Aleris del Infinito

Capítulo 1 - Atrapados en el tiempo.

Alex clavó la zanahoria en el hueco que se suponía llevaría un ojo de plástico en el muñeco de nieve. Lo hizo con furia y tomando la hortaliza como si fuese una daga. Hanna se estremeció al verlo pero no lo detuvo para no reprimirlo en exceso. Desde que ella se separó de su padre el niño se había vuelto un tanto violento y el terapeuta le había aconsejado que deje canalizar su ira mientras no lastimara a nadie. Volvió a mirar al muñeco y la verdad, esperaba que esa figura no hubiese sufrido ningún dolor por el embate de su hijo.


—Mira mamá, el monigote se suicidó.


Hanna volvió a inquietarse, ¿debía tomar eso como un juego o como el indicio de un deslinde de responsabilidades? Comenzaba a dolerle la cabeza y esperaba que fuese solo por la blancura de la nieve.


—No es gracioso, Alex, deja eso ya y vamos a la casa, parece que se viene una tormenta y no quiero que te enfermes y pases el tiempo con tu padre en medio de un resfrío.
—¡Pero ya lo termino, ma!
—Más bien, lo ex—terminaste… —el niño rió recuperando algo de su candidez—. Hazme un favor, volvamos dentro y mira la tele o juega con tu consola, si tu padre llega…
—Llegará, claro que lo hará.—replicó como si no admitiese otra opción.


Caminaron desde el parque, ahora blanco uniforme al igual que el tejado cubierto con la inmaculada nevada. Hanna ayudó al niño a quitarse el abrigo y lo mandó a ver la TV, pero al rato estaba asomándose a la ventana. El muñeco sin terminar lo saludó inmóvil con su ojo de zanahoria apuntando al cielo.


—Alex, tu padre no llegará antes porque estés trepado a la ventana.
—solo quiero ver cuando llegue.
—Bueno, está bien. Pero ambos sabemos que puede retrasarse, ha pasado antes. Si llega tocará bocina y si no tiene respuesta bajará y tocará la puerta, pero no llegará antes solo porque estés allí.


En eso tenía algo de razón aunque además fuese cierto que Alex encontraba divertido comprobar las diferencias que iban produciéndose en el paisaje cada vez que se asomaba. Esa mañana, antes de que salieran a jugar con la nieve comenzó a cubrir todo con copos pequeños y aislados. Y ahora el verde de su jardín y del parque de sus vecinos de enfrente ya no se veía. Los tres pinos que tenía al alcance de su visión , en cambio, eran más reticentes a vestirse de blanco, el viento los ayudaba a sacudirse de la capa helada cada tanto. En la casa de al lado, la señora Márquez, que no solía permitir que ninguna situación climática arruinara su frente, ya había repasado sus ventanas varias veces. Los gemelos Yurich se habían escapado una sola vez a la calle, lo cual hacía buen promedio para la cantidad de ocasiones en que su padre había dejado la puerta abierta al salir. Los gritos de reproche de la señora Yurich se escuchaban con claridad y Alex no dejaba de encontrarlos divertidos aunque no entendiera nada de alemán.

El camión de Daniel Thibaudeau llegó en una de las tantas veces que cesó la nevada, nada más para reiniciar con más fuerza. Era un vehículo equipado con cámara frigorífica puesto al servicio de empresas que necesitan transportar mercadería a bajas temperaturas. Esta vez llevaba una gran etiqueta ploteada de Helados Kattz, que coincidentemente eran los que más disfrutaba Alex. No importaba el frío que hiciera, no había oportunidad en la que no se le antojara un Kattz de vainilla y chocolate. Daniel divisó a su hijo por la ventana y tocó el claxon a modo de saludo, fuerte y claro en tres bocinazos ceremoniales. No había terminado el tercero que Alex ya estaba en la puerta con su mochila al hombro. Hanna le dio un buen beso y un abrazo mientras le pedía que se cuide y que no dejara de decirle a su padre si había algo que no deseara hacer. Daniel se sabía esas palabras de memoria y se divirtió leyendo los labios de su ex-esposa como si fuese un experto. Ella miró hacia la camioneta brevemente y alzó su mano para saludar, todo en menos de dos segundos. Sería la última vez que la mujer viera a su ex-marido y a su hijo hasta dentro de veintidós años. Seguramente se hubiese despedido de otra manera, de haberlo sabido.
Alex trepó a la cabina y manoteó la manija de la puerta entreabierta. Resultaba cómico ver juntos a ese par, el pequeño era la viva imagen de su padre, con cabello lacio rubio, flequillo y hoyuelos en ambas mejillas al sonreír. Ambos llevaban en ese momento la misma expresión de alegría levemente contenida. De su madre, Alex solo tenía los increíbles ojos grises y algo de su manía de cuestionar todo.


—Oye, no vamos a escalar ninguna montaña de más de mil metros, ¿hacía falta esa mochila?
—Conoces a madre—respondió Alex, resoplando—, no hubo forma de decirle que en todos mis bolsillos hubiese cabido lo que me hará falta.
—Sí, creo que la conozco un poco como para suponer que eso es inadmisible. ¿Listo, entonces?
—Listo, ¿de verdad tienes helado en la caja o estás presumiendo?

Daniel rio conforme, sabía que probablemente su hijo estuviese conteniendo las ganas de saltar y festejar por esa inesperada carga , pero se contenía, ya no era tan niño o no quería serlo como para emocionarse por un poco de su golosina favorita.


—Tengo tanto helado que tendré que dejarte comer todo un pasillo entero para poder entrar.
Puso en marcha la camioneta, la ventisca ahora arrastraba los copos con fuerza y dificultaba la visibilidad. Hacía una hora el pronóstico para la zona sugería no salir a la calle a no ser que fuese estrictamente necesario. Daniel rogaba que Hanna no lo hubiese escuchado, por suerte no era afecta a las noticias (solía decir que los noticieros contaminaban el espíritu y envenenaban la mente) y por eso mismo se perdía de advertencias tan importantes como las que se hacían sobre el clima. Si hubiese escuchado los reportes meteorológicos no hubiese permitido de ninguna manera que Alex saliera de su casa.
Al salir del pueblo el camino se puso peor, no había llegado ni a las 20 o 30 millas cuando la visibilidad era casi nula, con el viento azotando a la nieve y levantando torbellinos del polvo blanco ya caído. Alex no solía preocuparse por la pericia de su padre al volante , pero no le gustaba nada cómo se movía la camioneta de lado. Y la expresión preocupada de Daniel tampoco infundía mucha confianza.



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En el texto hay: fantasmas, fantasa, amor adolescente

Editado: 28.09.2022

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