Martin Douglas se frotó los ojos una vez más esa mañana. Le costaba hacer foco en el monitor y en los escritos que tenía delante. Estaba seguro de que no era exceso de trabajo, sino una carga de estrés difícil de manejar. El pueblo era suyo, pero siempre lo vio como a una extensión de su familia. Cada negocio, cada sociedad en la que se metía, cada contrato que hacía con el municipio tenía como objetivo crear lazos, ganar respeto y confianza. No había parte de esas inversiones y ganancias que de alguna manera no volviera al pueblo. La gente creía que era multimillonario, pero su contador se volvía loco manteniendo sus balances para que no tuviese problemas. Siempre concibió al poder real como la confianza que pudiera ganarse entre la gente y así lo cultivó. Por eso mismo y por más que fuese votado en las urnas, cada nuevo alcalde debía recibir su visto bueno, o cualquier decisión que implicara consecuencias para varios habitantes tenía que llevar su visado. Era padrino de muchos de los hijos de sus asociados y de los empleados de sus asociados. Confianza, temor, respeto, todo eso había ganado de la gente de su pueblo.
Exceptuando a su familia.
En los últimos días, se había enterado de que su hija recibía la visita clandestina de uno de los muchachos más descarriados del pueblo sin que su esposa se diese cuenta estando en la planta de abajo, a unos pocos metros (lo cual implicaba complicidad o desidia, sin que pudiese evaluar cuál de las dos era la causa más grave) y hacía unas horas su esposa mantuvo una reunión secreta (al menos para sus ojos) con el concesionario del nuevo centro de recreaciones, sin que decidiese compartirlo en lo inmediato con él. Se sentía traicionado por las mujeres que más quería y eso no ayudaba demasiado a su estado emocional. El teléfono logró sobresaltarlo en medio de sus pensamientos.
—¿Diga?
—¿Douglas? Habla el doctor Samuel. Tengo algunas noticias que sinceramente no sé cómo darle.
—Doctor, solo deme los datos y sus conclusiones, como siempre. Dejemos las emociones de lado, sabemos que no sirven de nada para tomar decisiones efectivas.
—Por supuesto—dijo Samuel mientras pensaba que no hubiese hecho falta un test de ADN para saber quién era el padre de su paciente enferma con semejante crudeza en sus palabras.—Como puede imaginar se trata de Aleris.
—Así lo supuse, doctor, por favor dígame que sucede.
—La enfermedad detuvo su avance. No podemos… es pronto para hablar de cura o de un proceso en reversa, pero lo concreto es que no hay muestras del avance de la enfermedad en los últimos días.
Douglas guardó silencio. No podía de ninguna manera permitirse optimismo. Siempre que lo hizo antes la decepción casi lo destruye.
—Estimo que si me lo está diciendo no hay posibilidad de error, doctor Samuel. ¿Me equivoco?
—En absoluto, los resultados son concluyentes, aunque aún no tengamos la causa. Por eso mismo no se lo comuniqué ni bien se produjo el fenómeno. Honestamente, ya no sabemos qué tipo de pruebas realizar para determinar el motivo.
—Agradezco su sinceridad, doctor. ¿Tiene una estimación de cuándo se produjo esta pausa?
—Hace bien en usar el término “pausa” con el criterio de que no debemos descartar un “reinicio” de la condición, aunque no tenemos razones para creer que suceda.
—Y tampoco razones para estimar lo contrario, pero le agradezco la corrección. ¿Puedo intentar adivinar el momento en que se produjo el evento, doctor?
Samuel hizo silencio por unos segundos, algo aún más raro de lo que estaba describiendo era que Douglas quisiese jugar a las adivinanzas con algo relacionado con la salud de su hija.
—Si así lo prefiere, lo escucho.
—¿Habrá sido cerca del momento en el que Aleris afirmó ver a su madre en el tomógrafo? ¿El día en el que alucinó con ella dándole un mensaje?
Otro silencio más prolongado.
—¿Doctor?
—Sí, sigo aquí. Disculpe si me gana la sorpresa, pero ¿cómo lo supo?
Douglas giró su sillón hacia la repisa que tenía a su espalda y de allí tomó un portarretrato. En él estaba con Aleris y su madre, cuando la niña cumplía su primer año.
—Ojalá lo supiese, doctor. Sabe que no soy supersticioso y hace mucho que dejé de rezar. Pero no puedo negar que hay cosas que suceden aunque escapen a mi comprensión. Usted descubre que una enfermedad deja de avanzar sin razón aparente y yo sé el momento en el que se produjo sin que tampoco pueda explicarlo. En todo caso, brindemos por eso.
—Claro que sí, Martin, permítase una copa de más esta noche. La merece. Mañana lo llamaré de nuevo para coordinar un nuevo chequeo. Buenas noches.
Douglas colgó y se quedó un rato más con la foto en sus manos. Acarició con su dedo la imagen de la bebé y luego la de su madre. Una lágrima gruesa estalló al caer entre las dos.
Editado: 28.09.2022