Aleris del Infinito

Capítulo 7 - Sin plan B.

Los dos guijarros picaron con un poco más de fuerza esta vez. Marcaban la visita de Luke y Aleris pensó que un día de estos rompería uno de los cristales si no medía el tamaño y la potencia con que arrojaba alguna de las piedras. Se asomó, pero esta vez no le hizo señas para que suba por el tejado, sino que abrió la ventana y le arrojó un manojo de llaves que terminó cayendo al césped del jardín.


—Sube por la entrada principal, Sara no está.


Luke no cuestionó el gesto, Probó dos llaves antes de dar con la de la puerta de entrada y se sintió como en una especie de concurso. Finalmente, ganó el acceso a la mansión del padre de su amiga y el acceso a su cuarto por la escalera alfombrada. Pensó en pasar por la cocina y husmear por algo de comer, pero desistió por pura timidez. De pasada se miró al espejo, llevaba dos apósitos adhesivos y un corte feo transversal en la nariz. Sus brazos también tenían magullones pero estaban ocultos. Cuando entró a la habitación Aleris estaba en donde siempre, recostada en su cama y con el arnés cerca. Al verla de ese modo recién se daba cuenta de que la dejaron totalmente sola.


—¿Te independizaste? ¿No es un poco prematuro antes de aprender a caminar?


Aleris comenzó a sonreír, hasta que vio el estado del rostro de Luke.


—¡Oye, eso se ve como si hubieses estado en una riña! ¿Qué te pasó?
—No es justo que especules sobre lo que me pasó antes de que pueda inventar una buena historia. De acuerdo, fue una pelea. Nada interesante más que un par de golpes en la plaza.
—No hay nada más interesante para alguien que únicamente ve cosas como esas en la TV, créeme. Quiero todos los detalles.


Luke la observó unos momentos. Admiraba como Aleris iba al punto siempre. Sabía que estaba preocupada por él, pero también que no tenía sentido mostrarse afligida porque él estaba en pie y con señales de haber tenido solo una pelea con alguien de su edad. No era ni su madre ni su abuela, nada más una chica con algunos problemas que la hacían ver más madura. Se derrumbó en la silla al costado de la cama y agradeció por ese día no haber tenido que subir por la ventana.


—Supongo que conoces a Diana. Diana Barrera, hija de un socio de tu padre.
—Si, claro. Es muy bonita pero algo presumida. Hablamos un par de veces. Me miraba con lástima, le seguí el juego porque no tuve ganas de hacerle ver que no creía que fuese superior a mí por no estar enferma. Pero no creo que sea mala, quizás sea de esas personas que se dan cuenta de algunas cosas a fuerza de aprendizaje.
—Gracias por el perfil psicológico, me hubiera servido antes, quizás me hubiese ahorrado… (hizo un gesto con el dedo alrededor de su cara).
—De nada, pero no creo que te hagas tomado a golpes con ella, ¿o sí?
—No, fue con su amigote Santiago.
—¿Le echaste el ojo y estaba ocupada? La sutileza no es lo tuyo.
—¿Vas a interrumpirme mucho más? Porque se hace molesto.


Aleris reprimió una risita, le encantaba sacar de quicio a su amigo.


—La razón de la pelea fue una y luego derivó en otra. Diana me provocó para que me enoje con ella y le dijo a su amigo que yo la molestaba, él reaccionó golpeándome, lo detuve con la verdad hasta que me dijo…
No pudo terminar, había olvidado que Santiago llamó a Aleris “tullida”. No le cabía duda de que ella se tomaba su enfermedad con humor, pero ¿hasta qué punto dejaría de afectarle tener la certeza (aún lo supusiera) de que allí afuera la gente hablaba de ella como una lisiada despectivamente.
—¿Tengo que adivinar el resto? Creí que era tu historia.
—Bien, dijo que me creía porque sabía que yo era tu “novio” y entonces me enojé y lo golpeé yo. Y todo empeoró.


Aleris frunció el ceño. No le cerraba del todo la historia, pero de alguna manera se sentía halagada.


—¿Qué edad tienes, cuatro? ¿Cinco y medio? ¿A tus catorce te molesta que alguien diga que una amiga es tu novia al punto de golpearlo?
—Ya sabes lo tontos que somos los chicos, a veces.
—Salvo, claro, que te molestara realmente que alguien crea que puedas mirarme de otro modo…
¡Había metido la pata! ¿Cómo haría ahora para convencerla de que no se sintió ofendido porque supusieran que su novia era la “tullida” del pueblo?
—No, no fue eso.
—Está bien, Luke, lo entiendo. A veces duele un poco, pero lo entiendo.
—¡No seas estúpida! ¿Crees que me importa lo que diga alguien sobre nosotros? ¿en serio?
—¡Pués, díselo a tu cara amoratada! Al menos a la parte que me toca y quitando la de Diana.
—Olvídalo, no tiene caso. Pero no me gusta que pienses así de mí.
—Da igual.


En medio de la discusión y sin darse cuenta de cómo levantaron las voces, ninguno de los dos escuchó llegar el auto de Sara, ni tampoco la puerta de entrada por lo que se sorprendieron cuando la mujer entró al cuarto sin llamar y con la cara pálida.

—No sé qué haces aquí, ni cómo entraste, pero te pido que me acompañes a la salida.
—Sara, yo lo hice entrar con la llave que me dejaste. En este caso resultó “peor acompañada que sola” al contrario del dicho, pero ya estás aquí, no dramaticemos—se adelantó a aclarar Aleris.
—Niña, contigo hablaré más tarde.
—No soy una niña, madrastra.
—No soy tu… ¡Basta! Y tú, ven conmigo!


Luke la obedeció sin chistar. Sara estaba preocupada de que Douglas se enterara tanto de que había dejado a su hija sola como de que este chico la estuviese acompañando sin autorización. No había manera de que pusiese en vereda a Aleris sin correr el riesgo de que todo saliera a la luz.



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En el texto hay: fantasmas, fantasa, amor adolescente

Editado: 28.09.2022

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