Aleris del Infinito

Capítulo 2 - En busca del mago.

Aleris cerró los ojos como acostumbraba hacerlo cada vez que tenía una sesión de tomógrafo. Al principio, cuando comenzaba a hacerse estudios, el golpe fuerte y rítmico del TAC—TAC—TAC la asustaba, después de cuatro o cinco veces le era indiferente y ahora, casi tres años más tarde, representaba una suerte de canción de cuna. Con todo ese trajín aprendió que podía acostumbrarse a las cosas incómodas con tanta naturalidad como a las que disfrutaba a pleno.
Pero ese día terminaría siendo muy diferente. En la oscuridad, y casi al inicio del funcionamiento del equipo, unas luces comenzaron a bailar en su campo de visión. Al principio parecía solo un reflejo externo, o esos estallidos que aparecen cuando se tose muy fuerte, solo que en lugar de respetar cada expectoración en este caso era un TAC del tomógrafo. Pero luego fueron formándose de otra manera, como armando un paisaje. Levantó la mano como para pedir que detengan la máquina, pero la invadió más la curiosidad que el temor y decidió ver qué formas adoptaban al final. El clima sobrenatural fue interrumpido con un CLAC seguido de la voz con algo de estática del doctor Kramer.


—Aleris, ¿estás bien? Notamos algunos cambios en tu estado de ánimo.


Olvidó que la gente de guardapolvos allí afuera casi podía leer sus pensamientos en un monitor, le hubiese gustado tener el cerebro en otro lado en ese mismo instante.


—Todo está bien, solo recordé algo y me distraje. Intentaré calmarme.


El chasquido del comunicador sonó de nuevo. Aleris lamentó haberse acostumbrado también a eso, porque al principio se sentía en la cabina de una nave de combate y constituía toda una aventura.


—Puedes compartirlo con nosotros, si quieres. Ya sabes que todo sirve.
—No, no todo sirve, Doc. Lo que pasa es que usted y su colega son dos chismosos.—sintió las risas y se tranquilizó. Esperó que con eso su mapa cerebral mostrara bonitos colores que le dieran un poco de tranquilidad para descifrar el significado de las luces que no habían dejado de agruparse. Ya casi podía distinguir… ¿Una forma humana?
—Aleris, ¿de verdad te sientes bien? Notamos…
—Si, Doc, por favor no apague el equipo, estoy bien.


Las luces tomaron la forma de una persona con torso y extremidades, alguien que extendía sus brazos y los llevaba hacia su… ¿boca? Como si quisiera gritar o tirarle un beso… Era, o se trataba de la silueta de una mujer, se notaba que llevaba cabello largo y encrespado como el suyo. Muy familiar, muy reconocible aunque… Tragó saliva, se estaba agitando demasiado, en cualquier momento el doctor…


—Aleris, detendré la máquina.
—¡No! Por favor, déjela un minuto más. Tendré algo importante para decirle que le servirá muchísimo.—dijo “muchisssimmmo” arrastrando eses y emes porque sabía que era una de sus palabras más cautivadoras dichas de esa manera. Por lo general su condición inspiraba pena y obligaba a cualquier adulto a cumplir sus deseos, pero si a eso le sumaba el encanto de su belleza y candidez infantil que sabía que aún conservaba a sus trece, resultaba imbatible.
—Tienes treinta segundos más y terminarás tu exploración en el planeta rojo.
Sonrió tratando de no distraerse, el doctor Samuel había tomado el micrófono, era el superior de Kramer y por lo general no se inmiscuía, pero en este caso parecía estar tan intrigado como su colega. Aleris se dijo que si esas luces no le daban algo sabroso lo inventaría para sus doctores. Lo merecían.
Pero no fue así.
La imagen de la mujer resultó ser la de su madre. Apenas tenía algún que otro recuerdo visual de ella, ya que había fallecido cuando estaba por cumplir dieciocho meses de edad. Tenía en su mente el recuerdo de unos rulos grandes que caían sobre su cuerpecito cuando la sostenía en brazos. Y unos ojos color miel que la miraban como nadie más nunca la miró. Brazos delgados, cuerpo esbelto. Las luces tenían su descripción exacta y hacían que esa mujer dijera de alguna manera algo que no podía entender. Sintió frustración. Y pensó que eso también se vería en el tomógrafo. Maldijo  ¿de verdad eso también se vería?
El doctor Kramer apagó la máquina sin avisar, la camilla se deslizó y dejó al descubierto el pequeño cuerpo de Aleris, tapado solo con una bata y descalza. Junto a ella estaban ambos doctores y su padre. Normalmente, los familiares no tenían acceso a esa sala, pero si algo había aprendido Aleris de su padre era que no había recoveco en ese pueblo que estuviese vedado a él.
Kramer la ayudó a reincorporarse, algo que si bien podía hacer por sí sola le causaba esfuerzo y dolor. Aleris padecía una distrofia muscular congénita, enfermedad que tenía a su padre, el empresario financiero Martin Douglas comprometido en la búsqueda de los mejores especialistas y equipamiento para tratarle. De hecho la sala de tomografías la había instalado él, y también hizo que se mudara el doctor Kramer y se estableciera con su familia en el pueblo. Douglas tenía tanto poder y dinero como para lograr lo que se propusiera. La ventaja con la causa de la enfermedad de su hija era que quien no se viera tentado por el lado económico, no podía dejar de responder a la nobleza de la causa. O de sucumbir al encanto de Aleris.


—No tenían derecho, la estaba pasando súper allí.


Douglas se inclinó sobre ella, parecía preocupado, un gesto que a Aleris se le hacía el más frecuente.


—Tienes que decirnos qué te pasó. Los doctores dicen que tu cerebro era un árbol de navidad.
—Vi a mamá.


Douglas se incorporó, molesto, se llevó la mano a la frente como si hubiese pasado muchas veces por la misma situación.


—Esta vez es real. Quiero decir, no es que te haya mentido antes si te dije que se me apareció o la había visto, es solo que…
—¿Es solo que antes lo hacías para incomodar a Sara y ahora ella no está presente? ¿Esa es la diferencia?
Se mordió el labio inferior. Su padre tenía mucha razón al desconfiar, desde que su nueva esposa (una hermosa joven más de veinte años menor que él de apariencia superficial, según la mirada parcializada de Aleris) se mudara con ellos, no trabajó por la armonía familiar ni nada que se le parezca. Y entre muchas otras cosas que hacía para complicar la situación, la más frecuente era mencionar a su madre y hablar de mensajes que había recibido de ella en sueños. En esas ocasiones mencionaba que le advertía “que se cuide de esa joven y perversa mujer” que había llegado para hacerles daño y aprovecharse de ellos. De hecho en una oportunidad quiso simular que de alguna forma había enfermado gracias a algo que había hecho Sara, pero su padre se puso tan mal que decidió desistir torturándolo. Con ese antecedente lo que dijese ahora sonaría a nueva treta.
—Papá no tengo motivos para humillar a Sara sin que esté presente. No me divertiría. No se trata de ella.
—Eres un monstruo, pequeña.
—Lo sé, mis músculos y huesos deformes me dan esa apariencia. ¿Ahora me prestarás un poco de atención?



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En el texto hay: fantasmas, fantasa, amor adolescente

Editado: 28.09.2022

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