España, Madrid, 2024
Al fin podía decir adiós a su trabajo y dar la bienvenida a sus tan esperadas vacaciones. El verano por fin había llegado, y con él, el ansiado viaje que había estado esperando junto a sus tres amigas. Se despidió de sus compañeros antes de salir de la oficina. Habían pasado tres años desde que comenzó a trabajar como policía, un trabajo que amaba, pero que, por fin, podría dejar atrás por unos días. El simple hecho de no tener que madrugar y poder desconectar de la rutina diaria era una sensación indescriptible.
Tenía un trabajo bonito, unas amigas increíbles y unos padres que siempre la apoyaron. ¿Qué más podía pedir? Aunque ella y sus amigas habían sido adoptadas por diferentes familias, siempre se habían mantenido en contacto. Su madre era española y su padre inglés. Al principio, le costó adaptarse a su nueva vida, pero sus padres la trataron como a una hija desde el primer momento, nunca como a una extraña. Desde pequeñas, se hicieron la promesa de no separarse y cumplir todos sus sueños juntas. Al final, lo habían conseguido. Aunque sus padres no estaban del todo de acuerdo con su decisión de ser policía, preocupados por el peligro del trabajo, ella amaba esa profesión con toda su alma.
Aparcó el coche y, cogiendo su bolso, entró en su casa. Dejó las llaves en la mesa y, sonriendo felizmente, se dio una ducha rápida. Unos minutos después, se sentó en el sofá, mientras hacía una videollamada y se comía un sándwich que había dejado preparado en la nevera.
—¿Qué hacen? ¡Yo estoy más que contenta hoy, chicas! —dijo, saludando a lo grande a sus amigas.
—Yo también, chicas. ¡Estas serán las mejores vacaciones! —dijo Emma, entusiasmada.
—Ya le avisé a mi jefe que esta semana no estoy y que no se le ocurra llamarme —comentó Carla, con una sonrisa triunfante.
—Venga ya, Carla, todas sabemos que tu jefe anda detrás de ti —se burló Alessandra mientras terminaba su sándwich.
—Eso no es cierto, es solo que... —empezó a defenderse Carla.
—Sí, claro, hazte la loca —rió Emma.
—No seas mala —dijo Alessandra entre risas.
—Vale, ¿y tú, Aurora? No me digas que... —Emma la miró con cierta curiosidad.
—Tranquila, Emma, ya lo solucioné. Puedo ir sin problemas —respondió Aurora con una sonrisa de satisfacción.
—¡Muy bien! Entonces nos vemos mañana en el aeropuerto. Las dejo, debo pensar qué ponerme para mañana —se despidió Alessandra, colgando la videollamada.
Cogió su teléfono y marcó el número de su madre, pues ese día se había olvidado de llamarla.
—Lo siento, mamá, se me fue de la cabeza llamarte —dijo al escuchar la voz de su madre al otro lado de la línea.
—No pasa nada, amor. Sé que tienes mucho que preparar para el viaje —respondió su madre con ternura.
—Os iré a visitar cuando regrese. Saluda a papá de mi parte, ya sabes que os amo —dijo con la voz llena de cariño.
—Y nosotros a ti, cariño. Ten un buen viaje —respondió su madre, antes de despedirse.
Al colgar, Alessandra dejó el móvil a un lado y extendió la mano hacia la mesilla donde descansaba su ordenador. Abrió la página que había estado leyendo durante días, una que la tenía completamente fascinada. No sabía por qué, pero había quedado obsesionada con la historia de un tal Alec McLean, un escocés del que había encontrado información mientras buscaba biografías sobre Escocia. No estaba segura de qué la atraía tanto de esa historia, pero desde que la descubrió, había pasado horas buscando más detalles sobre él.
Se sumergió tanto en su lectura que el tiempo voló sin que se diera cuenta. De repente, se percató de que ya era tarde. Rápidamente cerró el ordenador, sacó la maleta del armario y empezó a escoger algunos vestidos para el viaje. Arregló todo lo necesario mientras echaba un vistazo a la foto de sus tres amigas en el día de su graduación. Pensó ¿Qué haría sin ellas? No tenía a nadie más en este mundo. Las tres habían crecido sin una familia tradicional, pero siempre se apoyaron mutuamente hasta llegar a donde estaban. Sonrió al mirar la foto, dejando la nostalgia a un lado, y pidió una hamburguesa para cenar. Durante el resto de la noche, se dedicó a terminar de preparar todo antes de la partida. Finalmente, se acomodó en el sofá, vio una película y, con la emoción al límite, se fue a dormir.
Al día siguiente, se despidió de su casa y se dirigió directamente al aeropuerto. Durante meses, habían hablado sobre el destino de su viaje, y al final, todas coincidieron en que Escocia era el lugar perfecto. Siempre había sido su sueño visitar ese país, y qué mejor manera de hacerlo que con sus queridas amigas. Al llegar, se encontraron con ellas y, tomándose de las manos, abordaron el vuelo.
—¡Por fin estamos aquí! —gritó Carla, dejando su maleta sobre la cama del hotel.
—Chicas, ahora dejemos todo aquí y vamos a dar un paseo… o mejor —dijo Alessandra, visiblemente emocionada—.
—Alessandra, cálmate. Sabemos que estás emocionada, pero lo primero que debemos hacer es tomar un café. Me muero por comer —pidió Emma, juntando las manos en un gesto suplicante.
—Hahaha, qué exagerada eres —rió Aurora mientras la abrazaba.
En ese momento, una joven apareció en la puerta, que se les había olvidado cerrar.
—¿Eres Alessandra, verdad? —preguntó la joven.
—Así es, ¿usted debe ser la señora que nos guiará? Verá, estábamos por...
—Soy Beth, y estaré encargada de contaros un poco sobre estas tierras —se presentó la mujer, saludándolas a cada una—. Pude oírlas, podéis ir y nos veremos en la dirección que te acabo de enviar. Hay unos paisajes preciosos en esa zona.
—Muchas gracias, entonces ahí estaremos —respondió Alessandra, aún con el ánimo de explorar.
Después de dejar sus cosas, se dirigieron a la cafetería recomendada por Beth. Disfrutaron del día paseando por las calles de la ciudad, riendo y charlando, hasta que, de repente, se dieron cuenta de que se habían retrasado para la cita con la guía. Decidieron tomar un taxi hasta el lugar acordado. Cuando llegaron, Alessandra se adelantó y se disculpó por el retraso.