Pavel Rusnak comenzó a bocetar frenéticamente con un lápiz en una hoja, el auto de Douglas en su posición final en el accidente. Sus manos iban rápido y trabajaban con todo detalle. Sus ojos reflejaban el espanto a medida que surgían los trazos. No era él quién los hacía a pesar de que su cuerpo los ejecutaba.
—Tranquilo, Pavel, nadie saldrá herido. Al menos ninguno de los que sirvan a nuestros propósitos. Solo necesito demostrar algo, estoy sacudiendo una probeta para obtener una reacción.—La mano seguía dibujando, de la ventanilla del vehículo salía un brazo, a punto de ser amputado por un pedazo de carrocería.
—Eres… muy cruel.
—No tanto como…—la puerta se abrió sin golpes que lo anuncien, Astrid entró dispuesta a hablar hasta que se detuvo al escuchar, sin reconocer, la voz de la sombra. De inmediato se dibujó en el cortinado un brazo en alto, largo, terminando en una mano de dedos largos, huesudos y de uñas larguísimas. Astrid se paralizó por completo, sus ojos se volvieron blancos, su garganta no pudo emitir sonido a pesar de tener la boca abierta. La mano en la cortina se cerró en puño al tiempo que la mujer cayó al piso.
—¿Qué has hecho?
— Vivirá. No recordará nada de esto y no podrá volver a hablar jamás, ya no tiene cuerdas vocales, pero tampoco creerá que alguna vez las haya tenido.
—Astrid… es como una madre para mí. No tenías derecho.
—No, ella no tenía derecho a entrar a tu despacho sin avisar. Te lo advertí y se lo advertiste. Esto es lo que pasa cuando alguien desobedece o desoye órdenes claras y precisas.
—Eres una abominación.
—Llámame como quieras, pero es necesario que sepas quien es tu aliado y cuán serio es cuando habla.
Rusnak no respondió, pero estuvo aún más cerca de saber que aquella cosa no era un aliado precisamente, sino un dueño.
—Me pregunto que querrás después. Que se te antojará una vez que se haya cumplido tu objetivo a la vez que el mío.—La risa sonó descarnada y gutural.
—Eso está más allá de tu entendimiento, pero no te aflijas, tu noción del tiempo es muy diferente a la mía. Es muy probable que para cuando vea todo lo que necesito cumplido, haga rato que hayas partido de este mundo.
—Sigo sin entender el porqué de este accidente.
El dibujo estaba completo, con increíble nivel de detalle, describía al auto volcado de Douglas en la carretera y en perspectiva, una silueta flotando en el centro del camino, frente a él. La sombra se posó en el papel y la uña fue avanzando hacia la silueta.
—Esa es tu respuesta. Eso es lo que no debemos descuidar.
Rusnak hizo un bollo con el dibujo. Salió de detrás de su escritorio y fue a auxiliar a Astrid. Levantó su cabeza del piso y la puso sobre su regazo mientras acariciaba su frente. Se le estrujó el alma al verla, aunque aún no podía decir que estuviese arrepentido de lo que estaba ejecutando, a pesar de la furia que lo invadía en ese momento.
—¿Sigues allí?
—Aquí y en todas partes.
—Dime que pasará con la niña.
—La niña es un medio, un canal, cuando la hayamos utilizado solo queda descartarla.
—¿Y por descartarla entiendes “matarla”?
—No veo posibilidad de que retome una vida normal. Tampoco la tuvo hasta ahora. Su muerte sería un gesto de magnanimidad.
Rusnak siguió acariciando a Astrid. Sabía que esa cosa no podía meterse en su mente aunque fuese capaz de leer al detalle su gestualidad y hasta anticiparse, pero sus pensamientos por el momento eran solo suyos. Y sus decisiones finales también.
Editado: 28.09.2022