—No lo tomes como algo personal, “gafitas” o… “garrafita” ya olvidé como te decía —dijo Diana Barrera mientras el coro de groupies a su lado reía con ganas. En realidad lo hacían aunque el espectáculo careciera de gracia—. Lo tuyo es cuestión de actitud. No eres tan fea para que nadie se te aproxime, solo debes arreglarte un poco.
Diana acosaba a sus compañeras en la plaza al menos cuatro o cinco veces a la semana, molestándolas por algunas de sus características que más las avergonzaban. En este caso su víctima Silvia era una pobre chica cuyo estigma estaba repartido en tres; la obesidad, su escasa estatura y sus anteojos, lo cual hacía que su verdugo tuviese variedad para divertirse con ella.
Diana, en cambio, tenía todo lo que los estándares sociales cotizaban: alta, muy bien dotada de curvas a sus dieciséis, con cabello lacio con reflejos rubios naturales y ojos color almendra que no dejaban suspiro sin dueño cuando sonreía con su amplia boca de dientes perlados. Para compensar ese conjunto de características naturales se comportaba como una real arpía. Sus consejos de belleza a Silvia no eran por vocación samaritana, sino la excusa perfecta para denigrarla y a la vez, destacarse. Se disponía a arremeter con una nueva andanada de “consejos” cuando su mirada quedó enganchada en un nuevo objetivo.
—Oye, ¿dónde vas con tanto apuro? Todavía me debes una cerveza.
Luke la miró apenas de reojo, sin detenerse. Nunca mostró un interés especial en Diana, no empezaría ese día.
—Sabes que no bebo. Cuando tenga algo de dinero te lo daré y te la compras, ¿sí?
Diana no era lo que se dice una chica susceptible, las veces que se mostraba ofendida era solo como recurso para emprender un ataque contra su víctima ocasional. Pero esto era demasiado. Sus compañeras estaban presentes y esa situación era la imagen del desprecio y el desaire: un vagabundo pobre rechazando a la chica más sexy del pueblo. Tomó del brazo a Luke y lo volteó para mirarlo de frente. Llevaba unos shorts de jean y un top sin breteles que le daban la apariencia de la mujer maravilla clásica de la TV. O de una versión malvada al menos.
—¿No tienes modales? Una chica te está hablando. Y no cualquiera, se trata de mí esperando que me invites a salir, ¿Te pasa algo con eso? Quizás no puedas…
—Diana, no quiero causarte ningún problema. Hay un centenar de chicos que te invitarán a todo lo que quieras hacer, no soy tu mejor partido.
—¿Te gustan los chicos? ¿Es eso? Porque podemos aclararlo aquí mismo y te presentaría a alguno de mis pretendientes, de esos que no entiendo por qué me buscan cuando usan más perfume en una salida del que hay en mi tocador.
El coro de groupies comenzó a lanzar risitas. De todos modos el clima era tenso, no era lo mismo molestar a una niña que a lo sumo rompería en llanto que a un chico de pocas pulgas al que se le atribuía también un genio de cuidado.
—Diana, no quiero ser grosero…
—Pues lo eres. Y mucho. Y descuidado, sabes que si te echo fama de gay no tocarás más a una chica mientras vivas aquí. Pero si es lo que quieres…
Luke apretó los dientes mientras acercaba su rostro al de la chica. La miró tan fijo que la hizo parpadear.
—Te diré cuál es mi problema: no me gustas. Ni un poco. Tienes una linda cara, buenas tetas y una chispa que utilizas para humillar a los demás. Punto, eso es lo mejor que puedo decir de ti. El resto no me interesa. Creo que este lugar es grande para que convivamos los dos, ¿te parece?—se estaba aproximando a milímetros de su rostro que ya comenzaba a ponerse rojo y bordeaban un par de ojos por demás de brillosos.
—No me toques.
—No te estoy tocando. Y si alguien aquí presente lo dice, se las verá conmigo en otro momento ¿estamos?.
Luke paseó su mirada por el grupo que los rodeaba. El silencio de las groupies fue colosal.
—No me molestes más.
Se retiró dejando la estela de silencio que fundaron el respeto y el temor mientras Diana hacía un esfuerzo titánico por no llorar. Pero de repente la suerte que tanto jugaba de su lado se hizo presente. Mark, su perrito faldero de metro ochenta de estatura, acababa de llegar. Apenas había visto la situación. Diana se abalanzó sobre él y lo abrazó mientras rompía en llanto.
—¡Oh, cielos, qué humillante!
—¿Qué pasa, “Ojitos”?
—Ese pendejo que va allí me trató de zorra.—señaló a Luke, que apenas comenzaba a cruzar la calle, con un dedo exageradamente acusador. Mark lo tomó como si fuese un perro entrenado al escuchar la orden de ataque; dio tres o cuatro zancadas hasta llegar a Luke y de un zarpazo lo giró. Cuando el muchacho trastabilló Mark le dio un puñetazo directo a su cara. Luke cayó y al intentar levantarse el otro le puso la rodilla en la espalda.
—¿No sabes tratar a las mujeres, cabrón?
—Por lo visto no, tengo que ser más cuidadoso con las que tienen perros entrenados.—Mark lo levantó de la playera y se lo acercó a la cara.—solo para que lo sepas, Diana es mía, infeliz, si te le acercas de nuevo…
—Escucha, estúpido, ella es tuya y de todo el que le interese, no es mi caso. No me gusta y por eso mismo es que se la toma conmigo, ¿no te das cuenta? No puede aceptar que alguien la rechace.
Mark lo miró con algo de desconcierto. No tenía muchas luces y los sentimientos solían dominarlo, sobre todo cuando proviniesen de Diana, pero en cierta forma respetaba a Luke y le creía. Entendió en ese momento que no era su enemigo y en todo caso, el sopapo que le había dado ya le adjudicó los puntos que necesitaba para congraciarse con Diana que miraba desde lejos. Lo soltó y le sacudió la ropa.
Editado: 28.09.2022