, pude sentir la calidez de su mirada viajando por mi espalda como un escalofrío.
Deliberadamente había evitado toparmelo de nuevo, esperando así aumentar más la curiosidad hacia mi persona. Sin embargo, eso no evitó que nuestras miradas se encontraran un par de veces, dónde podía ver la intención de acercarse. Hasta me hizo sentir tentada a acercarme solo una vez más.
Por alguna rara razón quería acercarme a su presencia.
Él me daba curiosidad. Quería conocer más de su persona. Y no porque era lo necesario para conseguir el puesto como su prometida, sino porque era algo que realmente resonaba en mi corazón.
Lo cual era extraño.
Provocaba que sentimientos opuestos batallasen en el interior de mi estómago, afectando mi apetito y mi estado de ánimo.
Lo que menos necesitaba en ese momento era pensar en aquellas cosas.
Debía enfocarme en lo importante.
Tranquilizarme y mostrar el fruto de años de esfuerzo y trabajo duro.
El anuncio de la comida fue gratamente bienvenido, pero al percatarme que podía ver claramente al príncipe desde mi posición solo hizo que la confusión siguiese creando estragos en mi interior.
Mi mesa estaba cercana a una de las paredes de esa gran sala de banquetes, pero aún así podía verlo con claridad. Y luego de un par de minutos, sentí que él también.
Cuando sus ojos se posaron en mí, intenté enfocarme en algo más. En los hermosos candelabros que proyectaban su luz cálida sobre cada uno de nosotros. A la hermosa pintura en el techo. A las incrustaciones de oro en ciertas parte de los pilares del lugar.
Cualquier cosa para evitar encontrarme con su mirada.
Nunca antes me había sucedido.
Sabía como controlarme y era más normal para mí evitar la mirada que querer conectar mis ojos con los de alguien más.
Pero esta vez era todo lo opuesto.
Quería volver a sumergirme en el mar de su mirada, intentando descubrir que cosas escondía ahí.
Gracias al cielo las otras personas en mi mesa comenzaron a hablar y pude, a duras penas, enfocarme en sus palabras y no en el próximo rey de Yartes.
Así transcurrió la comida.
Con cada bocado pude tranquilizarme un poco más, sintiéndome más en control de mi misma y mis emociones. Me ayudó a enfocar mi mente en lo que era importante esa velada.
Dejar una impresión duradera en el príncipe.
Mis sentimientos aquí no importaban. No cuando algo más grande estaba en juego.
Cuando se anunció que la comida ya había culminado, todos salimos en orden del salón de banquetes. Afuera se encontraban personas tendiendo pequeños estuches dentales, mostrándonos el camino hacia los diferentes baños habilitados.
Seguí a varias mujeres a uno de ellos y procuré limpiar bien mis dientes. Viéndome al espejo, retoqué mi maquillaje con el pequeño estuche que había traído en el bolsillo escondido de mi vestido, y volví a salpicar perfume sobre mi cuello y muñecas.
«Tú puedes hacerlo, Dyna», pensé para mi misma, luego de haber comprobado que todo estaba en orden.
Solo quedaba lo último y podía volver a casa.
Lo último y lo más importante: el baile.
Aunque no era una regla de por sí, era algo que siempre se hacía; la primera candidata que el príncipe heredero elegía para ser su compañera de baile terminaba convirtiéndose en su esposa.
Así había sucedido con la reina consorte Eliza y con la antigua reina consorte antes de ella.
Esperaba que todos mis esfuerzos aquella noche hubiesen sido suficientes para ganarme ese puesto.
Volviendo al gran salón de baile, sentí la expectación cargando el aire.
La familia real aún no llegaba y todos estaban ansiosos.
Y podía ver como las candidatas lo estaban aún más.
Vi el rostro de alguna de ellas, y ninguna de ellas podía esconder el nerviosismo de sus expresiones.
Era lo mismo que yo sentía apretando mi estómago.