Martin subió los peldaños de su casa olvidando con cada uno la promesa de mantener la calma y ser precavido con lo que iba a anunciar. Pero la euforia le ganaba de modo evidente. Tocó el timbre y al mismo tiempo buscó la llave de la puerta de entrada. Antes de que pudiese meterla en la cerradura Sara lo había hecho, y se sorprendió por el súbito abrazo que le dio su esposo, no solía ser tan efusivo y menos en los últimos tiempos.
—Hoy es un gran día, Sarita. Ven conmigo, tenemos que hablar con Aleris.
Sara se dejó llevar de la mano por su marido escaleras arriba. Apenas tocaban los peldaños alfombrados por la premura que tenía ese hombre en llegar.
Tocó la puerta una vez y llamó a la niña. Sabía que a menudo no respondía porque no quería ser molestada. A la segunda vez supo que este era el caso, aunque no estaba dispuesto a respetarlo. No este día. Douglas abrió la puerta con una sonrisa boba, pero la borró de inmediato al ver la cama vacía con las cobijas revueltas, la ventana abierta y el exoesqueleto tirado a un lado de la cama. Su imaginación no podía ayudarle a saber qué es lo que sucedía allí. Comenzó a arrojar y a patear cosas mientras llamaba a su hija. No podía estar lejos. Giró y miró a su esposa con los ojos de un dragón a punto de carbonizar a su presa.
—Tienes dos segundos para decirme dónde está mi hija. Era tu única responsabilidad.
Sara sentía como su vida se desmoronaba con la rapidez de un castillo de naipes. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras se cubría la boca con las manos. Su respuesta fue de apenas un susurro.
—Creo… creo que sé dónde puede estar. Y con quién.
Douglas la tomó de los brazos con fuerza.
—No juegues con mi paciencia. No hay cosa que puedas ocultarme y si esto está fuera de mi alcance, es porque confié más de la cuenta en ti.
—El chico de los Jobbs. Luke, Luke ha venido a visitarla a menudo. De alguna manera debe haberle ayudado a salir.
—¿Y en tus propias narices? Mujer, no sé si eres más estúpida, egoísta o inútil. Ruega que Aleris esté sana o lo lamentarás.
Martin Douglas no era un hombre violento. Y menos con las mujeres, pero si su hija estaba en peligro, no había cosa en el mundo que estuviese a salvo si tenía parte de la culpa. Sara no era la excepción.
Bajó las escaleras casi sin tocar los peldaños, cuando ella miró por la ventana ya montaba su auto y patinaba en la grava tratando de sacarlo al camino a toda velocidad.
Editado: 28.09.2022