Sara estacionó su auto compacto unos cuantos metros antes de llegar a la entrada del parque. Como estaba en plena construcción, temía que algo de material lo dañara o ensucie más de la cuenta. No obstante estaba impresionada por la velocidad con que avanzaba la obra, dos meses atrás eso era terreno baldío pantanoso y ahora tenía oficinas cerradas y ambientes casi terminados. La cerca de protección era una reja que se intuía provisoria, sin dudas el lugar sería algo de ensueño para grandes y chicos. Había acudido por motivación propia y sin avisarle a Douglas porque sabía que se opondría, pero desde que se casó con él había renunciado a todo para acompañarlo, ser su “primera dama” y ocuparse de su hija enferma, lo cual no le dejaba tiempo para otras ocupaciones. Pero de alguna manera Pavel Rusnak, el dueño y concesionario del centro recreativo había conseguido su teléfono y sabía de su formación y habilidades en marketing, relaciones públicas y administración. Su idea era entrevistarse con Rusnak y una vez obtenido el puesto contárselo a Douglas, con todo en marcha iba a resultar mucho más difícil que él se niegue a darle la posibilidad de tener una carrera profesional. Ni siquiera tendría que irse del pueblo. Tocó el timbre y esperó unos segundos, una luz roja se encendió en el tablero de entrada.
—Señora Douglas, la estaba esperando, adelante por favor.
El portón se abrió, Varios operarios a los que pudo reconocer por haberlos cruzado en las calles del pueblo, la miraron con curiosidad, tardó un poco en darse cuenta de que la reconocieron y por eso no cosechó las groserías y piropos habituales, nadie se animaba a largarlos desde que era la señora Douglas. Pensó que de ahora en más debía ser más condescendiente con todos ellos y al menos saludarlos, después de todo sería su jefa y necesitaba que sus subordinados le tuvieran algo de simpatía, además del temor y respeto usuales. Se estaba adelantando demasiado, pero la situación la emocionaba. Llegó a la puerta principal, alta y de madera dura y oscura, lucía como la de un viejo castillo. Antes de que pudiese golpearla se estaba abriendo. El hall también estaba siendo construido a ritmo febril. A su encuentro salió una mujer muy delgada, de unos cincuenta años y de rasgos duros pero sonrisa amable.
—Mi nombre es Astrid, soy asistente personal del señor Rusnak, acompáñeme por favor.
Sara se sintió cada vez más cómoda y halagada. La oficina de Pavel Rusnak era grande y espaciosa pero no menos oscura. Si bien tenía grandes ventanales estaban cubiertos por cortinados que bloqueaban totalmente la luz solar, aunque la iluminación era provista por spots localizados que le daban al ambiente una calidez victoriana, al igual que la decoración y los cuadros que adornaban las paredes. A Sara le pareció estar dentro de una de las películas británicas de Drácula que veía de pequeña.
—Señora Douglas, sea usted bienvenida —Pavel extendió su mano, pero mantuvo la distancia para no intimidar demasiado a la mujer—. Sé lo que está pensando, si bien esta decoración no me desagrada, tiene que ver más con el parque temático que con los gustos de un viejo loco.
—¡Oh, no! Me fascina el nivel de detalle para que todo parezca tan… antiguo y gótico, de verdad me gusta mucho.
Me alegro de que al menos no le desagrade, entonces.
Sara sonrió y se sentó frente al escritorio. Conversaron un buen rato sobre la decoración y el origen de algunas de las pinturas. Cuando el hombre notó que estaba suficientemente cómoda, le habló del contrato y de lo que esperaba de ella. Sara estuvo de acuerdo con todas las condiciones, hasta que llegó la pregunta más incómoda.
—¿Y qué opina su esposo de esto?
Sara tragó saliva y desvió la vista hacia el piso.
—Pues, no quise contarle hasta tener esta entrevista. Desde que estamos casados he cumplido con cada una de las exigencias que su mundo tiene y creo que me debo este pequeño progreso para mí. Se lo diré al regresar, y sé que quizás me reproche por no haberlo puesto a su consideración, pero no soy de su propiedad.
—Una mujer de carácter. Eso me agrada. Espero de verdad que esto no le cause problemas, no me lo perdonaría.
—Descuide, señor Rusnak.
—Llámeme Pavel, por favor, mi idea es que sea mi brazo derecho en este negocio. Astrid es mi asistente personal, pero de usted será la hermosa cara visible de este centro.
—Bien, le agradezco la confianza, Pavel, espero estar a la altura de las circunstancias.
—No tengo dudas de eso. Y le pediré un favor: cuando a su esposo se le pase un poco el enojo (sabemos que lo tendrá), quisiera hablar con él. En ningún momento descarté su importancia en este lugar y quiero que también sea parte de este suceso, desde la posición que quiera asumir.
Sara se puso seria. No quería que Martin se entrometa en sus actividades, pero tampoco era tan tonta como para creer que se quedaría al margen, le molestaba creer que Rusnak la estuviese utilizando para llegar a él.
—Será un gusto, no creo ser capaz de adelantarme a las acciones de negocios de Martin Douglas por mucho que lo conozca, pero le avisaré que quiere verlo.
Sara se retiró luego de recibir un par de cumplidos. Rusnak tomó una postura más distendida en su sillón. Al quedarse solo, una voz grave y seca salió de detrás de él, en un espacio en el que se suponía que no hubiese nadie.
—Esa mujer traerá problemas.
—Me avisas un poco tarde, ¿no crees?
—No es un aviso, siento que desde su familia hay algo perturbador. Algo que no sentí con nadie del pueblo antes.
Editado: 28.09.2022